Este 2022 se conmemoran cien años de la publicación de Trilce (1922) de César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú 1892- Paris, Francia- 1938)

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Trilce (1922) es un libro fundacional en la poesía en lengua castellana, tanto del siglo veinte como del siglo que corre. Aun cuando Trilce es un libro insoslayable, para entender a Vallejo hay que considerar una lectura crítica de toda su obra poética. Desde Los heraldos negros (1918) hasta sus Poemas póstumos, el poeta peruano dejó señalado el rumbo de la poesía hispanoamericana de hoy. Y a pesar de que ni Pablo Neruda, ni Borges, ni Octavio Paz, nunca prestaron atención a su obra. Con el paso del tiempo, la de Vallejo despierta cada vez más el interés de la crítica literaria internacional y sus lectores aumentan.

   Dice el poeta mexicano Marco Antonio Campos: Vallejo conoció en vida cierto reconocimiento, pero no fama ni gloria. A su muerte se publicarían libros íntimamente ligados (Poemas humanos, España aparta de mí este cáliz, y, si se quiere, Poemas en prosa), que su viuda Georgette Phillipart disponía en cada edición como Dios le daba a entender. Escritos con una música verbal única e irrepetible, con una humanidad que desgarra el cuerpo y el alma, pero al mismo tiempo con una grave conciencia ante la vida, nadie que los haya leído, escapará a que en su corazón perdure la señal de la cruz del sufrimiento y la huella de la fraternidad con los desvalidos del mundo.

     Esos libros, esos milagros líricos, han hecho que, junto con Trilce, Vallejo sea el poeta latinoamericano que más influyó en nuestra lengua en el siglo XX, y me doy por suponer, también en el siglo XXI.

(¿Quién tropieza por afuera? Trilce, Cien Años Después. Edición de Miguel Ángel Zapata. Lima: Summa, 2022)

 

TRES POEMAS – TRILCE

XVIII

Oh las cuatro paredes de la celda.

Ah las cuatro paredes albicantes

que sin remedio dan al mismo número.

Criadero de nervios, mala brecha,

por sus cuatro rincones cómo arranca

las diarias aherrojadas extremidades.

Amorosa llavera de innumerables llaves,

si estuvieras aquí, si vieras hasta

qué hora son cuatro estas paredes.

Contra ellas seríamos contigo, los dos,

más dos que nunca. Y ni lloraras,

di, libertadora!

Ah las paredes de la celda.

De ellas me duele entretanto, más

las dos largas que tienen esta noche

algo de madres que ya muertas

llevan por bromurados declives,

a un niño de la mano cada una.

Y sólo yo me voy quedando,

con la diestra, que hace por ambas manos,

en alto, en busca de terciario brazo

que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,

esta mayoría inválida de hombre.

LVI

Todos los días amanezco a ciegas

a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,

sin probar ni gota de él, todas las mañanas.

Sin saber si he logrado, o más nunca,

algo que brinca del sabor

o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará

hasta dónde esto es lo menos.

El niño crecería ahíto de felicidad

                                      oh albas,

ante el pesar de los padres de no poder dejarnos

de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;

ante ellos que, como Dios, de tanto amor

se comprendieron hasta creadores

y nos quisieron hasta hacernos daño.

Flecos de invisible trama,

dientes que huronean desde la neutra emoción,

         pilares

libres de base y coronación,

en la gran boca que ha perdido el habla.

Fósforo y fósforo en la oscuridad,

lágrima y lágrima en la polvareda.

LXV

Madre, me voy mañana a Santiago,

a mojarme en tu bendición y en tu llanto.

Acomodando estoy mis desengaños y el rosado

de llaga de mis falsos trajines.

Me esperará tu arco de asombro,

las tonsuradas columnas de tus ansias

que se acaban la vida. Me esperará el patio,

el corredor de abajo con sus tondos y repulgos

de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,

aquel buen quijarudo trasto de dinástico

cuero, que para no más rezongando a las nalgas

tataranietas, de correa a correhuela.

Estoy cribando mis cariños más puros.

Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?

                                        ¿no oyes tascar dianas?

estoy plasmando tu fórmula de amor

para todos los huecos de este suelo.

Oh si se dispusieran los tácitos volantes

para todas las cintas más distantes,

para todas las citas más distintas.

Así, muerta inmortal. Así.

Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde

hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre

para ir por allí,

humildóse hasta menos de la mitad del hombre,

hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así, muerta inmortal.

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César Vallejo, en 1918 aparece Los Heraldos Negros, su primer libro de poemas, influenciado por el modernismo y el simbolismo. En 1922 publica Trilce, el gran libro hermético y luminoso de la vanguardia. En 1923 viaja a Europa y se afinca en París. Funda la revista Favorables París Poema, y conoce a Huidobro y a Gris. Al estallar la Guerra Civil española recaudó fondos para la causa republicana, y viajó a Madrid y Barcelona para participar en varios congresos de escritores. En 1939, se publica España aparta de mí este cáliz, y una recopilación de su obra poética con el título de Poemas humanos.