LA CURA
Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que despreciamos,
no creemos en ella en absoluto.
Noam Chomsky.
Lingüista, filósofo y activista estadounidense.
Existe un mal antiguo, tenaz, pandémico, que se ha cebado con el ser humano, de manera especial, en los últimos noventa años ¿tiene cura?, sí, pero no somos capaces de verla y eso la pone fuera de nuestro alcance. La ceguera de la intolerancia, ha alcanzado picos nunca antes vistos de indolencia, soberbia y falta de respeto, a nivel individual y en muchos colectivos. Es verdad que aún se escuchan voces que intentan llamar al consenso y la ecuanimidad; sin embargo, el descontento y la impaciencia, nos afectan a todos. Los motivos y expectativas, diferentes para cada ciudadano o sociedad, tienen una misma raíz: el dolor. La ira y la indignación, esconden un dolor profundo y cuando se ha llegado a ese punto de quiebre, el retroceso hasta una de las taras congénitas más graves de la humanidad: la falta de perdón al otro, por no pensar, sentir o actuar como lo hago yo, se abre paso, impávida e inevitable. El Perú es un país con un corazón demasiado grande y así como alberga en su territorio, casi todos los climas y zonas de vida existentes en el planeta, también concentra en sus habitantes, una gran emocionalidad que suele regir sus pensamientos y actos. No anticiparse a las consecuencias de ello, es desafiar lo obvio.
El país se ha levantado, una vez más, a protestar en las calles, en las redes, en los medios, en reuniones sociales, y ese derecho legítimo que, comúnmente es señal de una democracia con buena salud, ha visibilizado –más que nunca, en esta ocasión– lo diversas que son las necesidades, visión y prácticas de comunicación entre regiones. En su último mensaje a la nación, la presidenta Boluarte, afirmó que las protestas tienen base en el engaño de un grupo minúsculo, que azuza a la población, a fin de alimentar sus propios intereses. ¿Quién osaría negar esto? Esa es una parte de la verdad. Conocemos la actividad de los agitadores porque fue advertida por ellos mismos y porque no se esfuerzan en ocultarla; no obstante, el reclamo de la población, es más profundo, real, legítimo y antiguo. El sentimiento de haber sido descuidados, despojados de la riqueza producida en sus localidades, aislados del resto del país es, precisamente, el malestar que movilizan los agitadores y el combustible con que incendian las calles. Ignorarlo, minimizarlo y reprimirlo en forma desproporcionada, es un caro desacierto del gobierno, como también lo sería, ceder a la presión de la violencia y demandas planteadas –imposibles de cumplir, en los plazos exigidos– dentro del marco de la razón y la legalidad.
En el actual clima de incertidumbre, consolidar una ciudadanía democrática, participativa y plural, así como una convivencia pacífica entre peruanos, es un reto muy complejo, para lo cual, se requiere una batuta desapasionada, empática y abierta a la escucha. Si el objetivo es acompasar los intereses y expectativas de las comunidades, como si de una gran orquesta con instrumentos muy disímiles entre sí, se tratara, los espacios para el diálogo y la comunicación clara y eficaz, deben abrirse de inmediato en el lenguaje y mirada, de cada uno. ¿Por qué continuar en el mismo error? Enviar mediadores que hablan un único lenguaje que no es el de aquellos a quienes se invita a dialogar, hace inútil el intento con mejor voluntad. Eso es RESPETO, la cura a la intolerancia que tenemos tan cerca, y a la que nos da pereza recurrir porque para aplicarla, se requiere paciencia y usar el juicio. Concertar, dice el diccionario de la RAE, es hacer que dos o más cosas armonicen o actúen de forma conjunta y pone como ejemplo esta frase, que cae a pelo: solo si concertamos nuestros ideales conseguiremos la paz. Dirigir ese concierto, le corresponde al gobierno, es su trabajo y nos toca exigirle que lo haga bien.
¿Recuerdas el juego infantil donde cantábamos: Que pase el rey… , y luego, debíamos elegir entre manzana o sandía para, al final del mismo, formar una cadena humana, y jalar con fuerza hasta derribar al equipo rival? Las trágicas consecuencias de las protestas en el último mes, han abierto viejas heridas y cada uno de nosotros se ha acomodado, en alguna fila. El miedo a perder nuestros derechos, la propiedad, la vida; nos ha quitado la perspectiva y no logramos ver, que estamos en el mismo equipo. No lo sentimos así. La negativa a escuchar un punto de vista diferente al nuestro y aceptar su derecho a ser expresado, trae pérdida sin ganancia y quizá convenga recordar, que hacer esto invalida nuestra propia libertad de expresión. En estos días, hemos visto el empeño de la mayoría por habitar en un país de mentira, por construir una realidad a partir de medias verdades y videos editados a conveniencia. La honra y el vidrio resisten un solo golpe, reza el refrán y a pesar de ello, el terruqueo y el fachoteo, han estado a la orden del día; en la mayoría de los casos, con el único fin de desvalorizar una opinión, en nombre de esa libertad de expresión que negamos al otro. La estupidez puede ser perdonada, pero la maldad y la mentira pueden envenenar y enlutar a un país. Lo hemos vivido, no solo en el Perú sino en el mundo, ¡tantas veces! ¿Todo bien con la conciencia? Si no es así, siempre nos quedará París… y pedir perdón.
La presidenta ha comenzado. Ha pedido perdón. Y no es fácil perdonar, como lo explica el escritor Luis Rafael Sánchez: Porque el perdón no lo enciende o apaga un suiche, de manera automática. El perdón culmina un proceso reflexivo que toma en cuenta emociones y circunstancias, dudas a propósito de cuánto implica borrar o atenuar las huellas de lo ocurrido, dudas a propósito de cuánto implica volver a empezar una relación agriada o degradada por el rencor. La presidenta necesitó unos minutos para pedir perdón, ¿cuánto tiempo necesitará un país condenado a la repentina pérdida de tantos hermanos, civiles y policías, para otorgárselo? El corazón de nuestro Perú está roto. Comoquiera, es inmenso y bombea con energía. Las sangres son muchas, en nuestra amada tierra, y este fluido vital lo es todo en un cuerpo, pero sin arterias y venas que la canalicen, sirve para poco.
Desbordada, lo mata. Es posible que no nos guste quien capitanea este barco y cómo lo hace, pero eso no vuelve obsoleta la causa que es recuperar nuestro país del secuestro al que lo ha sometido esta tormenta de ideologías que oculta las verdaderas y nobles aspiraciones de la población cuyo comportamiento, tal como afirma Diego S. Garrocho, es mucho menos ideológico de lo que creemos y los ciudadanos solo buscamos de quien fiarnos. De otro lado, si realmente esperamos buena música deberíamos contribuir con talento, esfuerzo y buen ritmo, o al menos, no entrometernos en el concierto, con el oscuro fin de desafinar. La verdad monda y desnuda es que solo construyendo (y no destruyendo) en el presente, tendremos un buen futuro y esa, es una cuestión de conciencia, actitud, y disposición a atravesar la terrible inseguridad que nos lleva a no mirar al otro. ¿Será porque su dolor, me recuerda mi propio dolor y es más cómodo vivir en mi burbuja? Un día no lejano, entenderemos que cuando un peruano pierde, perdemos todos. Y lo contrario.