Marx, biografías y santidades
Que las tradiciones intelectuales siempre han estado limitadas y han tenido el vicio de la parcialización no es ninguna novedad. La pretensión de la objetividad total no es sólo imposible sino indeseable en términos filosóficos o literarios. Como la subjetividad exagerada es un asunto que repele a los lectores informados y atrae a los tendenciosos. La imparcialidad total también es imposible, porque nadie puede escapar de los sesgos de su experiencia y las limitaciones de sus categorías racionales diría Kant. Pero, lo que es seguro es que, en cuestiones de difundir información a determinado público, sí puede lograrse una imparcialidad considerable, y hasta podría decirse que esta no es ya su finalidad sino su fin último.
Anteriormente en este espacio, nos habíamos referido a la magna tarea que enfrenta el historiador en su oficio de capturar espíritus y sensibilidades de la mejor forma posible, para después encajarlos coherentemente en una sucesión temporal, y también nos habíamos referido al poder explicativo de las biografías, y la increíble vía que constituye esta disciplina para entrar a máxima profundidad en la vida de este o el otro autor. Pues bien, recogiendo ideas de ambos breves ensayos, hoy ya podemos dar algunas luces o pinceladas sobre una biografía en cuestión y después comprender sus efectos históricos. La que se ha elegido esta vez, es la de Karl Marx (1818-1883).
Que la figura de Marx se ha santificado desde su fallecimiento en 1883 no es una novedad. Basta darse cuenta de que las estadísticas de libros editados desde sus últimos días en adelante comprueban que su texto Manifiesto del partido comunista (1848) es el libro más leído y reditado después de La biblia. Echar una mirada a la actualidad del país chino, donde su figura sigue siendo una autoridad académica muchas veces incuestionable, y una suerte de líder y de arquitecto de igualdad en las naciones, al que aún se le levantan estatuas y del que se le reparten folletos a los niños desde que aprenden a leer. O conocer a fondo el espíritu que sigue rigiendo bastantes universidades latinoamericanas hoy en día. Por esto, se hace evidente que los días corrientes no han olvidado ni al personaje ni sus ideas. Como fuera, lo importante es que su presencia política aún es un asunto perenne, y que una de las principales causas de este asunto es santificar su biografía.
El paso a la eternidad de Marx como santo revolucionario y eminencia de la economía y las ciencias sociales, hunde sus raíces en el trabajo y cuidado post morten de su archivo personal llevado a cabo por su amigo y máximo colaborador Friederich Engels. Y es que, aunque sea un dato poco conocido, poco después de morir Marx, Engels y su secretario Bernstein revisan la enorme correspondencia de todos los años de militancia política y trabajo intelectual de Marx, y la imagen del pensador de Tréveris con la que se encuentran era una caja de pandora que convenía no abrir jamás. Por lo pronto, lo más importante de este periodo es que ahí se cometió la herejía historiográfica de quemar más de quinientas cartas sumamente sensibles y virulentas de él contra instituciones políticas con comentarios perfectamente comprensibles como crímenes de odio, xenofobia e inclinaciones terroristas.
Con la imagen inmaculada ya se pueden empezar a producir biografías sobre su vida y su obra y a interpretarlo a conveniencia de este o el otro partido. El Marx que dejaron sus pocas cartas y su supuesta alma inmaculada es un revolucionario sensible que supone realmente una fábrica de ideas muy potentes. Sin darse cuenta, usando este paquete de información es que su vida y obra fueron masivamente difundidos por la posterior URSS, China y casi el grueso de los países latinoamericanos desde 1883 hasta nuestros días. Su canonización como Engels pretendía que fuese, había comenzado.
Tras lo anterior, como se indicó líneas arriba, lo que ha seguido han sido décadas y décadas de interpretación, guía, copia y devoción marxista tanto en Europa como en América. La información que se tenía y la manera correcta de interpretar las obras del padre del comunismo científico eran algunas de las glosas que había elaborado Engels, las pocas cartas que habían sobrevivido, y toda la producción soviética, consagrada a entender a máxima profundidad las doctrinas filosóficas, económicas y políticas. Por eso, que durante un tiempo todo vino de Rusia: traducciones, glosas, estudios, ensayos y monografías, y sobre todo, un paquete de información minúsculo en comparación a todo lo que existía y debía de saberse.
