Duelen los balazos y las penas de amor (FRAGMENTO)

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El catedrático y escritor Axel García se ponía a escribir que era el método donde vaciaba cierto escondido coraje hacia las injustas condiciones que se vivían en su jodido país. 

Su rutina diaria: hogar, cátedra, escribir en su cubículo, se rompía cuando los viernes en la tarde se metía a La Cascada, una cantina del centro de la ciudad con todos los ingredientes para aliviar ciertos males del corazón: tragos bien servidos, dos viejos cantantes bohemios que le hacían recordar lo que pretendía irse  sin más, botana sabrosa y si querías ver deportes, en el centro del bar una pantalla de plasma congregaba principalmente a los fans futboleros y por el desestrés de los alcoholillos, del ambiente y de sus contados diálogos o  soliloquios en el bar surgían relatos y tramas que enriquecían su novela. 

Ayax rara vez hacía migas con los parroquianos, pero eventualmente se dignaba hablar de los últimos acontecimientos noticiosos e incluso de deportes que apenas conocía, en el ínterin se tomaba máximo 5 roncitos de Apletton, pagaba y a medios chiles se metía al estacionamiento donde descansaba su Chevrolet 2009.

Con excepciones cómo los dominicales paseos con Amalia así era su rutina vivencial, así iba y venía y la costumbre, el burócrata vivir, el hacer lo que Dios manda, introducía a Ayax en el dicho de ser un hombre más en la multitud.    

Un poco diferente era la vida y obra del respetable burócrata Ricardo Perfecto de la Cruz; pa’ nombrecito le decían en la oficina, apellidos por cierto que no coincidían con su estilo y modo de ser, pues Don Richard como le decían en la chamba, fuera del trabajo era asiduo asistente a museos y presentaciones de libros, amén de borracho, mujeriego y jugador.

Don Ricardo, era un solterón empedernido que no cuadraba con soltero maduro, gay seguro, pues él, en las no tan contadas ocasiones de destrampe con los cuates del oficio era magnífico guía y animador de la visita a los congales clandestinos de Santa Clara y Ecatepec. 

Richard empleado de elite del departamento “B” de Egresos de la Secretaria de Hacienda, era lector irredento: se jactaba de haber leído a gran parte de los clásicos de la literatura universal y cuando saltaba una duda ortográfica o sintáctica en un escrito, los demás compañeros ya sabían a quién acudir.

Para sus amigos de la oficina, la vida de Richard Perfecto no tenía chiste: viviendo en su viejito departamento de Tlatelolco, cumplía religiosamente en el trabajo, presumía de su visita los fines de semana a conciertos y demás, empero al verlo llegar los lunes ojerudo y con etílico olor, los caballeros que tenían más mundo conjeturaban que era un briago hipócrita, pero como fuera, todos coincidían que al otoñal burócrata como que le faltaba una vieja

Parte de la otra vida de Don Ricardo se develó o como dicen los españoles se desveló un poco cuando un compañero de chamba lo vio entrar a La Cascada una vieja taberna de bohemios y sibaritas. Decían que era un alcohólico que ocultaba un drama interior y su tinte intelectualoide le daba un halo misterioso al no tan perfecto Ricardo.  

Difícil recabar muchas y buenas pruebas; el grupito  –eran sólo dos peritos– encontró  contaminado el escenario criminal: parece que un perro había dejado su huella, igual que una ligera lluvia nocturna. Más fotos tomadas y la escobetilla que hurgó entre los matojos fue lo rescatable que fue que ahí mismo los habían ejecutado; lo demás lo iban a decir las necropsias. No sería necesario limpiar la sangre ni colocar las cintas amarillas que prohibían pasar. Y así con el hoyo en la frente del tiro de gracia, los que en vida fueran dos jóvenes; una mujer y un hombre, ingresan a la camioneta de la SEMEFO CDMX.

Aunque el Departamento de Homicidios era, burocráticamente, una rama del árbol de la PGR, en realidad era el mero corazón de la corporación, así la elegante oficina del diplomado del Estado Mayor, Jaime Manrique, estaba limpia y acogedora. Al fondo, los retratos de EPN y del mero jefazo, el General Evodio Murguía y en el escritorio: pin, pas, la familia de Manrique; sonriéndole al clic de la cámara. 

