Purgando el hoy

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Corre ahora mismo un tiempo caracterizado por lo fugaz y lo inapresable, por estar comandado por lo práctico y lo utilitario con todo lo que pretende, y, parece, por esforzarse, en punzar violentamente la sensibilidad de los individuos que aún gozan de poder observar diáfanamente. Una vez más se desenvuelven en el hoy las consecuencias del ayer, y se nos exige afrontar una epidemia de cataratas y sordera artísticas e intelectuales padecida por el grueso de la actual generación. Todos siguen viendo y escuchando estrictamente, sí, sin duda, pero ¿qué? y ¿para qué?

Estas dificultades, ni pasajeras ni normales en el espíritu humano, parecen ser el vivo resultado de haber arraigado a nuestras circunstancias la idea de que lo agradable y lo útil es directamente proporcional y casi similar a lo fecundo. Basta con sentarnos con quien fuera y disertar sobre cualquier tema que escape de su óptica para ser deleitados con sus peores pregones: eso no me va a servir para nada, aquello es aburrido, esa música no se puede bailar.

Ojalá fuese este fenómeno pasajero o propio de un instante torpe, pero perecedero del desarrollo de la personalidad de nuestros jóvenes. Ojalá. Es, tristemente, la cúspide de sus vidas intelectuales. Además del resultado de haber pretendido que el sobrellevar dificultades consiste en ignorarlas, en lugar de comprenderlas.

Hoy es un insulso soñador y un apostador por el fracaso anticipado el joven que piensa y entiende, a profundidad, lo decadente de su tiempo. Un partidario de lo anacrónico por pensar que las ideas fecundas son el fármaco adecuado contra lo plano en el vivir y en el pensar. Y un hereje que embarca periplos absurdos y circenses aquél que recurre a la fuente bibliográfica en lugar de a Wikipedia estando en la era de la información.

Pero lo práctico y lo utilitario no sólo comanda las aspiraciones y pretensiones de un importante grueso de nuestras sociedades, también lo intelectual, y hasta lo espiritual. El inmediatismo y el facilismo han transmutado hasta tal punto que en cortos, de 30 segundos, otros pueden formar nuestros ideales sobre esto o aquello, y explicar nuestros más hondos quejares, a través de un versículo mal interpretado, de una lectura conveniente del zodiaco, o de una supuesta falta de autoestima, una, por cierto, absurda redundancia en lo obvio.

La única cura parece ser el espanto, el más explícito ejemplo del cómo parece que irá a cristalizar esta generación. Una reprendida tan voraz y punzante como lo es este tiempo con los hombres y mujeres que aún pueden ver a través del sentir y pensar a través del comprender. Pues parece ser la exigencia que el meditar profundo y coherente hoy nos exigen para volver a tomar partido, como si nos dijesen: este tiempo está cerca de pasar a la historia como aquél en el que se tuvo más libertad e información y en el que menos profunda y bellamente se pensó.

Lo represivo y lo dogmático formaban el binomio con el que se enhebró la terrible camisa de fuerza que las generaciones anteriores tuvieron por método educativo, hoy tan dada de sí, que ya casi nada queda de ella. Pero irónicamente hoy, se está amarrado por una peor: la de la libertad, pues enseñando la diferencia entre liberalismo y libertinaje y entre disfrutar y comprender, además, pronto demostrará que 30 años guiados el trinomio del disfrute, la practicidad y la utilidad, dieron a la larga al mundo lo mismo que aquél que piensa a conveniencia y sin afinar ni dudar de sus ideas alegando que tiene libertad: nada.