EL HOMBRE CON MINOTAURO EN EL PECHO

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Estimado lector, llama mi atención un concepto actual sobre el  abuso del poder cultural y la sobre valoración de ocurrencias provocadoras desde que la postmodernidad se venden conceptos y no obras, existe una tesis importante y reflexiva del mexicano Enrique Serna  considerado un autor contemporáneo cuyas producciones literarias se identifican con la posmodernidad y las teorías culturales que emergen en el marco de la globalización y del capitalismo de la segunda mitad del siglo XX, para sumergirnos en la construcción y el consumo de significados.

La obra “Hombre con minotauro en el pecho” es la historia de un personaje que desde niño ha padecido la suerte de llevar un tatuaje realizado por Pablo Picasso. A raíz de ese suceso, el personaje adquiere un valor artístico y su cuerpo deriva en objeto de análisis y de diversas interpretaciones. Esta situación lo condena a perder toda capacidad de representarse ante los demás como un ser humano.

De esta manera particular, la construcción de significados materializados se vuelca en un objeto de deseo, tal y como uno de los males actuales en esta época del consumismo se presentan como imágenes/objetos a los que se les atribuyen propiedades y significados que provienen de la necesidad de saciar un deseo por parte del sujeto que las percibe. Se trata de objetos simbólicos cuya apropiación contribuye a la construcción de la identidad de los personajes que buscan poseerlos. Esta apropiación se presenta como posible a través de dos mecanismos: la interpretación intelectual, y la adquisición comercial; a su vez, estos mecanismos están regulados por instancias que legitiman la posesión y que ejercen coacción a través de sus cuerpos de “vigilancia” y del capitalismo.

Comprendiendo lo anterior a manera de sinergia con la dinámica de vida actual, la seducción que ejerce la imagen no se presenta de una manera gradual, no es creada a través del descubrimiento paulatino de las virtudes de ésta; se trata de imágenes que cuando aparecen en el relato ya poseen una carga previa de valores socioculturales y económicos.

De esta manera el “Hombre con minotauro en el pecho”, se presenta elidido ese proceso por medio del cual el objeto se convirtió en imagen simbólica, lo que quiere decir que no sólo los personajes poseen esa información, sino que incluso el lector posee los códigos necesarios para advertir dicha dimensión simbólica. Este es un punto en el que me interesa detenerme, puesto que ofrece la posibilidad de explicar la forma en que un objeto deriva en imagen simbólica, y esto incidirá en la configuración de los personajes y del espacio diegético.

Lo que en teoría designa el minotauro en el pecho del niño, es decir, la imagen como tal, es el acto artístico de Picasso, pero es aquí donde comienzan los problemas, puesto que tal acto implica toda una serie de posibilidades de interpretación irónicamente representadas en el texto: por un lado el acto mismo (no la imagen); pero para el padre del niño, es una posibilidad de obtener dinero, para la señora Reeves, quien pasará a ser la apoderada legal del niño, representa su “debut en sociedad”, y para el narrador marca el inicio de su degradación como ser “humano”.

En la actualidad se potencializa esta idea de la ruptura entre lo externo y lo interno, en donde la superficie se asimila a la esencia y esto deriva no en un centro contaminado por el exterior, sino en la disolución de las fronteras que definen a uno y a otro. Esta ruptura surge precisamente, no de los atributos de los objetos en sí, es decir, no existe construcción esencialista de la imagen del minotauro; por el contrario, esta disolución surge del deseo y de la demanda de significado, así como de la posibilidad de acceder o no a éste.

En este punto podríamos decir que el hombre continua su búsqueda de significado descifrado por una lectura simple en los que el simulacro ha ocupado el lugar del acto “original”, pero la ironía excluye cualquier posibilidad de proponer una lectura basada en la nostalgia por el original, en todo caso, la degradación, el simulacro y la imitación adquieren un valor que está desligado de una verdad última; el medio, diría Mcluhan, es el mensaje, o la forma es fondo por sí mismo.