LA FELICIDAD 3

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Antes de dar inicio saludo con afecto a todo el auditorio de Poder Edomex., 

Siguiendo con la línea trazada al dar inicio a mi participación, que es  la de Prevención al delito y en especial el tema de la felicidad me  permito continuar con la tercera parte, como sigue: 

Terminamos el episodio anterior diciendo: 

Si seguimos el curso de la suerte, no hay duda, a menudo diremos de la misma persona, que es unas veces feliz y otras veces desdichada. Es  decir, la alternativa plausible para ser feliz, consiste en vivir conforme a la  virtud. 

Continua Aristóteles diciendo: 

“¿No será del todo insensato dejarse llevar en todo por los casos de la  fortuna? No es en ellos donde está el verdadero éxito o el fracaso; y por  más que la vida humana necesite completamente de los favores de la  suerte, como hemos dicho, los actos virtuosos son los árbitros de la  felicidad, y los contrarios de lo contrario… 

Para mejor comprensión la proposición precedente la transformé en  proposición afirmativa quedando la siguiente expresión: 

¿Será sensato dejarse llevar por la fortuna? La respuesta es negativa,  porque en la fortuna económica per se, no está el verdadero éxito y  ciertamente se requiere de lo que él llama suerte. Sin embargo, aún en  tratándose de personas que se dediquen, por ejemplo, al comercio, a la industria o a cualquier actividad en donde lo que se busque es una fortuna  económica, no hay nada seguro. No debiendo olvidarse de que en verdad 

solamente son los actos virtuosos los que deben servir de indicadores normativos para llevar a cabo una vida feliz. 

Esto, en el campo de los negocios en nuestro medio, especialmente en el  campo de la política, en donde los políticos cínicos, lo han tomado como  negocio. Es difícil, si no, imposible llevar esa tarea, con esos parámetros  éticos, porque lejos de practicar la virtud, el individuo se deja llevar por la  ambición, por la avaricia, por el poder, por el poder mismo. Dejándose  arrastrar por la corrupción en unión con empresarios sin escrúpulos, quienes tienen trabajando a su servicio a mucha gente tratada de manera inhumana. Es decir, dando preferencia a sus intereses económicos y no a  los intereses de los trabajadores. Lo mismo sucede en el campo de la  política, quienes llegan a ocupar posiciones privilegiadas y pueden tomar  decisiones que beneficien al pueblo. Lejos de ello, desean satisfacer  simplemente su ego y se olvidan o más bien desconocen las causas  nobles que inspira la Política como máxima virtud. 

Aristóteles agrega: 

La misma cuestión que ahora discutimos confirma nuestra definición. En  ninguna de las obras humanas mercantilistas encontraremos una firmeza  comparable a la que tienen los actos virtuosos, más estables aún, por lo  que puede verse, que nuestro conocimiento de las ciencias particulares.  Y de los actos de virtud los más valiosos son también los más verdaderos, toda vez que en ellos pasan su vida los dichosos con mayor aplicación y  continuidad, siendo ello, al parecer, la causa de que no pueda darse al olvido con respecto a tales actos. 

Por lo tanto, eso que ahora buscamos, la estabilidad, de cierto se  encontrará en el hombre feliz, que será tal, por toda su vida, pues siempre  o casi siempre obrará y contemplará las cosas que son conformes con la  virtud, y llevará los cambios de fortuna con sumo decoro, y guardará en  todo, una perfecta armonía como varón verdaderamente esforzado y  cuadrado sin reproche…”

Para ilustrar estos asertos aristotélicos, quiero imaginar como modelo  perfecto a un genuino político. Es decir, una persona que se apegue al  concepto “Política” concebido por Aristóteles. Quiero pensar idealmente  en una persona que al llegar a un puesto de elección popular, diera cumplimiento a las promesas de campaña y no sólo eso, verificara que su  antecesor se condujo honradamente y en caso contrario lo denunciará  ante las autoridades competentes porque de no hacerlo se convierte en  cómplice de aquél. Actuará en apego a las necesidades de los  gobernados. Por ejemplo de su Municipio, y para ello saldrá a las calles  para ver los problemas existentes en la ciudad, tales como agua,  pavimentación, alumbrado, seguridad, tránsito vehicular; escuchará a la  gente en sus domicilios, en sus establecimientos comerciales, para  conocer sus necesidades y formular un plan de trabajo dentro de sus  facultades y capacidad económica del erario, para resolver los problemas  que observe; los planteados por la comunidad y prever los que lleguen a presenten. Esto es, actuará con honestidad, con dedicación y esfuerzo, con imaginación y participación de instituciones, de asociaciones y de la  gente que quiera participar en las tareas propuestas. 

