La última carta en papel

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Cuenta Herodoto, que la primera carta de la historia fue escrita en un papiro, hace más de 2,500 años. La tres veces coronada reina persa, Atusa Shahbanu, fue la agraciada autora. Por otro lado, el escritor británico Simon Garfield, sostiene, que la última carta en papel, será escrita por esta generación… y, a juzgar por el tiempo –cada vez menor– dedicado a  dibujar palabras sobre papel, estoy casi convencida de que, ello, ocurrirá en este siglo.

¿Quién la escribirá?, ¿seremos acaso, tú o yo?

Esa persona, será recordada como quien cerró una antigua y encantadora costumbre, que superó su misión como medio de comunicación, para ser considerada –muchas veces– ¡todo un arte!, ¡de orfebrería!

Pasados los noventa, la masificación y la inmediatez, del correo electrónico, diluyeron el entusiasmo por el envío físico de cartas y postales de saludo o viaje. ¿Sabías que el latín, Textus, raíz de la palabra Texto, significa tejido? Sonrío, al pensar en todas aquellas manos, que alguna vez dejaron su sentida huella en primorosos papeles de carta,  cuidadosamente elegidos, manchados algunos con lágrimas, perfumados otros; incluso, los hubo, que pusieron en peligro, la vida del cartero que –en tiempos de paz o guerra, sorteando perros  que no ladran y sí muerden, ríos embravecidos, veranos ardientes o aguaceros– las hicieron  llegar a su destino y, más que acompañar la azarosa e inmensa tela de nuestras humanas vidas, la urdieron, sin saberlo, en ricas tramas, con hilos invisibles.

Es verdad, que los primeros carteros, transmitían los mensajes de viva voz; con señales de humo; con tambores y pututos; sin embargo, desde que, en 1840 nació en el Reino Unido, la primera carta de papel, sellada, con estampilla, y entregada por porteadores; escribirla, ha sido una obra de manos artesanas que seleccionan, las formas más elocuentes de conectar la noticia y el sentir, que perennizan la memoria de un vínculo afectivo y que, en ocasiones, pueden cambiar el sentido de nuestras vidas. Y ¿por qué no decirlo? Una forma de preservar los detalles de nuestra historia. Esas cosas, que sólo nos atrevemos a confiar, a alguien muy cercano o de confianza, a través de la tinta y la pluma.

¿Me permites contarte algo personal? Desde muy pequeña, vivía fascinada con las visitas del cartero. Me parecía increíble eso de que las cartas y paquetes, cruzaran el mundo, uniéndonos a todos. Y mi abuelo, lo sabía. Un día, llegó a casa una carta, a mi nombre. A la semana siguiente, llegó una más y a la siguiente semana, otra. ¿Qué decían? Pues, nada… ¡y todo!: Estaban llenas de besos, ingenio para responder bromas, chispas de buen humor, alegría para cantar la canción sobre Cristóbal Colón –que el abuelo adoraba.  ¡Imaginarás mi locura al intentar adivinar, el contenido de cada carta! ¡Hablaban de amor puro!, porque eso es lo que hay entre líneas, en una carta personal: emociones.

¿Sabes qué creo? que las redes sociales, son geniales, nos ayudan a resolver rápido y son prácticas; están a la mano pero… ¡nos han robado! el tiempo entre cartas y la sorpresa.

Hay, en la espera entre cartas, mucho de evocador y añoranza, de cuando el tiempo, marcaba un ritmo, como el compás en la música y éste, contaba. Ahora, todo es una carrera, ¡tan atropellada! Pareciera que uno no goza del momento sino anticipando lo que podría venir, de pie aquí y con la cabeza más allá –gratificación instantánea, le dicen– cuando lo contrario, –la gratificación retardada– es un potente entrenador de la voluntad, un factor  predictor de éxito, comprobado. ¿Algo que decir a favor de escribir a mano? Sí. La correspondencia escrita, además de ser un gran ejercicio para ciertas zonas del cerebro,  que lo mantienen ágil y plástico, refleja nuestra actividad cognitiva. La vida, amigos, es tiempo y energía, y la pausa entre emociones, es –como la vida– un regalo caro y singular.

Punto aparte, una conversación escrita, a través del correo electrónico puede significar una huella imborrable en nuestra relación con los demás y ayudaría a preservar información sensible para futuros historiadores. Como quiera, lo que sí conviene borrar, para reducir la huella nociva de nuestro paso consumista por la Tierra, son los correos no deseados y aquellos, cuyo contenido ha sido visto y no necesitamos guardar más. ¿Sabías que al hacerlo, ahorramos al medio ambiente toneladas de carbono emitidas a la atmósfera?: electricidad generada desde combustibles fósiles, mantiene en funciones, enormes servidores. ¿Imaginas los millones de KWh de energía que se ahorrarían, si cada uno de los 300 millones de usuarios, estimados, borrara sólo 50 mensajes inútiles, al día?

Me hace ilusión contarles, para cerrar, el gesto del cartero Sean Milligan, uno de esos seres que nos espolean a creer en la ternura. El niño Jase, de siete años, escribió en el sobre, como destinatario: ¿podría entregarle esta carta a mi padre, que está en el cielo, por su cumpleaños?. Conmovido, Milligan, le respondió: Querido Jase, al llevar tu carta, nos hemos dado cuenta de varias cosas, así que he querido ponerme en contacto contigo para decirte que la hemos entregado con éxito. Esquivar las estrellas y los otros objetos galácticos que nos hemos encontrado en la ruta hacia el cielo ha sido todo un desafío. Y luego añadió: …sé lo importante que es esta carta para ti. Seguiré haciendo todo lo posible por hacer llegar correctamente los envíos al cielo.

¿Me permiten mantener la romántica esperanza de que, si el teléfono, la televisión, la radio, el internet, y otros inventos que la amenazaron directamente, no acabaron con la epistolografía o el arte literario de escribir cartas con intención; la fecha destinada para la última carta en papel, de la historia, pueda encontrarse aún lejos, muy, muy lejos?