Dos prosas poéticas…

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Gritos rebeldes

Dejemos de ser estatuas sin sentido. Seamos arena moldeable; perfectas profecías, excitante lodo arrastrándose entre lluvias de agosto, salpicando flamas en incendiarios muebles de alcoba sin cortafuegos.

Deslicemos sollozos en paredes, en sillas ausentes; debajo de la cama inflémoslos con helio, para que salten de suspiro en suspiro, y sólo encuentren refugio en alcahuetes silencios.

 

Los sollozos más rebeldes, arrójalos en cajones del tocador. Sepúltalos en la garganta. Desaparécelos entre huellas que deja el viento al mover los esqueletos del jardín.

Ven, repara mi juicio con líquidos de alfalfa; inclínate un poco. Estira los brazos para detener la cama que mueven nuestras olas. Déjame ser tu apoyo, colocarme tras de ti; dulcemente aprisionar tu cintura. Ya no se mueve la cama, pero quiero verte hacer piruetas; brinca, brinca.

Brinca…

Te juro que no te suelto.

El contacto de la piel

Hay besos que no pasan de las comisuras. Se pierden caminando a un costado de los corales; de las semillas a punto de germinar, de las caricias descalzas. Mueren sin huella, sin atarse a la piel.

Son palabras guardadas en la punta de la lengua. Encerradas en las esquinas de un libro. Atiborradas de flores y perfumes; y canciones que tiemblan al desnudar nuestros versos.

Golondrinas que no cruzaron las fronterizas bragas. Huyeron. Saltaron. Moviéndose ataron sus alas; cerrando las piernas. Se desplazaron con ojos atados, velando desnudos de soberanas retraídas.

Se derrama el nerviosismo en nuestra piel, en las manos. Hay tartamudeos en los bríos; medrosos ombligos alborotando ansiedades. 

Seguimos flotando en busca de besos que no se atreven a concebir.