EL DESTINO Y EL HOGAR DE LA CONCIENCIA
Con frecuencia erramos al pensar que el nivel de entendimiento es equivalente al nivel de conciencia. Sólo porque leas la Biblia y entiendas sus mensajes, o porque leas el Sutra budista y puedes interpretar sus enseñanzas no significa que tu conciencia esté a la par con la de Jesús o la de Buda. Entonces, ¿sobre qué base puedes evaluar el nivel de conciencia de una persona? Y lo más importante, ¿cómo puedes medir el progreso de tu propio nivel de conciencia?
Existen dos estándares generales para evaluar el nivel de conciencia. El primero es tu propósito en la vida. ¿Para qué vives? Dos personas pueden realizar el mismo trabajo para la misma compañía y, sin embargo, su propósito en la vida puede ser totalmente distinto. El segundo es dónde mora tu conciencia. Esto se refiere al equilibrio de tu conciencia. Es el nivel al cual tu conciencia regresa más frecuentemente para descansar. El rango de conciencia de tres personas puede ser el mismo, pero el hogar o sea (el punto de equilibrio) de su conciencia es diferente.
Una vez que has elegido el nuevo “tú” entonces, debes comenzar a actuar y a comportarte de manera que se amolde a tu nuevo yo elegido y a su correspondiente nivel de conciencia. Con el esfuerzo continuo podrás mover el punto de equilibrio de tu conciencia a un nuevo nivel, haciendo de él su nuevo hogar.
¿A qué se refieren los enunciados anteriores?
Los enunciados precedentes hacen referencia, -si el individuo quiere cambiar su yo antiguo por un yo genuino- a tomar la decisión de desterrar lo que se ha dado en llamar prejuicios; lo que se ha dado en llamar atavismos. Los que necesariamente han forjado lo que también se ha dado en llamar el yo falso, ese yo que nos ha impedido crecer con libertad de pensamiento; ese yo que encierra miedos; que guarda rencores y que impide desarrollarse plenamente con la
libertad de eludir miedos infundados porque no existe razón lógica para su existencia, pero si son efecto de la educación castrante dada por nuestros ancestros la que en muchos casos nos ha creado complejos ya de inferioridad o bien de superioridad y en general grabaciones negativas sobre nuestra personalidad.
Para llegar a reinventarnos y desterrar atavismos y prejuicios, debemos analizar la causa de esos miedos y esas limitaciones. Ejemplo:
Cuando se da lectura a un libro conocido como la Sagrada Escritura normalmente el lector interpreta de manera equívoca algunas porciones de la misma:
“Pensar que solamente los pobres se van al cielo”
Si se analiza con detenimiento esta expresión se puede llegar a la conclusión de que éste es un sinsentido, pero los prejuicios no permiten al individuo ni siquiera atreverse a realizar análisis alguno porque consideran que es pecaminoso ese atrevimiento. De tal suerte que hay personas que creen efectivamente que para irse al cielo deben ser pobres y lo que se logra es el conformismo, así como la frustración y el fracaso.
De igual manera sucede cuando creemos en la existencia de un infierno que será la sala de reposo para quien se porta mal.
El actuar bien o mal no es un determinismo o un designio divino; ni herencia alguna de nuestros ancestros, sino una decisión, pero no solamente por libre albedrio, sino basada en un conocimiento previo, como lo es el de los valores, que, a su vez, hacen que el individuo si los internaliza, actúe de manera virtuosa. Esto significa ni más ni menos, que el comportamiento del ser humano al ajustarse a dichos valores, elimine toda posibilidad de conflicto, de equivocaciones, de errores y lleve una vida tranquila, activa, productiva, pero que nada tiene que ver con castigo alguno.
La conducta basada en valores como una toma de decisión consciente libre y voluntaria nada tiene que ver con el miedo de irse o no al averno o a cualquier otra parte sin su propia voluntad; tampoco debe considerarse como un imperativo categórico como lo establecía Kant sino como una decisión libre; una decisión consciente; lo que provoca que es su voluntad le merezca una
gratitud permanente por haber alcanzado su propio yo; su yo autentico, el que a su vez le permite acercarse a su propio conocimiento y tenerse a sí mismo. Quien no se tiene a sí mismo no tiene nada, así posea riquezas o poder.
Hasta aquí dejamos la reflexión de hoy como primera de este nuevo año 2025. Gracias por su atención.
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