LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES

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Pero los hombres deben saber que, en el teatro de la vida humana, ser espectadores sólo está reservado a Dios y a los Ángeles. Francis Bacon

 

 

 

La verdad nos hará libres, nos convoca para dejar de ser espectadores y fortalecer la construcción de ciudadanía participativa que va más allá del voto porque también pregunta, vigila y evalúa.

Cuando se mezcla la lucha democrática contra la extralimitación del poder con la construcción ideológica de la barbarie, se crea un terreno de confusión, que no obstante no debe servir de coartada  para impedir que luchemos por nuestra democracia.

El compromiso contra la extralimitación del poder es políticamente una exigencia democrática. No se trata solamente de una contienda entre dos candidatas, esto va más allá, ésta es una contienda entre la verdad y entre la mentira.

Sin la inquietud de conocer la Verdad, en poco se difiere el hombre de una cosa. No hay sentimiento más noble; ninguno dignifica más la condición humana. La curiosidad es un ala para volar sobre la realidad: observándola, experimentándola, aprendiéndola. Vivir es aprender; el que más aprende vive más. Los hombres ignorantes vegetan; las naciones incultas sucumben. La genealogía de la civilización es una simple historia de la curiosidad humana a través de los siglos.

Esto escribía José Ingenieros al despuntar el siglo XX, hace exactamente 100 años, no obstante, su legado sigue tan vigente, como los cimientos y columnas que empezó a cincelar con pasión y compromiso un mexiquense ejemplar, Don Isidro Fabela Alfaro para dar paso a la grandeza de nuestro hoy querido Estado de México.

 

El Edomex fue ejemplo de la clase política más civilizada, cohesionada  y eficaz del país. Paradigma para propios y extraños, fue el modo de hacer política de los priistas mexiquenses. Donde  prevalecía la cordialidad, el acuerdo y la unidad por encima de la confrontación y las disputas fratricidas por el poder. Surgió así la civilidad como resultado de un acontecimiento cruento que en el siglo pasado costó la vida de un gobernador en funciones. La superación de esa crisis política, que puso en vilo al Edomex,  la resolvió un personaje que dio lustre al estado y al país: Isidro Fabela Alfaro.

Otro explicación apegada a la historia del modo de hacer política mexiquense tiene que ver con episodios muy precisos de nuestra historia.

La pérdida de gran parte del territorio en el siglo XIX para conformar la República y, sobre todo, nuestra vecindad con la CDMX, asiento de los poderes y centro de las grandes decisiones políticas del país. Desde donde se ha visto a la entidad, como el estado de los grandes números, con una influencia preponderante y como valladar para muchas de las decisiones políticas del centro.

Sin embargo hoy algo ha cambiado; hoy la cordialidad se confunde con sumisión y la defensa de la soberanía estatal hoy se confunde con incondicionalidad ante el Presidente de la República.

Para oprobio de los mexiquenses hoy en el nivel más importante de la dirección política estatal, se aspira según se percibe, con denodado tesón a una embajada, cuando las aspiraciones legitimas de los recientes gobernadores del estado eran ocupar por méritos propios la silla presidencial.

Los tiempos han cambiado, pero no el deseo de la humanidad por encontrar la Verdad, que como bien lo apuntaba quien también escribió El Hombre Mediocre, el ítalo argentino quien fuera médico, psiquiatra, psicólogo, criminólogo, farmacéutico, sociólogo, filósofo, masón, teósofo escritor y docente.

Quienes hemos disfrutado y aprendido de Ingenieros, tenemos claro que el hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente.

Por eso insisto, ya para terminar, tengo la firme convicción que los mexiquenses tenemos ideales y un futuro por el cual luchar y que nos negamos a caer en la trampa del populismo, que pretende aventarnos a un círculo de confort por ellos diseñado, en el que, como apuntaba José Ingenieros, nos conviertan en cosas con un número que nos identifique en un padrón de beneficiarios, como parte de una colectividad, pueblo como gustan llamarle, que no cuestione y que siga ciegamente y perfectamente domesticado, a quien ordena se deposite en la tarjeta, de alguien, que no sabrá aprovechar el dinero, porque ya le han cortado las alas para volar sobre la realidad, conocerla, quererla, para transformarla y sólo le ofrecen su propia realidad, la de los otros datos, la del país de un solo hombre al modo de los tiempos de Luis XIV.