La fotografía en Cortázar y Antonioni
Pareciera que la fotografía es la representación de la realidad menos engañosa entre todas las imágenes da carácter plástico, esto es por mérito propio, ya que posee una particular y especial fidelidad a la realidad objetiva. Pero no hay que perder de vista que a través de los caminos del arte de la vanguardia, se ha determinado que en la imagen fotográfica, más allá de su funcionalidad de reproducción de realidad, se encuentra un inmenso potencial de posibilidades expresivas que inclusive nos podrían conducir hasta lo irreal, diluyendo la realidad presentada en una fotografía, a pesar de ser supuestamente tan fiel a la realidad objetiva.
Así es que se nos presenta el tema de la ambigüedad entre realidad e imagen, este es tratado de forma magistral en la cinta Blow-Up (1967) de Michelangelo Antonioni, se trata de un filme que es una libre adaptación de una novela corta de Julio Cortázar que se titula Las babas del diablo y que fuera publicada en 1959. Michel, el protagonista de la obra de Cortázar, es un fotógrafo aficionado para quien, como señalaba él mismo, la fotografía es una de las mejores posibilidades para combatir contra la Nada. Así es que un buen día, Michel observa a una mujer que intenta seducir a un muchachito de quince años. Sin embargo, su imaginación le va señalando el lógico y posible final de este acto de seducción, mientras su cámara afirma la realidad de ese instante. Pero la situación se torna peligrosa para él cuando la mujer toma conciencia de que ha sido fotografiada, el muchachito aprovecha para huir y entonces aparece un hombre que estaba sentado en un automóvil.
Michel logra alejarse a tiempo y pocos días después revela y amplía la película. Contemplando, fascinado, la fotografía de la pareja, la realidad de ese instante pasado se pierde en una confusión fantástica tanto para el fotógrafo como para el espectador, donde la trivial historia de seducción deja de serlo para convertirse y revelarse como los preparativos de un secuestro.
Por otra parte, en la película de Antonioni la premisa inicial es básicamente la misma, pero no se trata de una sola fotografía sino de una serie de ampliaciones de la misma toma donde Thomas, el fotógrafo protagonista, cree haber descubierto a un hombre oculto entre unos arbustos, que se dispone a asesinar de un tiro al amante de la mujer. La presencia del cadáver del amante, que en este caso no es un joven sino un hombre maduro, en el parque donde Thomas los fotografió parece confirmar su sospecha de que ha rastreado un crimen a través de una fotografía. En ambas obras, la literaria y la cinematográfica, el motivo central es una ampliación fotográfica que se evidencia como guardadora no sólo de lo real sino también de lo posible.
Así es que en la narración de Cortázar la relación entre fotografía y realidad adquiere una dimensión alucinante: una fotografía captura un detalle determinado de la realidad en un momento determinado, pero esta realidad es sólo una posibilidad entre las infinitas posibilidades que la cámara habría podido capturar, pero que desprecia para capturar sólo una, como si la fotografía fuera un ente con vida que presenta a Michel, nuestro protagonista, las diversas posibilidades de un suceso que él ha fotografiado, posibilidades que no pudieron convertirse en realidad precisamente porque él tomó la foto.
Menos siniestro, en el filme de Antonioni se presenta la realidad fotografiada como algo engañoso que, a pesar de las pruebas irrefutables quedó espectador ha observado a lo largo del filme; se deshace poco a poco en las manos de Thomas, el protagonista, que captura una imagen que le lleva a conocer un suceso, en este caso un asesinato, que podría no existir, pero que la lógica de la imagen fotografiada le demuestra que sí ha ocurrido, ya que la realidad si no existiera no podría fotografiarse.
A diferencia de la obra de Cortázar en Blow-Up la fotografía no se transforma mágicamente. De hecho, la fotografía nunca cambia; lo que se modifica es la información visual que se adquiere ante cada ampliación fragmentada de la misma por lo que al cambiar la percepción se modifica la imagen y viceversa. Es a través de las fantasías de Michel, como de los hallazgos lógicos de Thomas, que tanto Cortázar como Antonioni exponen el inquietante problema: la experiencia de la realidad a través de la imagen es algo incierto, porque la imagen es engañosa. Desconcertados y perplejos, ambos personajes corren tras de la realidad inútilmente ya que nunca habrán de encontrarla, escondida entre sus múltiples disfraces de lo que es y lo que creemos que es.