EL AMPARO ETERNO

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Un día la Reina despertó en su Reino. Se sentía rara, inquieta, algo le pasaba, pero no conocía sobre el tema. Eran las hormonas, había crecido y ya era toda una hembra. De pronto, las hormonas la vencieron, no puede ir contra su naturaleza. Al pasar de los días,  se cruzó con él, el Rey. Y consumaron el acto del apareamiento. El Rey se marchó sin dejar rastro, ya había conseguido lo que quería, poseerla y seguir su camino, buscando otro Reino y con él otra Reina. También, era promiscuo. La Reina  se quedó sola, su vientre empezó a crecer, no sabía lo que le pasaba, sólo sentía dos corazones latiendo dentro de ella. Pasaron los meses y llegaron ellos, los mellizos, ella y él. Tuvieron la suerte, porque realmente se llama suerte, de ser criados por su madre biológica.

La Reina, su madre, los cuidaba, los mimaba, los bañaba, los alimentaba, realmente una excelente madre, que tenía la ayuda de su nana quien moría por los mellizos y cuidaba mucho de la Reina también. Ellos eran felices, tenían una casa, una madre, una nana, abrigo, cuidado, alimento y sobre todas las cosas cobijo y seguridad. Un día cualquiera, no recuerdo el día exacto, la Reina  no despertó, yacía dormida en su lecho de muerte,  sin moverse, los había dejado para siempre y su nana también, las dos habían muerto, sin explicación alguna más que el famoso llamado destino. Los mellizos no entendían qué pasaba, estaban perdidos y lloraban sin saber a dónde ir o a quién acudir. Eran muy chicos para hacerse valer por sí mismos. En medio de su desasosiego y gran pérdida sufrida, buscaron la forma de salir de su reino y huir sin rumbo alguno, pero juntos, protegiéndose el uno al otro, dispuestos a dar su vida por su clon, su otra mitad, porque ellos tenían claro que eran mellizos y que debían permanecer siempre juntos y protegerse.

Tenían claro que se habían quedado solos y que ahora les tocaba sobrevivir, porque vivir no les iba ser fácil.

Después de días de caminar sin rumbo, durmiendo debajo de techos de cualquier casa o callejón que se les cruzara en el camino, un día de otoño, bajo una lluvia que no tenía cuando parar, los mellizos escondidos y temblando sollozaban, tenían miedo, frío, hambre, estaban débiles y sobre todo desprotegidos y su lucha en dupla contra el mundo y sus adversidades naturales, los estaba aplastando y dejando lentamente sin salida y sobre todo próximamente sin vida.

Una mujer pasaba por ahí, suelta de huesos, feliz, bailando mientras que daba pasos largos pisando los charcos de agua y sonriendo. La mujer frenó en seco, escuchó un sollozo suave, débil, casi casi imperceptible, producto de la debilidad de quien lo exclamaba. Se acerca al callejón sin salida encuentra a los mellizos, él temblando de miedo y frío, pero sin llorar y ella, llorando suavemente, frágil, mojada con los ojos tristes pero con un brillo especial. La mujer, los abraza, los besa y les dice, no tengan miedo, estarán a salvo conmigo. Claro por dentro, la mujer se decía a ella misma, ¿qué voy hacer con estos dos seres bellos, indefensos que a la vista está no tienen familia y han sido abandonados cruelmente? Y ella misma se contestaba: ya veré, lo importante ahora es darles cobijo, comida, calor y un buen baño. Se fueron junto a la mujer a su casa, no era la mansión donde habían nacido, pero para ellos era el mundo entero, el mundo donde iban a encontrar amor, calidez, cuidado, comida, abrigo y seguridad. Después de bañarse, ponerse cómodos, comer hasta empacharse (estaban casi muertos de hambre), la mujer les preguntó su nombre y ellos le dijeron que sus nombres no los querían, porque les recordaba todo lo que habían tenido que pasar en los últimos días y les hacía mucho daño.

La mujer era fanática de las películas de Disney y su favorita era el Rey León. En honor a aquello los llamó Nala y Simba. Ellos sintiéndose importantes con aquellos nombres y de donde provenían aceptaron felices, se acurrucaron y pegados uno al otro (como si los fueran a querer separar) se durmieron plácidamente gozando de lo que querían: amor, comida, abrigo y seguridad.

Pasaron los años y ahora cuenta la historia que…

Nala y Simba son inseparables y a la vez distantes cuando quieren. Pocos hermanos logran amarse como ellos. Se pelean también, no crean que todo es color de rosa, tienen sus diferencias bien marcadas.

Nala es una digna princesa, esbelta, parece una esfinge, tiene garbo al caminar, es serena, sutil, escurridiza con quien quiere y con una coquetería innata que vuelve loco a cualquiera.

Simba es un príncipe encantado, es paciente, sereno, a pesar de ser temeroso, finge no tenerle miedo a casi nada, y le encantan los riesgos.

Nala es analítica, súper temerosa o diría que precavida, porque cuando tiene que defenderse de cualquier amenaza cercana, no duda y menos huye.

Simba es enamorador, es querendón, meloso y sobre todo manipulador cuando quiere conseguir algo, sobre todo su postre favorito o un juguete nuevo.

Nala cuando se enfada muestra su carácter y es ahí donde marca su espacio personal y saca la fiera que lleva dentro.

Simba fluye con la vida, él tiene su propio mundo, ama las mariposas y le encanta perseguir palomas para jugar con ellas y es capaz de tirarse de un cerro creyéndose Superman.

Nala es sabia, tiene unos ojos nunca antes visto, llenos de misterio, de paz, de calma. Su brillo es algo especial, que cautiva al instante, sin mayor esfuerzo, a quien mira.

Simba es vulnerable al frío, muy friolento, ese es uno de los motivos por los cuales juega todo el día, va de un lado para otro, un real terremoto, según él, así entra en calor constante.

Nala ama el silencio, algunos la llaman antisocial, yo más bien diría que es selectiva y es demasiado independiente y sobre todo observadora.

Simba no sabe pasar desapercibido, siempre se cae, se choca con las cosas, es despistado, torpe y codependiente a diferencia de su hermana, para él es la única manera de mantenerse entero.

Nala le gusta comer, pero eso sí, sólo lo que a la princesa le provoca y le agrada. Suele aburrirse rápido de la comida y hacer huelga de hambre con tal de conseguir el plato que ella quiere.

Simba es el famoso tragaldabas de su casa, su madre vive preocupada porque come demasiado, incluyendo la comida de Nala que siempre deja restos en el plato.

Nala y Simba son felices, algunos quienes los conocen dicen que inclusive más felices de lo que hubieran sido si se quedaban con la Reina. Eso no lo sé, aunque muchas veces pienso que sí y me llena de paz, me da constante fortaleza para seguir en este camino arduo, cuesta arriba, contra la mitad del mundo, pero maravilloso, llamado: El camino del rescate, el camino de salvar seres que no son humanos, pero muchas veces, diría que en gran porcentaje, mejores que ellos. El camino de salvar cuadrúpedos en este caso particular, llamados gatos, esos felinos, pequeños tigres, que merecen ser salvados, porque son el misterio más grande de la vida y la bendición, sanación y protección infinita del universo.

A ellos y a todos

Con el corazón,

Su amparo eterno, su rescatista.