Memoria y Códices Indígenas
El estudio de gran cantidad y riqueza de Códices Indígenas, ha de ayudar a comprender tal aventura humana. Al leer a Florescano, encontramos a la memoria, que primero fue oral, por lo que seres humanos de la antigüedad aprendieron a verbalizar contando a sus familiares las aventuras en caza de bestias o en domesticación de plantas y árboles. Eso fue hace miles de años. Comprender cuándo códices indígenas se convirtieron en lenguaje escrito para hablar de aquello que —a grupos y escribas o tlacuilos— daban, para dejar en papiro o piedra sus acciones cotidianas. Lo mismo al pintar en cuevas o muros de grandes cerros de sus comunidades lo que sucedía. Enrique Florescano, cuya bibliografía destaca por tener publicados textos como: Precios del maíz y crisis agrícolas en México (1979), Memoria mexicana (1994), El mito de Quetzalcóatl (1995), Etnia, Estado y Nación (1997), La bandera mexicana (1998), Memoria Indígena (1999), Imagen del cuerpo en Mesoamérica (5519 a.C.-1521 d.C.) (2018), Los orígenes del poder en Mesoamérica (2022). Libros que hablan del pasado en este país. Lecturas obligadas que debemos estudiar, para comprender lo que nuestros abuelos indígenas dejaron en su trajinar por tierras del altiplano. Por las tierras del Valle de Toluca.
Memoria indígena es un libro que trae tal aportación de información que de nueva cuenta hace reflexionar sobre ese pasado que viene a ser compañía obligada del mestizaje que somos. Las nuevas sociedades en el mundo somos en general expresiones de la mezcla entre razas y, de tales, han surgido culturas o naciones como Estados Unidos de América, los Estados Unidos de México, la República Argentina, la nación de Canadá, la República de Chile, y si pensamos en el continente europeo, sabemos que de lejos le viene el mestizaje que le enriquece, por esas corrientes humanas que han invadido desde todos los puntos cardinales las urbes más desarrolladas. Hoy, en el año de 2022, la migración es un fenómeno imparable y doloroso: lo mismo para aquella que ha tenido que huir de crueles guerras, desatada por locos dictadores como Vladimir Putín, o por deseo de alcanzar el sueño americano en Estados Unidos, donde mexicanos en primer lugar, o cubanos, venezolanos, hondureños, guatemaltecos o salvadoreños, cruzan países con tal de alcanzar una nueva forma de vida.
Aquellos tiempos de Mesoamérica son los tiempos de la pasión para el historiador y cronista Florescano, y su pasión ha redituado en textos que ayudan a conocer el pasado indígena y a través de ello, a conocernos a nosotros. Sobre el tema del Libro que viene de Europa, en el trabajo que Johann Gutenberg hizo en el siglo XV, dice: Esta tradición ha respaldado la idea de que la memoria del pasado es fundamentalmente una memoria escrita, un mensaje que se trasmite a través del código de las letras. La crónica al inicio, siendo el género de géneros —ha de comenzar el camino de las letras para la humanidad— fue oral. Muchos miles de años serán necesarios para convertirse en la piedra Roseta que el traductor Champollion, hizo saber en su contenido. Sí, la crónica oral es el principio, pero el paso del tiempo requiere a esa crónica buscar su permanencia, por lo que encontró en la palabra escrita su mayor tesoro: el Libro termina por consolidar la tradición escrita y es su mayor difusor: para ser el objeto legendario donde hoy le buscamos: hace saber lo que sucedió, lo que sucede y, lo que puede suceder. Es el decir de aquello que se da en la realidad que vivimos y va más allá. Cuenta Florescano: El análisis de la memoria histórica basado en los textos dominó la tradición occidental desde el Renacimiento. Más tarde, cuando se trasladó a los estudios americanistas, adquirió mayor rigidez y desvalorizó las formas nativas de registrar el pasado. Cada vez que la experiencia americana fue contemplada con los lentes del etnocentrismo europeo se deformaron los modos de imaginar y recoger el pasado creados por los pueblos aborígenes: Este enfoque ocultó el hecho de que en la tradición mesoamericana el lenguaje escrito nunca fue el más popular o el mejor difundido, aun cuando sí jugó el papel de organizador de los mensajes transmitidos por los otros medios de comunicación.
