PORTALEANDO CON MAQUIAVELO

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El príncipe que no sepa ser amigo o enemigo decidido, se granjeará con mucha dificultad la estimación de sus súbditos. Maquiavelo.

 

 

El gran maestro florentino quien nunca dejará de acechar la modernidad política, reflexionaba así: Las sombras se alargan y llega el invierno, entumeciendo las almas, palabras congeladas en labios cerrados y la imposibilidad de ponerle nombre a aquello en lo que nos estamos convirtiendo.

 

Ante la ausencia de la verdad efectiva en el lenguaje político, siempre es reconfortante y refrescante volver a nuestro mentor italiano, en tiempos de nuevas tormentas, él es quien sabe filosofar. Por supuesto que no les estoy incitando a volver al pasado para ahí anclarnos, todo lo contrario, más bien para comprender el presente y las señales del futuro.

Nicolás mantuvo la convicción de que el hombre alimenta siempre las mismas pasiones y siempre es igual a sí mismo, de tal modo que, si las circunstancias de la historia se repiten, se replicará también su secuencia, y una misma causa esta llamada a dar un efecto similar; qué cambiaría entonces… la calidad de los tiempos.

 

Cuando Maquiavelo citaba la calidad de los tiempos, se refería a la idea de que el éxito de un líder o gobernante depende en gran medida de su habilidad para adaptarse y actuar de manera adecuada según las circunstancias cambiantes de su época. Creía que un líder efectivo debía entender y aprovechar las oportunidades presentes en su contexto histórico y político para mantener y consolidar su poder. En otras palabras, se trataba de comprender y responder a las condiciones y desafíos específicos del momento en lugar de apegarse a métodos rígidos o doctrinas inflexibles.

Nicolás Maquiavelo enfatizaba la importancia de la astucia, la flexibilidad y la adaptabilidad en la toma de decisiones políticas. Pensaba que un líder debía ser capaz de utilizar la estrategia y la prudencia según lo requerido por las circunstancias, incluso si eso implicaba acciones que podrían parecer moralmente ambiguas. Su enfoque pragmático en la política ha llevado a debates y reflexiones sobre la relación entre la ética y el poder en el liderazgo.

 

Al igual que Maquiavelo, hemos conocido, conoceremos y seguiremos conociendo otros inviernos y muchos otros veranos, pero él, siempre tuvo presente los valores. Los vió vivos y movedizos como una obra en construcción, ligados a ciertas acciones históricas.

Le confiaba a otra de las grandes figuras italianas del pensamiento político, su gran amigo Francesco Guicciardini: no digo nunca lo que pienso, ni pienso nunca lo que digo y, si digo a veces la verdad, la escondo entre tantas mentiras que resulta difícil descubrirla.

Seguramente, esa reflexión maquiavélica la parafraseó de quien lo cautivó con su poesía materialista, el griego Lucrecio de cuyos libros se cultivó leyéndolos en la Biblioteca Vaticana, Lucrecio filosofaba: Gobernar, o aprender a no dejarse gobernar, es decir, comprender las cosas de la política, consiste en rasgar el velo de las apariencias. Pues detrás de él se encuentran las cosas, que actúan.

Los libros de Maquiavelo, además de formar parte de los Clásicos de la Literatura Universal, son una especie de chalecos salvavidas, a los que debemos aferrarnos en estos tiempos de aguas bravas, depredadores e incertidumbre en el horizonte; hemos sido testigos de como arrumbado los tradicionales instrumentos de navegación como el sextante, sonda de corriente, GPS, radar, que han sido desplazados por otros que dispersan el odio y promueven la polarización.

Maquiavelo, sin el ismo, al morir no desapareció, se diseminó. Falleció en 1527 en la Basílica de la Santa Cruz de Florencia y posteriormente, en 1787, el pueblo pago una placa con su epitafio que fue grabado en latín sobre el sarcófago: Ningún elogio es digno de tan gran nombre.