Mariposa

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El kínder de la colonia es una escuelita que recibe a los infantes menores de cinco años, esos pequeños que las mamás entregan a sus maestras, los llevan amorosamente limpios, peinados, arregladitos para iniciar su día; los llenan de ilusiones con el beso, con su lonche, con las bendiciones. 

En el salón, las maestras los saludan, les dan la bienvenida, los observan, los escuchan e inician el día con una hojita de colores; los organizan por equipos para decirles que, tienen que iluminar, recortar, reconocer el dibujo con la palabra. 

 

Son vocabularios que tienen que identificar con las imágenes de colores a las que hay que darles nombre: pa-tín, cho-co-la-te, ca-mi-sa, ma-ri-po-sa. Los miro y el almanaque de los recuerdos me llevan a mis primeras lecturas: E-se  o-so   es  mi-o/ Mi  ma-má  me mi-ma.

Los infantes se concentran, comentan, unos de pie y otros sentados cantan, algunos platican con su mundo; los luminiscentes ojos descubren el mundo de las letras, de las palabras, el idioma de la naturaleza humana fuera de sus hogares ahora, conociendo el mundo de las escuelas. 

Los observo mirándome en sus espejos infantiles, haciéndome recordar la inofensiva historia que puebla mi espíritu después de tantos años.

E-se  o-so   es mi-o/ Mi   ma-má   me mi-ma, eso me dicta la memoria del corazón:

A-e-i-o-u, canta un niño… así vamos escribiéndonos en la vida; entre la memoria blanca y la de las heridas, escribimos el hálito divino del día a día, instante a instante; ellos son un presente que me erige, que los edifica.

Me gustó leer ma-ri-po-sa, su imagen de colores, recortada por sus sensibles manos, me hizo soñarme, soñarlos en esta trasformación que irán, como yo, llevando en sus vidas inocentes un continuo crecimiento donde algún día recordarán que aprendieron a leer: pa-tín, cho-co-la-te, ca-mi-sa, ma-ri-po-sa… o simplemente: es-ta- es-  la- bre-ve  vi-da.