Cierto, los mestizos de este tiempo en México tenemos la educación de la Colonia Española y de los 200 años de vida independiente y a través de ese lente les negamos a los indígenas sus ricas tradiciones, sus formas de comunicación y resguardo de las mismas. Por ello, pecamos de soberbios, ante lo que fue nuestra vida originaria y, cuyas pruebas siguen dando muestra de resistencia a la invasión imperial expresadas en todas sus formas de dominio. Banalizamos la presencia indígena, sin entender su capacidad de resistencia y, por lo mismo, que están presentes de forma vigorosa en el siglo XXI. Cuenta el historiador mexicano: Desde que los grupos cazadores procedentes de Asia se asentaron en Mesoamérica hace 40,000 años, hasta que surgieron los primeros pobladores agrícolas (3000 a.C.), los lenguajes más difundidos fueron los corporales, los orales y los visuales. Más tarde, entre los años 1000 y 100 a.C., aparecieron los primeros registros de la escritura jeroglífica, un lenguaje que se convirtió en forma de expresión privilegiada de los reinos de la época clásica (250-900 a.C.). Sin embargo, el lenguaje escrito no mermó el arraigo ni la extensión de los antiguos lenguajes, que siguieron siendo usados profusamente por la mayoría de la población.
Obligada tarea es ir paso a paso, yendo a la profundidad del conocimiento, para encontrar cuándo y cómo es que nuestros indígenas, dejaron en sus lenguajes hechos de una memoria que no podía ni debe morir.
En su libro, escribe: Las páginas que siguen intentan revalorar el papel jugado por estos lenguajes en la formación de la memoria indígena, y se detienen en los artefactos creados para almacenar y difundir esa memoria. El examen de estos lenguajes muestra que la formación de la memoria mesoamericana siguió las mismas pautas que condicionaron la elaboración de otras memorias. En primer lugar, es una creación colectiva: su función era recoger y ordenar los conocimientos indispensables para asegurar la sobrevivencia del grupo. Se trata de una memoria deliberadamente instruida para acumular la experiencia humana y trasmitirla con precisión a las generaciones posteriores. Para cumplir ese cometido la memoria de los pueblos de Mesoamérica envolvió su mensaje en la sencillez del lenguaje oral, en la belleza del lenguaje corporal, en las luces de la escenografía y el sonido de la música, hasta componer con todo ello un canto y una escritura que invariablemente transmitían el mismo mensaje. Estas palabras publicadas en el año 2019 chocan con aquellas de Carlos Basauri, en su libro sobre La población indígena de México, donde señala en sus estudios sobre mazahuas, otomíes y matlatzincas que no tenían realmente música y eran pocas sus danzas. Así lo leo en dicho libro en la página 285, cuando se pregunta: Ahora bien, ¿existe propiamente la música indígena? Nos atrevemos a afirmar que no […] Quizás se deba esto a que con los conquistadores no vinieron a este continente músicos, y no pudieron recoger técnicamente los sones y melodías que escucharon a los indios; pero, por otra parte, los instrumentos musicales que encontraron los conquistadores y aún que se conservan en el Museo Nacional, nos dan una pobre idea de la música que existió en aquellos tiempos entre los indios. Visión errada en 1940 de Carlos Basauri, pues habla sin tener en cuenta la sujeción hecha durante 300 años a los españoles, al no reconocer, que la conquista les quitó todo: por eso bailaban nuestros indígenas en el centro del país la danza de Los apaches o Los moros y cristianos.
Investigar yendo de un lado a otro en el tiempo es tarea del Cronista. Estudiar pasado, presente y vislumbrar en lo posible el futuro es su tarea principal. Nada le debe ser ajeno.