FARO DEL MUNDO

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Uno de los recuerdos más vívidos de mi etapa de estudiante a nivel primaria son los famosos mapamundis y planisferios que se compraban en la papelería para colorear. Eso permitía que no sólo nos aprendiéramos de memoria las canciones país-capital, si no, además, ubicar las naciones en el mundo. Dar un lugar al mundo.  Me encantaba descubrir los territorios con nombres raros, los que colindaban con el mar y la distancia que tenían éstos con una pequeña ciudad como la mía, donde una niña los coloreaba. Además de esta aventura de exploradora de técnicas de coloreado, recuerdo que el primer aspecto, el que no debía fallar, era el de pedir un mapa actualizado. Sí, con la nueva división política, pues todavía vendían mapas con la Unión Soviética y si no mal recordaba, hasta había una marca de zapatos que hablaba de la Perestroika y el hecho innegable de que un mapa viejito no me serviría para mi calificación.  Alguna vez, de hecho, la maestra me regresó el trabajo y fue justo cuando pude encontrar la diferencia: el mundo se había roto en muchas piezas que debía aprender como si un gran bloque de hielo se hubiera roto en pedazos. 

Después de eso, mis recuerdos de geografía no se volvieron tan hermosos. Kosovo, Siria, Iraq, Afganistán… a lo largo de los estudios, entendí que el mundo era más complejo que las líneas del mapa correcto y que la Historia se convertía en presente, muchas veces, con el sustantivo de la guerra. Y aunque pensemos que esa pesadilla termina con un tratado y un nuevo capítulo en clase, el mismo tiempo nos recuerda que en los actos humanos, jamás estará dada la última palabra… ni el último trazo.

La semana pasada el mundo se estremeció. En vez despertarnos de una pesadilla, abrimos los ojos para observar una nueva. Lo talibanes habían tomado el control de Kabul y toda la marea de Covid-19 se convirtió en un maremoto de recuerdos y miedos, donde las mujeres de cualquier edad, dentro del territorio afgano, se convirtieron en el objetivo más frágil. En ese contexto, el Museo Memoria y Tolerancia en la Ciudad de México, pionero en el tema en el país, presentaba una foto que sacudió al corazón. Tres niñas afganas camino a la escuela con un Afganistán en manos de un régimen que nulifica cualquier derecho de la mujer. Su valentía por cambiar al mundo, su mundo, me hizo pensar en los derroteros del feminismo que no destruyen monumentos sino enfrentan la vida con el silencio de sus acciones.  

Entre la marea de noticias, solicitudes de apoyo y nuevos especialistas en temas de Afganistán, el arte de una grafitera afgana conquistó las redes. Las carreteras virtuales de nuestro presente. Su nombre Shamsia Hassani quien, siendo hija de refugiados afganos en Irán, regresó a su país para estudiar y enseñar arte, posicionándose como una líder de opinión gracias a su trabajo. Su propuesta pareciera sencilla en una primera lectura visual: colores primarios, trazos sencillos y materiales de manufactura baratos y propios para una ejecución rápida de su trabajo. Sin embargo, justo la simpleza de sus trazos convierte su propuesta en una profunda reflexión del carácter femenino en Afganistán: mujeres con movimiento, libres usando burka, modernas, pero, sobre todo, viviendo a pesar de un mundo que legitima los abusos y las prohibiciones hacia su género. Utiliza, además, instrumentos musicales que representan la voz que pretenden hacer callar mientras que sus ojos cerrados se convierten en una denuncia sobre lo poco bueno que tienen que ver a su alrededor.  

Hoy en día, Shamsia corre peligro no sólo por ser mujer sino porque los talibanes consideran que este oficio viola la estricta interpretación islámica. Sin embargo, y a pesar de que por seguridad nada más ha subido una obra a su red social, ella se mantiene en pie, creando y a la vez sujetándose de la alcayata que la ha llevado a su propia libertad: el arte. Hoy, en los momentos más oscuros que ella y muchas afganas están pasando, los colores sencillos, la música o la poesía se convierte en la luz que ilumina el sinuoso camino.  

El arte, aunque pareciera habitar en las salas de museos, libros especializados y una reunión selecta acompañada de vino, resulta ser la respuesta de muchas personas en busca de la libertad. Existe una fotografía que ha circulado con éxito en los distintos medios digitales, donde pueden observarse varios niños presenciando una función de títeres en la Siria, literalmente, destruida. Pero los pequeños sonríen, imaginan y pareciera que escribiendo estas palabras pudiera escuchar el poder de sus risas. No sólo no tiene que comer, quizás sus padres estén muertos, sean huérfanos de abrigo rojo vagando por el mundo, pero en ese instante de una risa congelada en el tiempo, fueron felices.

Una novela histórica romántica que considero no ha sido tan famosa en México, y, sin embargo, posee una narrativa cautivante es The Lost Wife, de la reconocida escritora y artista Alyson Richman. En ella se retrata una historia de amor en plena Segunda Guerra Mundial con el destino como cómplice de la justicia del tiempo. De las escenas más conmovedoras, se encuentran aquellas que retratan un hecho verdadero que sucedió en diferentes campos de concentración: existían zonas donde se enseñaba dibujo a los niños. Y también a cantar y a interpretar ópera. Esto representaba una manera de denuncia y también de liberación. Incluso en el tenebroso Auschwitz, campo de exterminio Nazi, el lugar más oscuro de la humanidad, el arte fue ese pequeño faro del mundo para iluminar la esperanza. 

Pienso en Shamsia, en los niños prisioneros en los campos de concentración y que hoy sus dibujos son un testimonio de la mirada infantil sobre la guerra; en los títeres de Siria y tantas formas en las que el arte se hace presente, aún con ese bloque de hielo que sigue rompiéndose. Pienso en las directrices de los nuevos tiempos, en las mujeres afganas recibidas por el Gobierno Mexicano –un país donde es común matar mujeres– y recuerdo la caja de colores y el mapamundi para iluminar. El arte  es quizás, además, el único rompecabezas de esas piezas rotas del tiempo, que, al ser unidas, o más bien, alumbradas de nuevo, adquieren sentido.