CARTAS DE AMOR
Recordar las palabras de Octavio Paz quien nos dijo que con que la posteridad recuerde algunos versos del poeta, ello ha de ser suficiente para recordar su paso por la literatura. El mexicano, hombre, que como Jorge Luis Borges o Alfonso Reyes, escribieron miles de páginas, con lo cual rebasan la veintena de volúmenes de sus obras completas. Admirables los tres, así como el poeta Pablo Neruda, el narrador Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez. Pero la reflexión nos deja en duda: y sí, es cierto, a Juan Rulfo sólo le basta su novela Pedro Páramo para estar entre las glorias más importantes de las letras en castellano. Una sola novela, y de esa manera se piensa en el poeta nayarita Alí Chumacero, quien sólo escribió tres o cuatro libros y dejó de escribir versos, diciendo que ya había dicho en poesía todo lo que debía de decir. Es cierto, cuando el genio es tal que se demuestra en una sola obra es posible hacerla y dejar quizá cualquier otra aventura literaria.
El mundo de la creación es variado y lleno de sorpresas. Hay escritores de muchas obras y, otros, de pocas que, por su valía, son tomados en cuenta con igual admiración y cariño. Estas reflexiones me vienen al caso, pues la lectura del libro Cartas de amor de una monja portuguesa / Mariana Alcoforado, editado en este caso, dentro de la Colección Reino Imaginario, Ediciones Coyoacán, en el año de 1998. En la cuarta de forros leo: Sor Mariana Alcoforado es ya un carácter en la literatura universal, como Romeo y Julieta, sólo que mejor contornado en una sola figura. Sus cartas dan la silueta y los trazos perfectos e incluso desmedidos de la pasión, aun cuando Chamilly y, su poco caballero incorrespondiente, quede donde debe: en la vergonzosa penumbra. Y si se quiere, esta obra maestra epistolar apócrifa es más verídica que otras que se quieren reales, por la poderosa intensidad y fuego que definen sus rasgos. Más allá de la realidad o la ficción, las cartas de amor de una monja portuguesa, tras algunas décadas que rebasan ya los tres siglos, son un clásico desbordantemente vivo, pocas veces el acento de la pasión humana resonó con tan ricos matices en una garganta femenina, como en estas “Cinco cartas de desesperado amor”. Sólo cinco cartas y la posteridad ha sido ganada por su autora. Rilke con su libro Cartas a un joven poeta sólo necesitó 10 cartas para Franz Xavier Kappus, y está en las letras al igual que la monja escritora. Contemporánea de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) mientras que Alcoforado nacida en Beja, Portugal, en el año de 1640, y falleció en el año de 1723. Se dice que de las cartas sólo se conservan las traducidas al francés de época de 1669, cuando nuestra Sor Juana vivía en la penumbra de no poder decir su amor a los cuatro vientos. Pues la actitud oscura del conservadurismo español no le permitió expresar su amor ya por Fabio, o por Silvio, o en todo caso por la virreina, cantándolo a los cuatro vientos, como sí hace en sus palabras la monja portuguesa en su amor y pasión por el conde Noël de Chamilly.
Ida Vitale, quien hace la traducción de las cartas y el prólogo, en el libro editado por Coyoacán, en la ciudad de México, expresa: Las cinco cartas que componen este libro habrían sido escritas entre 1667 y 1668 desde el convento de Beja, en Alentejo y dirigida al caballero Noel Bouton de Chamilly, miembro del ejército francés que apoyaba los afanes portugueses por independizarse de España. Dos vidas paralelas, Sor Juana y la Monja Mariana Alcoforado. Dos grandes mujeres, de la cual la mexicana tiene la fortuna de poseer los derechos sobre lo escrito sin que se le quiten sus merecimientos. No lo es así para la monja portuguesa, cuenta Ida Vitale: hasta aquí, por la vía de su traducción, las cartas permanecen en el campo de la literatura francesa, si bien aquella hacía suponer la obvia existencia del original lusitano. Cuando en el primer cuarto del siglo XIX los eruditos portugueses despertaron de su sueño y se empeñaron en reconstruir las cosas desde su ángulo les costó bastante trabajo despertar una realidad tan afantasmada, Los archivos del convento habían desaparecido. La existencia real de Mariana, insospechable para los contemporáneos franceses, debió de ser sopesada y comprobada por sus compatriotas. Los franceses se les habían adelantado hasta en la duda. Rousseau, con su habitual desdén por el intelecto femenino había descartado la posibilidad de que una simple mujer pudiese no sólo experimentar tal pasión sino expresarla por escrito de manera tan convincente. Asomaba así la sospecha de una falsificación, una más entre muchas que esconde la literatura de todas las épocas. Dos destinos paralelos: Sor Juana y Mariana Alcoforado. Qué hubiera dicho Juan Jacobo Rousseau si se hubiera encontrado con nuestra Juana Inés de Azbaje, creo que más le hubiera no haberla encontrado, pues la Monja de Nepantla le hubiera dado lecciones de sabiduría y de humanismo como no se los hubiera imaginado en pedagogo. Cinco cartas que no rebasan las 40 páginas en total del libro. Todas ellas llenas de pasión por el amado.
