Egos dañinos

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Todos los seres humanos tenemos un ego que nos permite, como seres humanos, reconocer nuestro yo; quien diga que no lo tiene miente, pues se trata de una condición natural en la conformación de la personalidad de cada individuo.

El ego, desde la perspectiva Freudiana, es el equilibrio entre el ello, conformado por deseos e impulsos y el super yo, conformado por la moral y las reglas que el sujeto respeta en sociedad; es decir, se trata del balance que permite al hombre satisfacer sus necesidades dentro de los parámetros sociales.

El ego evoluciona con la edad y busca que los deseos que tenemos se cumplan de manera realista; se constituye en el primer paso para reconocer y experimentar, entre otras, alegría, castigo o culpabilidad.

Es decir, los seres humano vamos construyendo ese ego de experiencias y resulta un catalizador de conductas que debiera orientarnos a una visión realista de cada uno de nosotros; el gran problema es que hay quienes no logran este punto de mediación, y convierten su ego en una poderosa herramienta para manifestar una visión tergiversada de la realidad, al punto de transformarse en entes pagados de sí mismos y con una arrogancia que les hace suponer que nadie les merece.

Personas con un ego crecido, sienten que todo trabajo les queda chico y asumen que todo lo que parezca un acto que les degrade es una agresión personal; por ejemplo, profesores que un ciclo escolar trabajaron con quinto año y para el siguiente son requeridos para tercero, asumen que es un castigo porque les han degradado.

Esta postura, es errónea, pues un profesor bien formado tiene la capacidad de enfrentar los retos de cualquier nivel educativo; más bien, se trata de una percepción equivocada que les hace creer que valen más o menos dependiendo de las tareas que le son asignadas.

Lo mismo sucede en el ámbito profesional, personas que laboran en una empresa grande dentro de un corporativo y que, por necesidades de la propia organización, son reasignados en otro espacio del consorcio, de menor tamaño, situación que es vista como una agresión.

El ego, mal manejado, no es otra cosa más que un exceso de autoestima; sin dejar de recordar que hay dos términos derivados que también le aluden. Por un lado, el ególatra, que es la persona que tiene un amor exagerado por si misma, y por el otro, el egoísta, quien no sólo tiene un amor exagerado de si mismo, sino que además antepone sus intereses por encima de los de las personas que le rodean.

Recién testimoniamos como un personaje de la vida pública, el más representativo, entregó un bastón de mando a quien considera su heredera; el acto, por sí mismo, habla del ego con que se mueve el personaje, al punto de otorgar poder a otro, asumiendo que él es el enormemente poderoso. Sorprende como las cosas simplemente pasan sin que haya un análisis profundo; es claro que somos lo que hacemos, somos lo que decimos, somos lo que proyectamos.

Esos egos son dañinos, no abonan a la sana convivencia y condenan a las sociedades, a las personas a un final nada agradable.

horroreseducativos@hotmail.com