Un servidor público que actuara de esta manera, se sentiría orgulloso de  sí mismo, satisfecho y feliz. Seguramente sería fácilmente reconocido por  la población, ya que tendría contacto con la misma y no solamente se  guiaría por la inercia de la mala labor de sus antecesores, sino por la virtud.  Misma que proporciona una visión panorámica y que lo orienta a fortalecer su mandato con el apoyo de los diversos sectores sociales que pueden  resolver de una manera eficiente y eficaz la problemática social. 

Aristóteles continua  

“…Cuando los sucesos de la fortuna sean muchos y difieran entre sí por su  magnitud o parvedad, claro es que las pequeñas prosperidades, y de la  misma manera sus contrarias, no son de peso en la vida; pero sí son 

grandes y frecuentes las cosas que resultan bien, harán más dichosa la  existencia, pues su función natural es la de contribuir a embellecerla, y el  uso que de ellas hagamos puede ser bello y virtuoso. Pero sí resultan mal,  oprimen y estragan la felicidad, porque acarrean tristezas y embarazan  muchas actividades. 

Más con todo esto, aún en estas circunstancias se difunde el resplandor  de la hermosura moral cuando un hombre lleva con serenidad muchos y  grandes infortunios, no por insensibilidad al dolor, sino porque es bien  nacido y magnánimo. Si, como hemos dicho, los actos dominan  soberanamente la vida, ningún hombre feliz podrá volverse miserable, pues no obrará jamás lo aborrecible y ruin. Y somos de opinión que el  hombre verdaderamente bueno y sensato llevará con buen semblante  todos los accidentes de la fortuna y sacará siempre el mejor partido de las  circunstancias, tal como el hábil general se sirve del ejército de que  dispone haciéndole rendir toda su combatividad, o como el zapatero hace  el mejor calzado del cuero que se le da, y del mismo modo todos los otros  artesanos. 

Supuesto lo que precede, jamás el hombre feliz será desdichado, por más  que no tenga la perfecta bienaventuranza si viene a caer en las desgracias. Ni es tampoco un tipo tornasolado ni fácilmente mudable. No será  removido de su felicidad fácilmente, ni por los infortunios ordinarios, sino  por los que sean grandes y muchos. Y, por el contrario, una vez que salga  de ellos tampoco podrá volver tal hombre a ser feliz en poco tiempo, sino  si acaso después de una época larga y completa, en el curso de la cual  venga a conquistar cosas grandes e ilustres. 

En suma, ¿qué impide declarar feliz a quien obra conforme a la virtud  perfecta, y que está provisto además suficientemente de bienes  exteriores, y todo esto no durante un tiempo cualquiera, sino durante una 

vida completa? ¿o habrá que añadir que deberá vivir en tal estado y morir  como corresponda? más el porvenir no es oscuro, en tanto que la  felicidad, según la entendemos, es un fin y algo final en todo y por todo. 

Si todo ello es así, diremos que son felices entre los vivientes aquellos a  quienes se apliquen o puedan aplicarse los caracteres descritos; felices  hasta donde pueden serlo los hombres”. 

Reflexión: 

Del conocimiento obtenido de los enunciados precedentes, fácilmente  podemos deducir lo siguiente: 

Si se vive conforme la virtud, necesariamente se vivirá con mayor  intensidad; con mejor calidad de vida; aún en el infortunio, porque las  virtudes fortalecen el espíritu y hacen que el ser humano tenga un recio  carácter para poder enfrentar las vicisitudes de la vida; porque  ciertamente hay sucesos que no podemos controlar, como el  fallecimiento de nuestros seres amados, sean o no familiares. Sucesos  que quebrantan el alma y que no es fácil superar, ya que disminuyen  sensiblemente el aspecto anímico. Pero son las virtudes las que ayudan como bálsamo a curar esas heridas. No es fácil aliviar el sufrimiento, el  tiempo ayuda a sanar el dolor. Tal vez no sea corto, pero las virtudes  ayudan a tomar conciencia de ese contraste entre la vida y la muerte. Pero  fundamentalmente la virtud del agradecimiento permanente hace a la  persona entender esos cambios a veces bruscos de nuestra existencia. 

En resumen, la propuesta Aristotélica es vigente y aleccionadora. Actuar  en la vida conforme a la virtud es un camino para ser feliz y no como  imperativo categórico o como mandato divino, sino por un pleno  convencimiento de que la virtud encierra una forma de vida que nos acerca  a la verdad, a la realidad, a la conciencia, a la existencia misma: A la  felicidad. Gracias por su atención.