Agosto, mi amor
¡Que pendejo! – dijo Kevin al darse cuenta de que se la habían caído sus últimos cincuenta pesos, razón: pantalón deportivo en el que se deslizan los billetes con facilidad.
Aquel día se puso esos pants porque toda su ropa estaba mojada, no hubo nadie que le apoyara para meterla, así que sucedió lo esperado, se mojó con la lluvia de la tarde. Las lluvias de agosto son una patada en el trasero cuando tienes poco tiempo para lavar y tus posibilidades se resumen en un lavadero, jabón de barra, agua y un tendero, claro, si es que tienes espacio en la azotea así se puede secar mas rápido, en caso contrario, la tienes que tender en todas las partes de la casa que se pueda, eso sí, con un noventa y nueve por ciento de posibilidad de que se apeste.
¡Pinche lluvia, me caga! – rezongaba mientras se vestía.
Se le había hecho un poco tarde para ir a recoger un pedido que llevaría al otro lado de la cuidad y del cual dependía su supervivencia semanal porque era una buena comisión. De por sí en todo el mes no le había ido muy bien. Tenía que llegar a la sucursal a las 9:00 am, el encargado de la bodega era muy estricto con el tiempo y no esperaba a nadie más de diez minutos después de la hora acordada y a Kevin le tomaba unos veinte minutos llegar en la combi, eran las 8:40 am, salió de prisa, pero con la premura, se le cayeron las llaves de la casa, se regresó por ellas, después de cerrar la puerta, chocó con su vecina, que traía su pan en una charola y por el choque escandaloso, las conchas, los cuernitos y el bolillo se miraron en el piso lodoso, Kevin, inmediatamente, puso el pan que alcanzó a recoger en la charola y no dejo de repetir mientras se lo regresaba a la señora: perdón perdón perdón perdón. La vecina, estupefacta, vio al hombre alejarse. Todo paso tan rápido.
En la parada no tuvo más remedio que pedir un taxi, todavía alcanzaba a llegar y no hubo tráfico. Ya frente a la sucursal
– Son cincuenta joven.
– Pss ¿qué pasó?! me cobran 40 jefe.
Kevin no entendía que no había tiempo para regatear
– Ándele pues – dijo el taxista
Al revisar su cartera, solo encontró su credencial de elector, el último recibo de pago de una estufa que compró a crédito hace como un año, la tarjeta de una compañía que arregla refrigeradores que le dieron la semana pasada porque el suyo está fallando y ya, no money. Se acordó que al salir de su casa tomó el billete de cincuenta de su buró y lo metió a una de las bolsas de sus pants. Si, eran sus últimos cincuenta pesos. ¿en qué momento y lugar se le cayeron?, nadie lo sabrá, excepto la persona que los encontró. Kevin odio sus pantalones deportivos, odió la lluvia, a la vecina, a sus pinches llaves, odió al taxista que le mentó la madre y casi lo golpea a pesar de que le explicó lo que le había sucedido, caray, ¿en dónde había quedado la empatía? Ya eran las 9:20 am.
En la bodega ya se habían repartido los pedidos y Kevin se quedó sin su comisión semanal.
– ¿quién se quedó con mi pedido? – preguntó medio tristón a uno de sus compañeros.
– El Brayan, es que todavía te esperaron como diez minutos, y ya vez que ese wey es re mamón para el tiempo mi Kevin. Yo tengo un jale si quieres, pero en pasado mañana. Te echo mensaje.
– Pus va – respondió Kevin más tranquilo.
Su compañero del trabajo le prestó para su pasaje de regreso. Al llegar a la tienda de la esquina pidió fiado un cigarro, se sentó en la banqueta, le dio una fumadita, se rasco la cabeza, suspiró y empezó a llover, me gustaría decirte que fue una brisa, o el chipi-chipi, pues no, cayó un tremendo aguacero que si Kevin se hubiera ido directo a su casa hubiera podido meter su ropa.