ABOGADO
De veras que se rompe el corazón. Cuando crees en algo firmemente y al final de la película de tu vida, te das cuenta de lo que parecía apenas vislumbre, es amarga realidad: quiénes deberían defender al pobre, al sediento de justicia, al humillado lo olvidaron olímpicamente.
Es muy triste mirar que las y los Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación son unos miserables mentirosos. Pero no siempre ha sido así, mi padre, abogado litigante fue mi inspiración para con la palabra y el derecho desfacer entuertos.
Por eso, recordando a mi padre, el siguiente fragmento:
Quédate congelado en mi recuerdo. No te muevas de ahí, abogado. Estás fijo en la retina de mi alma, como yo te conocí, para que no olvide que por ti creí en lo ecuánime, en lo justo, en la justicia.
Déjame pensar un momento cómo concebías al Derecho… ¿sí, eh? en “dar a cada quién lo que le corresponde”… como lo concibió Ulpiano: vivir honestamente, no dañar a los demás, y dar a cada uno lo suyo.
Y llevarlo en verdad a la práctica. Y llevarlo grabado con sangre en el alma. Y hacerlo de verdad.
Ojalá, película mía del recuerdo, nunca te borres, para seguir viendo en primer plano y a todo color al soldado del Derecho rumbo a los tribunales, llevando a la ley como espada para la litis bravía y a la legión de desamparados atrás: En la diestra el escrito purificador, que trabajo costó hacer, pues todavía a media noche de ayer, la punta del enredado ovillo no aparecía. Pero luego vino la luz y empezó frenética la sinfonía de teclazos que conformaron el escrito de la justa defensa.
Abogado, que cada teclazo de tu vigilia permanente, resuene en mí cada vez más fuerte, para recordar que no es en vano luchar por lo justo. Para permanentemente tener grabado, ¡a fuego!, que al final y a pesar de todo, lo bueno y lo justo triunfa, aunque a la mitad parezca que nos ahoguemos. Y que el tiempo, inexorable juez, ponga a cada quién en su lugar.
Abogado, padre de ideales, está siempre a mi vera, ahora que el maremágnum de falsos valores nos apabulla. Ahora que bien sabemos que los ojos de la justicia tienen mil billetes de a mil.
Haznos estar con el humilde. Empújanos a luchar por el débil. Sácanos la cólera escondida, aunque ésta nos achicharre el alma, para gritar que el pobre es el menos defendido y que la Justicia está con el que tiene más.
Lánzanos a tomar por asalto la tribuna del Derecho para fustigar al explotador, al mentiroso, al ladrón. Para decir que en la práctica sí existe el insultante pregón: Cuánto dinero y poder tienes… y esa Justicia tendrás.
Querido abogado de antaño que yo conocí: sírveme de antítesis, de claroscuro y de parámetro… no te vayas… no te diluyas en el tiempo, para que de ti, retome, abreve y crea otra vez. Para que llame por su nombre al que se hace millonario de la dádiva y el cohecho. Para hacer algo para prestigiar otra vez tu profesión.
Ándale, ven. Siéntate en tu viejo sillón como antes y platícanos de Otero y de Rejón, de Rabasa y de González Bustamente, de Carnelutti y de Chiovenda. Del orgullo mexicano de instituciones sin par: Constituciones, Códigos, el Amparo protector y no el que se vende al mejor postor, el finísimo Derecho Civil…
Con esa sonrisa de siempre enciende tu cigarro fuerte y explícanos todos esos porqués. Y hablando de tu pasión, ser abogado, nunca te alejes, vencedor del asunto toral, y que en estricta justicia fue el vital: ganaste la responsable litis de tu propio existir.