El Canon de Carlos Fuentes

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En suplemento Babelia, del periódico El País, de España, hace algunos años sacó en su portada una revisión que le hacen a nuestro escritor mexicano, al encontrar una especie de Canon sobre los mejores libros escritos por latinoamericanos en el siglo XX. Un siglo que puso las letras hispanoamericanas de manera definitiva a nuestro idioma en la palestra de las mejores lenguas creadas por el hombre en la Tierra; idioma de este continente americano que leemos o hablamos más de siete centenas de millones el español.

 

Hace unos días escuchaba en la TV que el idioma inglés está compuesto con más de 6 mil palabras ya reconocidas, y que el español se encuentra en la actualidad con más de 12 mil palabras reconocidas. Me dio gusto saber esto y me hizo comprender la riqueza de nuestro idioma, que es uno de los lenguajes más hablados en este planeta con ya casi 7 mil millones de habitantes. Y esto, porque en esa insistencia de ciertos seres humanos de considerar las modas y las tecnologías como lo más acabado, en este caso se acostumbra decir que con sólo leer el idioma inglés es más que suficiente. Bueno hasta nuestro idioma luego es vituperado o menospreciado, siendo que es uno de los más acabados que ha dado la humanidad en toda su historia.

 

En otras palabras, la revisión al libro último de Carlos Fuentes, cuyo título es: La gran novela latinoamericana, de 440 páginas, editada por Alfaguara, en España,  tiene mucho de importancia, pues desde México nos pone a meditar en los libros que son parte vital de nuestra lengua. Reflexiono que los libros que presenta nuestro novelista, cuentista y ensayista más reconocido, son resultado de sus lecturas, de sus amores por las letras hispanoamericanas en general, pero en particular por los autores y libros que son para él, base del gran siglo que vivió nuestra lengua el siglo pasado.

 

Babelia hace aparecer 11 libros como emblemáticos de los gustos del autor mexicano, son los que cita nuestro novelista prolífico, en primer lugar hace un reconocimiento a la obra maestra de Jorge Luis Borges, el argentino que da a nuestra lengua el lugar de las grandes concepciones tanto en su intelectualidad como en su espiritualidad: El Aleph, libro que hemos leído y nos comprueba el pensamiento dialéctico, filosófico en toda su profundidad que fue materia de estudio y de escritura del genial argentino que fue a la vez universal y muy de su pueblo. Recordemos su poemario Fervor de Buenos Aires. Debo decir que Carlos Fuentes no cita aquí a nuestros poetas, y nos comprueba una cosa, los géneros tienen su propio Canon, y eso es magnífico para quienes quieren estudiar su propio idioma a partir de sus propios autores.

 

Por eso me río cuando escucho que sólo debes saber hablar y escribir el inglés, pues es el idioma que ha de hablar todo el mundo. Y cuando uno va a París o Roma se encuentra con el problema de cómo entenderse en francés o italiano. Se dirá que todos debemos hablar el inglés y estoy de acuerdo, pero también, si es posible leer y hablar otros idiomas nos hace leer y escuchar a los pueblos en su sabiduría, al italiano leyendo a Dante Alighieri en su obra monumental de La Divina Comedia; o Los miserables del francés Víctor Hugo, pero en el idioma original con que fue escrito.

 

Leer las obras de Borges en el idioma que las escribió es la mayor delicia, así como leer Pedro Páramo de nuestro Juan Rulfo, es otro momento mágico, cosa que no se logra con las traducciones, ya porque impera el traduttore tradittore, que hace referencia a las múltiples traiciones que hace un traductor, sobre todo cuando no es un profesional de dichas tareas, y se pone a traducir pensando que sólo es cuestión de revisar diccionarios de todo tipo para comprender el alma que conlleva toda obra, sobre todo las clásicas que son parte de la cultura universal.

 

Leer en el idioma original a los autores es uno de los grandes bienes para aquellos que son políglotas, lo que me hace recordar a mi maestro Iván Illich, al que vi tan poco en la vida porque no valoraba que estaba, al visitarlo en Cuernavaca, Morelos, a un gigante de la sabiduría. Recuero que en aquél año de 1975 cuando fui a su curso sobre el tema de Némesis médica, su figura largirucha y llena de actividad, no me hacía saber que estaba ante un gran hombre que me insistía que había que hablar varios idiomas: él me decía que por la mañana estaba estudiando el árabe antes de desayunar, y no recuerdo que otro idioma.