Lugares que fueron tu rostro

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José Carlos Cataño (La Laguna, Islas Canarias, 30 de agosto de 1954- Barcelona, 9 de agosto de 2019). Poeta, narrador, ensayista, diarista y artista plástico. Comenzó estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Residió en Barcelona, donde se licenció en Filosofía y Letras, desde 1977 hasta el final de su vida. Allí tuvo como compañeros de universidad y de empresas literarias a los también escritores Alfonso Alegre Heitzmann y José Miguel Pérez Corrales, entre otros.

Tras una plaquette inicial, Jules Rock (1973), publicó su primer libro de poemas: Disparos en el paraíso (Edicions del Mall, 1982), al que siguieron Muerte sin ahí (Edicions del Mall, 1986), El cónsul del mar del Norte (Pre-Textos, 1990), A las islas vacías (Ave del Paraíso, 1997), En tregua (Plaza & Janés, 2001) y Lugares que fueron tu rostro (Bruguera, 2008). En 2019, Pre-Textos editó la obra poética (1975-2007) de José Carlos Cataño, desde Disparos en el paraíso (1982) hasta Lugares que fueron tu rostro (2008). Fue uno de los diaristas mejor considerados de España, género en el que compite en calidad con su poesía.

SELECCIÓN DE POEMAS

Lugares que fueron tu rostro, 2008

RUMOR FINAL

Y CUANDO cierres los ojos y sientas

El sordo rumor del mundo que sigue

Por la débil memoria de los otros,

La raíz del estruendo en las entrañas,

Y pasee por ellas la luz que ya no sientes,

Alguien te nombrará en los labios:

Tú fuiste la deshabilitada sangre.

AY DEL TANTO MIEDO

QUÉ raro es todo.

Y el sol respira,

Los mismos árboles.

Con todo el cielo,

El aire endeble,

La tierra en medio.

La rápida ansia.

No quiero oír,

El miedo entero,

La planicie alta,

No yo crecido

Sino apurado.

UNA PALABRA PERDIDA

LAS gaviotas caen del cielo al aire,

Del aire a mi cuerpo que baila

En sombras. Estoy muerto.

O es que giro en torno a un hálito

Que perdió su eje.

Que ya no vuelve, que ya no vuelve.

Oh, la palabra.

Que se pierde, las pútridas gaviotas.

Para nada saciar mi boca.

EN EL VOLCÁN

HE de matarte con el agua que arde.

Para que no se consuma mi corazón con tu recuerdo.

He de apagar el latido que ahora me duele de ti.

Por alcanzar todavía el aire de la nada,

Cuando ni de ti ni de mí ya nada persista.

La niebla ciñe

La cintura del volcán en un crepúsculo

Lleno de pájaros sin nombre,

Como tú o yo, callados

Emblemas de una luz que no conoceremos,

Que nunca tocaremos,

Como nuestros cuerpos ya olvidados, ya sin labios,

Que se llevan los pájaros a lo alto.