Su primera correspondencia dice: Considera, amor mío, hasta qué extremo has sido imprevisor. ¡Ah, desdichado, te has traicionado y me has traicionado con engañosas esperanzas! Una pasión sobre la cual habías construido tantos proyectos placenteros sólo te causa hoy una mortal desesperanzas, apenas comparable en crueldad a la ausencia que la provoca. ¿Y qué? ¿Esta ausencia, a la que mi dolor, pese a su ingenio, no logra dar nombre bastante funesto, me privará para siempre de mirar esos ojos en los que tanto amor veía, y que me daban cuenta de aquellos afanes que me colmaban de dicha, me valían lo que ninguna otra cosa, y me bastaban? Los míos, ¡ay!, carecen de la única luz que los animaba, sólo les quedan lágrimas. Y no los he destinado a otro uso que al de llorar sin pausa, desde que te supe al fin resuelto a una partida tan insoportable como para hacerme morir en poco tiempo. Sus primeras palabras nos hacen ver que la relación ya tiene tiempo. Que la pasión y las miradas en los dos han pasado por diversos escenarios como para que la monja sienta que ha encontrado el amor, pero más aún, una pasión que le devora. Europa, que perdona los desvaríos amorosos, pero no los políticos o las batallas del intelecto. Sor Juana Inés se atrevió a competir —sin querer quizá— en el intelecto con el padre Vieyra, sacrosanto sabio portugués, y así le fue los últimos cinco años de su vida: un infierno, alejada de sus libros, y de toda posibilidad de vivir medianamente en su amor por la sabiduría, que ella llamaba: no saber más, sino ignorar menos.
Cartas de la pasión, cuánta belleza en sus palabras. En la segunda dice: Hace poco me designaron portera del Convento. Todos los que me hablan creen que estoy loca, porque ni sé lo que les contesto. Las religiosas deben estar tan insensatas como yo, para haberme creído capaz de alguna responsabilidad. Envidio la suerte de Manuel y de Francisca ¿por qué no estoy siempre contigo, como ellos? Yo te habría seguido, y seguramente te habría servido más de corazón. No deseo otra cosa en el mundo que verte ¡Te acuerdas de mí por lo menos?. Escritas desde y con el corazón. Así nos decía en ciudad de Toluca, Guillermo Fernández García: escriban con el corazón y no con rebuscadas palabras que nadie entiende. Sencillez y alma por delante, sin que domine la técnica sobre las emociones, diría. En la tercera expresa: ¿Pero acaso no debía estar a tu disposición lo más precioso que tengo? ¿Y no debo estar satisfecha de haberlo dispuesto así? Me parece incluso que ni siquiera estoy satisfecha de mis dolores ni del exceso de mi amor, aunque no pueda, ¡ay! jactarme mucho de estar contenta de ti. Vivo, infiel que soy y hago tanto por conservar mi vida como por perderla.
Una y otra vez los textos de estos textos reflejan pasión al filo de la navaja, a un paso del abismo. Al final le escribe: Pero no quiero saber más de ti; es de loca repetirte estas mismas cosas constantemente. Tengo que dejarte y no pensar más en ti. Mariana vivió 83 años, Sor Juana sólo 48. Una vivió en la pasión del amor, la otra, murió por su pasión y amor a la sabiduría.