Antonio Escohotado, ya varias veces nombrado en este espacio, (1940-2021) no fue el primero en darse cuenta de la evidente parcialización a la que la unión soviética había sometido a todo el mundo. Pues ya se habían hecho críticas desde los sectores eclesiásticos y conservadores pero la mayoría fueron inmediatamente desestimadas. Pero, Escohotado sí fue, todo hay que decirlo, el primero en darse cuenta de que la grandísima cantidad de información pasada por alto sobre Marx, su obra y su vida era simplemente ingente, y que nadie, en enseñanza secundaria o universitaria, había hecho una denuncia explícita sobre el tema para que la figura de Marx tuviese el lugar que le correspondía. Por no hablar de sus doctrinas económicas o políticas, tremendamente seductoras durante años hasta que un 70% de los países del mundo tuvieron que sufrir una crisis económica por haber ensayado la vía del gobierno socialista o comunista.
Solo para introducir la discusión y para poner en contexto al lector interesado, podemos referir aquí, dos paráfrasis y una cita literal de lo que Antonio Escohotado ha encontrado en Los enemigos del comercio:
El 24 de enero Marx le comunica a Engels sus deudas con el casero, el carbonero, el sastre, el colegio y otros acreedores, contemplando como inminencia que las niñas se coloquen como señoritas de compañía, y el matrimonio ingrese en un asilo para indigentes.
Atroz fue la muerte de Edgar –hijo menor de Marx– a los seis años, cuando ya se había acostumbrado a la picaresca de que le fiasen el pan o la leche, o a quedarse en cama no solo porque tenía empeñados los zapatos y el abrigo, como su padre, sino porque el carbonero se negaba a seguir fiando, y las frazadas eran su único cobijo.
Puede considerarse un golpe de buena suerte no saber que Laura y Eleonora, las dos hijas supervivientes, acabarían suicidándose. De los ocho miembros de su familia solo él cumplió los sesenta años, y sería injusto olvidar que en 1855 –cuando Edgar empezaba a agonizar– firmó una convocatoria de plazas para escribientes de ferrocarril, aunque su caligrafía le asegurase ser rechazado.
Tras todo esto la idea es clara: a quien se sumerge en la vida del autor alemán difícilmente pueden quedarle dudas acerca de la naturaleza intrínseca del pensamiento marxista. Lo anterior es nada más una parte de su notable antisemitismo su odio furibundo a las rancias burguesías, su xenofobia desenfrenada a los pueblos eslavos, y su descenso hacia el gusto por el terror revolucionario que se acentuaría en sus últimos momentos de vida. De aquél vórtice de indigencia, resentimiento, odio y poca vergüenza es que nacen sentencias célebres como la historia de la humanidad es reducible a la lucha de clases, la violencia es la partera de la historia, los proletarios, en una revolución comunista, no tienen otra cosa que perder que su cadenas, o acabar con todas las instituciones por medio de la violencia; despropósitos económicos como la teoría ortodoxa de la plusvalía, el valor trabajo, o la viabilidad del trabajo infantil; y, finalmente, su idea del estado de control total para garantizar voluntades y libertades.
Llegados aquí el principal punto a resaltar y no olvidar es que la vida y la obra de Marx tienen una gran y muy importante correspondencia, y que esto obviamente influye de sobremanera en la aplicación de sus ideas políticas. Definitivamente, el de Marx es un caso anómalo a la generalidad de pensadores. Es interensantísimo y muy difícil de comprender prístinamente dada la ingente cantidad de sesgos que recaen sobre su obra para santificarla.
Por lo demás, puede decirse que, cuando se puede entrar al núcleo del que nace todo, puede percibirse que, en el fondo, a muchas propuestas marxistas las vertebra una síntesis de violencia, romanticismo e idealismo que cuaja en el control estatal soberano. Propuesta, como se sabe, de mucha seguridad, pero casi nunca de libertad.