SOLO SOY UNA HERIDA EN EL LENGUAJE
La Asociación Española de Críticos Literarios (AECL) acaba de otorgar el Premio Nacional de la Crítica al mejor poemario a María Ángeles Pérez López por su libro Incendio mineral.
María Ángeles Pérez López se encuentra actualmente en Nueva York cumpliendo algunos compromisos literarios. Primero, ha sido invitada por la Universidad de Hofstra y el Instituto Cervantes de Nueva York para participar en el simposio conmemorativo de los cien años de Trilce (Lima, 1922) de César Vallejo organizado por el poeta peruano Miguel Ángel Zapata. Asimismo, para presentar su libro Carnalidad del frío en versión bilingüe, traducido por Kim Borchard y editado por Mar Russo de Nueva York Poetry Press, evento que se llevó a cabo este pasado 11 de abril en La Nacional Spanish Benevolent Society de Manhattan. Aprovechando su presencia, tuve la oportunidad de realizarle la siguiente entrevista, donde hablamos de sus proyectos y su reciente reconocimiento otorgado por la crítica literaria española por su libro Incendio Mineral, lo cual confirma lo que muchos ya sabíamos, el porqué María Ángeles es una de las voces más potentes y representativas de nuestro tiempo.
➡️ Entrevista de Ale Pastore
Ale Pastore — ¿Cuánto tiempo te demoró preparar tu libro Incendio Mineral que acaba de ganar el Premio Nacional de la crítica en España?
María Ángeles Pérez López — Aproximadamente tres años. Ya estaba terminado cuando la pandemia retrasó su publicación, de 2020 a 2021, y eso me permitió revisarlo de otro modo, consciente de una vulnerabilidad mucho mayor de la que ya conocía. Creo que parte de ese peso está implícito en el libro, aunque no fue deliberado. El reconocimiento del Premio me excede y alegra inmensamente. Titulé una antología de poemas para Portugal Jardines excedidos y me siento excedida y muy alegre porque pido merecer los versos de Antonio Gamoneda: la belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes.
A.P — Estás ahora en Nueva York para celebrar y homenajear los cien años de Trilce (1922) de César Vallejo. ¿Qué representa para ti como poeta española, su obra poética?
M.A — Tuve la gran fortuna de contar con un profesor y amigo excepcional, el gran vallejiano Julio Vélez Noguera. Descubrir la obra de Vallejo siendo estudiante, sobre todo Trilce y España, aparta de mí este cáliz cambió mi vida. Hay versos de esos libros que tengo tatuados en la memoria de un modo indeleble, que son a la vez cauterio y herida, orfandad absoluta y consuelo. Participé en 2017 en un libro hermosísimo titulado Tribu versus Trilce que preparó Sara Castelar en España y pienso con ella que, en Vallejo, somos tribu, que nos reúne y vincula de modo tan hondo que cuando alguien se declara vallejiano sientes que encontraste una parte de esa tribu común e imprescindible.
A.P — ¿Cuál podría haber sido la contribución de Trilce en tu obra poética si es que ha habido alguna?
M.A — Me gusta pensar que la búsqueda permanente de caminos (de rutas no holladas), la exploración de los límites y posibilidades del poema (para así atisbar con más profundidad los límites y posibilidades de la vida), es el impulso trilceano que anhelo de modo también permanente. He recorrido con pasión el territorio del poema en verso (libre o blanco), también un proyecto de collage llamado Interferencias en el que el propio Vallejo es interferido por noticias de actualidad que hacían aún más viva y presente su obra (y junto a Vallejo, Lorca, Dante, Shakespeare, Alejandra Pizarnik, Cristina Rivera Garza, Dámaso Alonso, Miguel Hernández…) e incluso el haiku con su concisión extrema y la búsqueda de la contemplación. Sin embargo, para escribir Incendio mineral necesité lanzarme al mar de fondo que es el poema en prosa, y sentí que debía hacerlo sin temor, sabiendo que podría no haber nadie a quien le interesase ese libro pero que, igual yo, debía lanzarme a mar abierto porque el poema es una verdad sin fondo que intentamos alcanzar.
A.P — ¿Con qué nos sorprenderá próximamente María Ángeles Pérez López?
M.A — No lo sé bien, pero sigo buscando zonas de exploración (como la nieta de minero que soy), quizás porque para mí la poesía no es un punto de llegada sino de partida, un modo de respirar en el tiempo que nos ha sido dado para que en él podamos ponernos en pie hacia la dignidad y la justicia, palabras inmensas e imprescindibles.
SELECCIÓN DE POEMAS “INCENDIO MINERAL”
(Madrid, Vaso Roto, 2021)
[MI CUERPO CHOCA CONTRA LOS PRONOMBRES]
Mi cuerpo choca contra los pronombres. No sé a cuál de sus exigencias obedezco.
No es cierto que sean cáscaras vacías: son vísceras y plasma en la transfusión que cede cada uno de nosotros. Cuando va a amanecer y salimos desnudos a la habitación más fría del idioma, entregamos materia y ADN.
La luz parece tan solo una escaramuza y los hospitales todavía no apaciguan el pavor, pero nosotros ya avanzamos por corredores simétricos y grises con un hilo de sangre de la mano, como si Ariadna hubiese decidido no llamarse Ariadna sino Penélope y tejer toda la noche su condena. Como si ellas dos se hubieran abrazado en la temperatura del temor y hubieran recordado que la sangre es un hilo que cose cada parte de su cuerpo: un riñón sobre el otro en la diálisis; las dos clavículas como dos mariposas atrapadas que el esternón clavó contra su tórax; un ovario que llama al otro en las veintiocho ocasiones en que la luna gira alrededor; o el agua en los pulmones del ahogado. Como si las dos fueran una: solo un hilo. De la sangre que gotea por él, muy deprisa, caen los pronombres y manchan el suelo. Se enfadan quienes limpiaban las salas del hospital. Podríamos haber soltado piedritas para tropezar en el agotado itinerario de la vuelta. De todas formas se habrían enfadado, o ¿es que acaso se incluyen en la palabra nosotros? Lo desconozco.
