Soledad y abstinencia Parte II

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No todos perdemos el miedo a vivir historias de amor, hay casos en los que existe una especie de resistencia, y no al amor propiamente, sino a lo que viene después; las rupturas, es ahí, donde se cuela el miedo. También están las inseguridades y el rechazo: le hablaré o no, que tal que no le gusto, no podré darle lo que quiere, ¿y si le gusta alguien más mientras esta conmigo? y demás memas. ¡Ah!, pero luego, aquellos a los que el miedo se las pela, se avientan, se arriesgan, y se las arreglan para salir, casi, ilesos. Seas de las personas que con una borrachera les basta para olvidar, de los que pasan días, meses, o años procesando la información, de los que usan barbitúricos para poder soltar, soltar y soltar, hasta ya no sentir nada –ni  las manitas, ni los piecitos, ni el cerebrito–, o de los que una que otra terapia y los  amigos, ayudan en ese circo, que una vez que experimentas, seas como seas, le veas por donde le veas, ya te chingaste.

NATHANIEL

Lalo: Eh, si bien que te gusta la Mariel no te hagas wey.

Nathaniel: ¡Que no!

Emanuel: Tons eres puto

Este tipo de conversaciones eran las que Nathaniel tenía que soportar de sus amigos saliendo de la secundaria, casi todos los días, durante tres años. Después, en la prepa, pasaba algo similar…

Toño: ¿Jalas a la casa de Ana?

Nathaniel: No sé, es que tengo que darle de comer a mis tortugas.

Yair: ¡No seas pendejo!, que les de tu hermana wey, va a ir la Lupe, ya ves que te anda queriendo manosear. Me dijo ayer.

Nathaniel se sonroja y ríe nerviosamente, pero no dice nada, sólo encoje los hombros.

Toño y Yair: ¡ P u ñ a l !

Nathaniel estuvo enamorado de Mariel y de Lupe, pero jamás pudo establecer una relación con ninguna. Hasta que llegó a la universidad. Alondra se llamaba; cabello lacio, piel blanca, caderas pronunciadas, el culo perfecto, como las mujeres de tierra caliente, pechos pequeños, pero igual de maravillosos, ojos claros. Desde el primer momento en que ambos se conocieron supieron que algo entre los dos sucedería.  Comenzó con una amistad hermosa, se hacían travesuras, se acompañaban a sus casas, comían juntos, hacían los proyectos de la universidad juntos, sin embargo, Alondra se estaba cansando de que él no se animara a nada, ni un besito se habían dado y ya había pasado un año, cuando se quedaban solos ya sea en la casa de él o de ella, el Nathaniel nunca le robo un beso, le toco sin querer las nalgas aunque ella se las ponía a propósito, o nunca se quitó la playera porque Alondra le hubiera echado el refresco encima, nada de nada.

Entonces en escena apareció Leonardo, había llegado de otra universidad, era un estudiante de intercambio. Dos semanas después, él y Alondra ya eran novios. Sé lo que estás pensando, y no, Nathaniel no se aventó de un tren en movimiento o al río Lerma con una piedra amarrada en su pie. Sólo lloró durante tres días en su cuarto. Y cuando reapareció en la escuela, dijo que habían muerto sus tortugas, entonces todos comprendieron la ausencia, porque sabían lo importantes que eran aquellos animalitos en su vida. Alondra lo abrazó, fuerte, Nataniel pudo oler su perfume delicado, su cabello suave, y no pudo decirle nada. Paso ese año y Alondra y él seguían siendo amigos, ella le contaba todo lo que le pasaba con Leonardo y la consolaba cuando rompía con él y le deseaba lo mejor cuando regresaban –o sea  se quedaba como pendejo mirando cómo eran felices–. La sexualidad de Nathaniel  era un tema inexplorado, hasta para el mismo, porque les juro que tampoco me contó eso, lo que sí sé es que al menos se chaqueteaba –suspiren de alivio y hagan  ojitos de huevo cocido–. Hubo una época, casi terminando la universidad en la que Nathaniel quiso intentarlo, armarse de valor, darse una oportunidad. Hablarles a las chicas que le gustaban, trabajar en sus inseguridades; Raquel fue una de sus primeras veces y la última de esa época, resulta que Raquel si quería con él, pero no soportaba la idea de que no hablara con casi nadie, de que fuera un hombre reservado, serio, ella buscaba algo más sociable. Entonces, terminaron. Y una vez más Nathaniel estaba solo, sabia manejar muy bien ese tema, estaba muy acostumbrado a ello y prefería mil veces eso a tener que sufrir, no estoy muy segura si en verdad se siente bien como dice. Cada vez que le gusta una chica, se dice a sí mismo, naaa, mejor no, que tal si…  y de nuevo a la abstinencia como si fuera una pinche manda porque no mereces pasarla bien.

A veces pienso lo dichosos que son aquellos que encuentran con quien pasar el resto de sus días, pero tal vez nunca sabré si en verdad son tan felices como dicen, y tampoco sé qué se requiere para llegar a ese nivel de compromiso, eso sigue siendo un misterio para mí.  La soledad, por otro lado, te da también un poco de tranquilidad, aunque en dosis elevadas, resulta en un poquitín de miedo.

¿Perderemos el miedo a vivir historias de amor?, ¿perderemos el miedo a estar solos?