No creas que me gusta tenerte aquí, Godínez, pero ni modo. Aquí te lo advierto, trabajamos con más inteligencia que fuerza… ¿entendido? Leopoldo Godínez García no lo dijo pero lo pensó: ¿Y allá no, pendejo? Ahí más porque tratamos con locos, influyentes y hasta nosotros nos contaminamos. No oía, trataba de no oír pendejadas. Veía mover la boca a Manrique. Se sentía una mierdita, una pinche basurita que barrían de aquí para allá y todo por tratar de poner las cosas en su lugar. Y ya se había dado cuenta: no cuadraba con la disciplina que le querían imponer los de arriba, la mayoría, lambiscones a sueldo. El jefe de Homicidios seguía moviendo la  boca  y  en  el  ejercicio  mental que hacía para no estallar, Leopoldo  –El Tiburón para la mafia tepiteña– seguía  con su sordera, pensando en otras cosas y, en este momento, en cómo diablos reconquistar a esposa e hijos. 

– ¿Entendido?¡Te estoy hablando!

Entendido

Ya no miras ni sientes. Exánime, frío, dormido para siempre dejas que cuchillo, sierra y escalpelo vean lo que hay dentro de ti. 

La autopsia dio muchas luces: no habían sido golpeados, ni la mujer violada. Él había comido pastes y frijoles. Aunque muertos los llamados ejecutados de Pantitlán, hablaban. 

Habían estado fuertemente atados de las muñecas y, pegosteosas, las huellas en la boca, indicaban que con cinta canela les habían tapado el canal del habla y el grito. Y lo ya sabido; que los habían matado ahí mismo y como hace 10 horas. La ropa y lo que contenía, también habló: increíblemente, sus efectos personales estaban intactos: ella conservaba la cartera, maquillaje, rimmel, boletos del metro y hasta dinero suelto; y respecto al caballero, igual, los efectos personales completos, ni la credencial del INE les quitaron. 

Lo demás también sorprendió a los médicos legistas: mujer joven, de 26 años, 7 meses, 4 días, la exactitud provenía de su documentación, el nombre: Santa Higareda Martínez, soltera y con domicilio en Degollado 113, en el centro de CDMX, y en la bolsa había todo lo que quiera y mande, hasta unos chiclets Adams. Y solo, en medio de la frente; el hoyito del balazo de una 45, escuadra 9 mm. Y del hombre, igual: un descifrable mapa: su ropa indicaba que no era un miserable. Y lo que contenía su cartera daba pelos y señales de Arturo Pérez Abella, 41 años, antropólogo y ¿médico? Y con domicilio en Horacio Zúñiga 639 «B» en Ecatepec.

Los avezados legistas sonrieron: como si los pinches asesinos quisieran mostrarnos ¿qué?, que son diferentes a los comunes delincuentes, que están ensayando nuevas teorías homicidas, total, esto está medio raro. 

– Oye y qué tal si la solución está en que eran pareja y…

– Por lo pronto déjalo, mejor que sean los de Homicidios los que lo desentrañen. 

– Para mí que esto es pan comido. 

– No creas. Si los datos son tan visibles, los que cometieron los homicidios no son novatos.

– ¿Se puede?

Ayax, metido en su cubículo y embebido en su ensayo sobre los clichés que se usan en las novelas y el cine que hacen predecible la continuación de la trama, despertó de la reflexión.

La voz femenina, fresca, juvenil, lo sorprendió.   

– Si. Respondió mecánicamente, dejando la pluma sobre el papel.  

Entonces violó el umbral de su cubículo una joven guapísima, más adolecente que mujer hecha y derecha a la que, el casi viejo Ayax identificó como una de sus alumnas.

– Perd… on maes-tro, ¿no lo interrumpí? 

– Para nada. Pasa

El maduro maestro al sentir la luz de la presencia de la joven cambió de chip mental y la invitó a sentarse. De pronto tenía frente a él a la vida en pleno. Cierto que diariamente y durante años habíase rozado con la joven savia del árbol universitario pero la costumbre, fría separación generacional, evitaba ver que el trato era con seres humanos, jóvenes, vitales, con intensa vida propia. 

La joven parecía turbada y él para hacerla entrar en confianza trató de romper el hielo: 

– No me interrumpes y además que bueno que tienes la confianza de venir a charlar. 

– Es que maestro, la verdad desde cuando que quería venir a platicar con usted, es que mire, su clase me gusta porque nos hace pensar… 

¡Que guapa! Ayax al verla con las hermosas piernas cruzadas, chapeada, los ojos enormes, negrísimos, pero apretando la mochila, notó que todavía no entraba segura a la charla y buscó hacer expedito el paso confidente: 

– ¿Vas en el 5º semestre y tomas literatura? 

– Si maestro. 

– No me acuerdo de todos, disculpa ¿Cómo te llamas?

ESTA FUE UNA PROBADITA DE LA NOVELA QUE PUEDEN ESCUCHAR Y VER EN YOUTUBE Y QUE PARECE TUVO ÉXITO. OJALÁ LES GUSTE.