Sobre la posibilidad de una transformación con perspectiva social dirigida (Segunda Parte)

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Por su parte Max Weber fue un pionero en este tipo de enfoque. Contempla los cambios históricos como una serie de acontecimientos únicos asociados a un momento histórico caracterizado por unas propiedades irrepetibles. Por ejemplo, el ascenso del capitalismo sería el resultado de una serie de combinaciones de condiciones que sucedieron en mismo momento, se produjeron juntas. En su famoso ensayo sobre La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Weber, sostiene que el protestantismo y, en especial el calvinismo, es sólo el último eslabón de una cadena de acontecimientos más o menos coincidentes que impulsaron al capitalismo. Otros autores que posteriormente han seguido estas pautas weberianas han sido, en los sesenta, Barrington Moore quien analizó las condiciones históricas que han desembocado en dictaduras o en democracias o, en los setenta, Theda Skocpol que estudió las situaciones revolucionarias resultante de derrotas militares, o por último, en los ochenta y noventa, Randall Collins que desarrolló una teoría geopolítica de los cambios sociales cuya variable más importante es el éxito del Estado como institución, como entidad que proporciona legitimidad interna y prestigio externo.

Por otra parte el interaccionismo simbólico de G.H. Mead, para quien la sociedad está dentro del individuo, concibe la sociedad previa al individuo y este último se debate internamente entre su yo, lo creativo e innovador y su mi,  lo social, lo que es capaz de lograr un acuerdo con lo establecido, el orden social, lo convencional incorporado a partir de los procesos de socialización. Estas dos facetas del individuo se incorporan en el self, y su juego constituye la acción social. Pero el orden social emerge y se negocia en las interacciones cara a cara, de ahí el nombre que luego tomaría su corriente. Estos planteos introducen el debate entre el cambio o la reproducción social en cada acto o encuentro intersubjetivo. Así es que la conceptualización del cambio social procede de un constructo elaborado con nociones procedentes del interaccionismo simbólico de Mead, lo instituido y lo instituyente de Castoriadis (1975), la construcción de la realidad de Verón, E. (1987), Berger y Luckmann (1997) e Ivern, A. (2007).

Tenemos entonces que para Castoriadis, la creación es la capacidad de hacer emerger algo que no existía o no estaba dado de antemano. Pero toda creación, poiesis, basada en la imaginación, trabaja sobre las formas ya dadas, de manera que todo cambio se sustenta en el andamiaje simbólico de lo anterior. La imaginación y el imaginario posibilitan el magma de significaciones sociales. También señala Foucault (1992) que las instituciones son portadoras de significaciones imaginarias sociales. Giddens considera que tres son los factores que inciden en el cambio social: el medio físico, la organización política y los factores culturales. Esos elementos atraviesan los relatos y en ellos se verá cuál es su grado de incidencia. También se lo retoma para atención a las alteraciones de las estructuras, puesto que para él la producción y la reproducción de la sociedad es producto mismo de la acción del hombre, y de su interacción. De este modo, la producción social implica la constitución de la sociedad por los sujetos, mientras que la reproducción social habla de la constitución de los actores por la sociedad.

Sin embargo, si planteamos la sociedad como un sistema abierto, Morin considera que vale ya no la homeostasis, propia de los sistemas cerrados, sino la morfogénesis, por la que la sociedad genera el cambio o modificación de sus estructuras frente a los conflictos, para no perder viabilidad. La explicación está dada por el paso a la modernidad líquida de Bauman (2005), que como el mismo describe, se trata de una gran transformación que ha afectado a las estructuras estatales, las condiciones laborales, las relaciones interestatales, la subjetividad colectiva, la producción cultural, la vida cotidiana y las relaciones entre el ser y el otro. Se asocia con el quiebre del Estado de bienestar y su consecuente sensación de inseguridad, “degradación de carácter”, vacío de contenido en instituciones democráticas y privatización del ámbito público.

Bauman señala al respecto, marcando también la transformación de estas estructuras: Apartar la culpa de las instituciones y ponerla en la inadecuación del yo ayuda o bien a desactivar la ira potencialmente perturbadora o bien a refundirla en las pasiones de la autocensura y el desprecio de uno mismo o incluso a recanalizarla hacia la violencia y la tortura contra el propio cuerpo. Para Bauman (2005), se trata de la transformación de la propia biografía, definición que nos pone de cara a responder que antes que social, el cambio es subjetivo. Esta misma afirmación nos pone en la cuenta de que el paso del sujeto al grupo es ciertamente una instancia comunicacional.

Sería interesante revisar estos enfoques en el sentido de que tienen que ver con sacar el tema de su sesgo desarrollista para revisar, desde una perspectiva superadora, ligada a una comprensión componedora de las diferencias, una diversidad de prácticas en relación con la transformación social, con la participación, lo popular y lo comunitario, con la comunicación entendida ya no como linealidad ni funcionalidad, sino como constructora de vínculos conformadores de identidades, y especialmente de futuro, en proyectos participativos de planificación y prácticas de intervención. Lo novedoso tiene que ver también con recuperar no sólo lo que los sujetos piensan sobre el cambio social sino también lo que hacen, desde su cotidianeidad, para hacerlo posible. Ivern (2007) sustituye la expresión cambiar la realidad que podría formar parte de una determinada representación de algunos hechos, creencias o hábitos, por cambiar la percepción de la realidad, para convertirla en alternativa instituyente (en imaginario social), opuesta al imaginario social instituido. Así, pone de relevancia el papel de los discursos como corsés donde se constriñe la transformación eventual de la realidad.