LA CASA ENCANTADA
La peor casa encantada del mundo
le daba menos miedo que estar sola.
Richard Matheson
¿Has oído el aullido del viento? ¿Aquel sonido inquietante que atraviesa algunas casas, los árboles desnudos de follaje y ciertos pabellones o edificios, como la dramática banda sonora de una película de terror? A algunos nos fascina que el viento corra, colisione con las cosas, que se rompa y enmudezca por segundos; que gima, al recomponerse, lentamente. Nadie queda indiferente, cuando une sus pedazos en un giro veloz, y emite aquel silbido largo, profundo, como un lamento espectral que a tantos, ha erizado el vello.
El Río Hablador, parece haber tomado su nombre, de la más antigua costumbre de la ciudad que baña: el boca a boca. Parte de la rica historia de Lima, son sus tradiciones y los mitos sobre actividad paranormal que el agudo ingenio limeño, se esmera en sazonar. La leyenda de la Casa Matusita –nombre del comercio que ocupó su primera planta durante 50 años– ha sido contada por generaciones, que convirtieron el segundo piso del inmueble, en el escenario de un crimen espeluznante y el hogar de un atormentado espíritu.
La historia del primer asesino en serie del Perú, el japonés Mamoru Shimizu, quien segó la vida de siete de sus familiares; ocurrió más no en la Casa Matusita sino cerca de allí. El terrible suceso, mantiene un halo de misterio: ¿Culpable? ¿Inocente?¿Mafia nipona? A éstas, sumaremos nuestras preguntas: ¿Por qué el rumor popular, trasladó la tragedia al inmueble, entre las avenidas Garcilaso De la Vega y España? ¿Por qué Shimizu, penaría en un lugar que no conoció? ¿Por qué nos atemorizan las cosas (casas) cuya presencia o cercanía no tendrían –por si solas– forma de dañarnos?
La ciencia, ha probado por décadas, que podemos ser condicionados a sentir miedo. Y, ¡sí que lo hemos experimentado! Sólo se requiere asociar un estímulo neutro, a un resultado negativo, para lograr que alguien sienta pavor, al mencionar dicho estímulo. En otras palabras, sentimos miedo ante aquello que aprendimos a temer. La casa encantada, es un escenario tradicional de películas y libros de horror, y ¡un estímulo perfecto! porque la vida privada de los personajes se desarrolla dentro de ellas, entre objetos, eventos inesperados y secretos; y eso activa la hipervigilancia de nuestros sentidos.
Comoquiera, toda casa encantada que se respeta tiene un ingrediente imprescindible, más allá de sus características físicas. ¿Es un sótano sombrío, un cementerio cerca? No. El ingrediente principal, son las creencias de la persona que visita, lee, oye o ve la historia sobre la casa. Si crees en actividad paranormal y entidades malignas, serás propenso a sentir pánico ante los sucesos y lugares que asocies con ello; si prefieres dar una explicación científica a toda ocurrencia que pudiera considerarse sobrenatural, vivirás la experiencia con escepticismo y cautela. Eso tiene lógica pero, ¿qué pasa si te atraen las situaciones terroríficas o de suspenso, en la ficción? ¿Es esto poco sano? No.
Es normal buscar emociones extremas, desde un espacio seguro, para mejorar nuestra habilidad de reconocer y enfrentar amenazas reales. Aprendemos a responder al miedo y lo disfrutamos… ¡cuando nos sentimos a salvo y en control de las circunstancias! Es decir, si la experiencia es un acto voluntario. No es igual visitar el Tren Fantasma de una feria y sentir la adrenalina de un pequeño susto, que protagonizar un hecho donde peligra nuestra integridad física o la de alguien querido, ¿verdad?. Cuando el cerebro reconoce la experiencia de vivir el pánico, como segura, genera serotonina y dopamina; los neurotransmisores relacionados al placer, la euforia y la recompensa.
La realidad detrás de la leyenda, es un lugar seguro y a veces, cautiva tanto como ésta. Don Armando Andrade, compró la Casa Matusita en 1924, como un regalo para su esposa, quien vivía enamorada de su bella fachada. Ladislao, su nieto, la heredó junto con los suntuosos enseres que vistieron la mansión. Amigos que los visitaron allá, recuerdan las jaranas criollas y los tiempos felices, compartidos con una familia honorable, que un día abandonó su casa, a raíz del daño causado por los terremotos de 1940 y 1964, y no, por razones fantásticas. Aunque es cierto, que en las últimas décadas, han debido espantar a más de un intruso, muy vivo, que buscó atención mediática, careando al fantasma.
¿Cómo surge entonces, el mito? Don Ladislao, tiene su propia teoría. Lo parafraseo:
El primer guardián de la propiedad y jardinero de mi abuela, solía embriagarse los fines de semana. A medianoche, subía a tropezones por la escalera y abría la puerta de reja, que tenía una cadena. La luz había sido desconectada por seguridad, así que el hombre portaba un farol y arrastraba la cadena hasta llegar a su dormitorio. Los muchachos en la calle, gritaban: ¡Hay luz, están penando!, lanzaban piedras y rompían los cristales. El anciano, asomaba enojado por una ventana y la gente, decía: ¡Ahí está el fantasma!… tal es el poder del boca a boca: en minutos, ¡tu casa está encantada! y estrena leyenda.
Para el arquitecto mexicano Javier Senosiain, la casa es la barrera protectora entre el hombre y el peligro: el espacio mágico donde el temor se deja afuera de la guarida. ¡Es un refugio, hecho de materia viva! ¡palpita, respira, está llena de energía y recuerdos! Pero, la casa encantada más asombrosa es ¡la propia mente! Ahí, habitan nuestros ángeles y demonios. En ese espacio íntimo, podemos conocernos, desatar nuestros temores y aprender a convivir en paz, con ellos. ¿Si creo en fantasmas? creo, como Marguerite Yourcenar, que los fantasmas son invisibles porque los llevamos dentro.