El callado infierno

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La película de la vida real es más cruel que la real vida: Le gana al hombre invisible que cuando menos tenía autor. Es más angustiante que un terremoto o un tsunami porque estos tienen principio y fin: se anuncian epicentros, horas, término.

Lastima a los países más débiles o menos avanzados para conseguir vacunas. Se dice: Hubo tantos muertos en el terremoto de China y ya; aquí día a día –como permanente guadaña– aumenta el número. Te fracturas un pie e ibas a tu operación,  ahora puedes salir con férula y con Covid-19.

Es un infierno callado, triste, continuo y tu enemigo puede ser tu amigo (a). El prójimo puede ser contagiante… o tú mismo.

Cambió hasta la despedida del mundanal ruido: Ya no mirarás a quien quisiste ni ellos (as) a ti. Solo un cubito con tus cenizas que se quedan presas en el minúsculo nicho de un iglesia –un negocio más del clero– el día de muertos ¿Quién cabrá en  este lóbrego pasadizo en el que están decenas más? Entonces el café con piquete, tus anécdotas, las flores, el lento caminar por el campo santo… by, by.

Es otro el mundo. La frase no somos nada embona con precisión, lo de polvo somos no fue metáfora.

Y el injusto mundo se desnudó: países con vacunas de sobra, Haití ni siquiera con el 1%. El desigual reparto de lo que debía ser de todos, además de llenarme de cólera, las preguntas me parecen ofensivas a la humanidad: injusticia, desigualdad, dolor. Y aunque filosóficamente lo veas como naturales males de la condición del hombre… mh… triste vida. Queda cierta mi aseveración beisbolera de que unos vienen al mundo con dos strikes en contra y otros con tres bolas a favor.

Y ahora más que nunca a los defensores de las desigualdades, los KuKluxKlanes, los intolerantes sobre sexualidad, los ratas y mentirosos debemos… ¿Qué diablos hacer para que no nos domine la ira? Ahora se ve –antes la nublaban los medios al servicio de la lana– que las aguas no seguían el justo, el debido cauce de lo que debía ser; que unos cuantos, detentando casi el total y otros con NADA, desde la óptica que así es no tiene el mínimo sustento.

Localizo otros males: quien, pequeño comerciante, no pensionado y cien más ve menguados sus haberes y se halla al borde de la inanición y la muerte y lo mental: aprisiona tu pensar, enciérrate en ti o afronta el riesgo de reunirte con tus cuates y contágiate a ver qué, la TV, pasas de uno a otro canal… y nada. Y los estadios llenos de inconscientes.

Hasta aquí. Debería terminar con la narración de un moribundo por Covid-19, que entre los vapores de su máscara como astronauta ve el otro mundo: damas y caballeros de blanco aferrándose y el pensando apenas en porque no creyó en que por este maldito flagelo podía morir.

Y por favor: cuidémonos.