DE LOS ÚTILES ESCOLARES … A LOS INÚTILES ESCOLARES

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Los hombres han nacido los unos para los otros; edúcales o padécelos. MARCO AURELIO

 

 

Cómo han cambiado los tiempos en México: antes los alumnos mantenían la ilusión por la llegada de los útiles escolares; hoy, hay desilusión por la llegada de los inútiles escolares ( los libros de texto gratuitos).

Y no es para menos, da pena ajena. Ya no entraré en detalles de los errores, gazapos y ridiculeces en que han incurrido todos los responsables de su producción.

Estamos retrocediendo al siglo XIX cuando a los estudiantes se les instruía y no se les educaba.

La diferencia entre instrucción y educación radica en sus enfoques y alcances:

La instrucción se refiere al proceso de impartir conocimientos específicos, habilidades o información a alguien. Implica proporcionar directrices o direcciones claras sobre cómo realizar una tarea o aprender un tema en particular. A menudo se centra en la transmisión de información y habilidades específicas, sin necesariamente profundizar en el contexto más amplio o en la comprensión completa del tema.

Por otro lado, la educación es un proceso más completo e integral que implica el desarrollo intelectual, social y emocional de una persona. Busca fomentar la comprensión profunda, el pensamiento crítico, la creatividad y la capacidad de análisis en una variedad de áreas. Además de transmitir conocimientos y habilidades, la educación también se enfoca en inculcar valores, ética y perspectivas más amplias sobre la vida y el mundo.

Así las cosas, mientras que la instrucción se enfoca en la transmisión de información y habilidades específicas, la educación es un proceso más amplio que busca el crecimiento integral de una persona, desarrollando su capacidad de pensamiento crítico y su comprensión profunda del mundo que lo rodea.

 

En los últimos ciento cincuenta años, se conocen pocos presidentes que hayan mostrado gran interés particular por la educación. El primero fue Juárez cuando en 1876 llama a Gabino Barreda para organizar la Escuela Nacional Preparatoria; el segundo Porfirio Díaz, que autorizó en 1906 la creación del Ministerio de Instrucción Pública, encargo dado a Justo Sierra.

Vendría Obregón con José Vasconcelos. Los subsecuentes, más enfocados en la educación tecnológica y universitaria; fue López Mateos, quien volvería su mirada a la educación primaria, instituyendo los libros de texto gratuitos de la mano de su brillante Secretario de Educación, Jaime Torres Bodet.

Para nuestro infortunio, tuvo que transcurrir poco más de un siglo, para pasar de la instrucción educativa a la destrucción educativa. ¿Saldrá el país con bien de tan dura prueba?

Saldremos, siempre y cuando se siga el testamento educativo de uno de los pioneros de la investigación educativa en nuestro país, Pablo Latapí Sarre (1927-2009) maestro en Filosofía y doctor en Ciencias de la educación por la Universidad de Hamburgo (Alemania), promotor de instituciones y formador de especialistas, interesado en articular la investigación con la generación de políticas públicas. En 1963 fundó el Centro de Estudios Educativos. Gabriel Zaid nos recuerda aquí parte de su legado:

Educar bien es ante todo formar el carácter: la disposición moral de la persona, su temperamento y compostura, la congruencia entre pensar y obrar, el conjunto de sus convicciones, virtudes y actitudes adquiridas; un sentido de finalidad que engloba y afecta todo lo que llamamos nuestra vida; la asimilación consciente de que la vida conlleva un imperativo de autorrealización y una aceptación del esfuerzo necesario, lo cual requiere disciplina en el uso del tiempo y capacidad para organizar las actividades propias y de los demás.

La inteligencia debe ser educada por medio del lenguaje. Pensamos porque hablamos, pensamos como hablamos. Una inteligencia bien educada tiene conocimientos generales para ubicarse en el mundo (cultura general); tiene destrezas fundamentales para pensar con sentido crítico y seguir aprendiendo por su cuenta; tiene conocimientos especializados para desempeñar tareas productivas. La cultura general debe incluir la perspectiva histórica que permite entender mejor el presente. Las destrezas intelectuales deben incluir la capacidad de expresarse y convencer. La educación debe tomar en cuenta el salto que se produce a los once o doce años, cuando empieza la autoconciencia y el diálogo con uno mismo, cuando se descubre la maravilla y la riqueza de pensar.

Hay que educar los sentimientos, porque también pensamos con el corazón, al grado de que la aceptación o rechazo de un argumento se liga a nuestras simpatías, antipatías, prejuicios y deseos. Volverse consciente de esta complicación es indispensable para aprender a pensar, para someternos a una reflexión autocrítica continua y lograr la objetividad. La educación de los sentimientos va más allá: al cultivo de la imaginación, la creatividad, el aprecio de la belleza, la sensibilidad para los sentimientos de los otros, la compasión, el sentido humano. El éxito es importante para el desarrollo personal, pero la educación limitada a ciertas formas de excelencia y competitividad produce analfabetos en el desarrollo de sus sentimientos.

Hay que educar para la libertad y su ejercicio responsable. En la libertad culminan el carácter, la inteligencia y los sentimientos. La libertad incluye el respeto al propio temperamento y la capacidad de reírse de uno mismo: de los absurdos que nos acompañan y de nuestras propias miserias. La libertad nos instala en la autonomía moral, donde nos construimos y (con otros) construimos la vida común. La libertad integra los valores con el deseo, esa gran fuerza oculta que pone en movimiento nuestra vida psíquica. Integra el querer ser con el deber ser. Llegar a creer en algo (o en alguien o en Alguien) para darle sentido a la vida es tan necesario como mantener vivo el asombro ante los esplendores de cada puesta de sol y todos los milagros de la vida cotidiana.

Cierro con una frase de Montaigne: El niño no es una botella que hay que llenar,  sino un fuego que es preciso encender.