¿Y ahora? ¿Quién crees que eres yo?
Solo soy una herida en el lenguaje.
con María Ángeles Maeso
[EN LA LOMBRIZ DE TIERRA, NADA ES TIERRA]
En la lombriz de tierra, nada es tierra. ¿Acaso a ella le importa su apellido? ¿La prudente certeza de las taxonomías? ¿La sucesión arbórea de nombres en latín que hunden sus raíces en la tierra más blanda?
Cuando se mueve, avanza en lo invisible. Anélido vibrante, conjetura, coágulo de tiempo entre lo oscuro. Su traslación es blanda y sinuosa, no acepta ni la línea ni el triángulo ni ningún mecanismo de lo rígido. No puede imaginar que otras especies reñimos violentamente con nuestros huesos. Que los soportamos con la resignada obstinación de quien carga todo el peso de la ley.
En el dócil cilindro de su cuerpo, entra y sale la tierra sin parar. Pero en ella hay tan solo ondulación. La insólita respuesta a los cambios de luz. El flujo en que persigue su deseo como si fuera un pez brillante bajo el agua al que no puede ver ni atrapar con las manos.
Sin embargo no siente ninguna desazón. En ella nunca cabe la sospecha, solo el tenaz empuje de lo vivo hacia todas las formas de lo vivo, la ebullición inquieta en lo ilegible.
Cuando baja hasta el mundo sin temor, ¿tropieza con la sangre derramada? Por ejemplo en Magenta o Nagasaki, en El Cairo y Alepo, en Srebrenica, ¿se empapa, pegajosa, de esa sangre? ¿De su alarido hirviente? ¿Del cauce enardecido con que el odio moja la piel oscura de los campos como ácido que mana sin ceder? ¿También de las ciudades, que se hincan de rodillas sobre sus edificios más humildes?
Cuando entran en el mundo sin temor, las lombrices conocen lo baldío, lo seco, lo atrapado en la intemperie. Pese a ello, descienden a la luz. Bajan por ascensores de cristal en los que entra pastoso el territorio y trasladan la dicha a todas partes. Sacramento y unción de la materia.
Después serán tomadas como cebo. Igual personas, campos y ciudades servirán como cebo y como espita. Agitarán temblando su temor en la boca arrasada de la muerte.
Pero antes, siempre antes de ese instante, es suya la hipótesis feliz de los anillos que unen cada parte de su cuerpo como se une el todo con el todo. Por eso conspiran y eclosionan hacia el barro, la tierra primordial. Por eso no aceptan venir hasta aquí y convertirse en línea y armazón, en verso empobrecido de esta página.
¿Cómo haré para entrar en su abandono, en la respiración concéntrica de lo que no se sabe?
Eslabón prodigioso en lo fugaz.
La alegría, impasible, invertebrada.
con Claudio Rodríguez
[EL FUEGO ALGUNA VEZ FUE UN ANIMAL]
El fuego alguna vez fue un animal. Un músculo violento que saltaba abrazando cada hoja. Un lengüetazo extremo de calor en la altura voluble del bejuco. La imperiosa fricción de lo invisible con los órganos blandos de la luz, como boca que todo lo mordiese.
Para atraparla hay lanzas, alaridos y el estupor que nunca dimite de sí.
Hay sangre entre los huesos y las hachas.
Se movilizan piedras y animales, estirpes y cuchillos hacia la cacería de lo incierto.
Pero ¿quién es quien domestica a quién? ¿A quién le pertenece ese fluido? Espécimen borrado por la lluvia, por la memoria húmeda del mundo, es también su raíz y su inocencia. No es cierto que ya esté domesticado. Siempre somos su piel y su carnaza.
El fuego alguna vez fue un animal. Hoy es tigre y es cueva, es tiempo y es techumbre, la escisión de lo denso y ligero en dos mitades que luego se besan y derrochan.
Le entregaremos lo que acaso fuimos: las largas ceremonias de los bosques en su ritual de nudos y de tallos, la cicatriz del viento, la ceniza, el pánico de las muchachas que caminan solas en la noche, la infancia con su escritura de humo.
Y nosotros ardiendo en esa pira, ¿seríamos también un alfabeto roto? ¿Caligrafía impropia y displicente?
Pero decir nosotros es pensar en ¿qué? en ¿quiénes? ¿Las viudas del ritual sati, en el norte de la India, que se ofrecen a las mismas llamas de las que brotó la unción animal con el esposo? ¿Los que arrojan en la noche de San Juan hasta la última rama del olvido? ¿Los que soplan las brasas de los basureros y golpean sus dientes contra lo tumefacto por si de ellos rezuma un grumo intestinal? ¿Los que queman banderas ante las embajadas y luego creen que un colibrí bebe en su pecho? ¿Los que se apellidan Ramos y saben que habrán de entregarse a cada hoguera? Entonces alguien te regala otro apellido. Si has quedado tan huérfano, podrían entregarte otro cualquiera: Escudero, Expósito o Vasallo. Tal vez Lerner, el que vino de muy lejos. El médico inglés James Parkinson también puede regalarte el suyo. Pedirás, con angustia, con los brazos atados a la enfermedad, que te devuelvan quien habías sido: una ramita verde de avellano que solo conocía lo flexible. Pero antes o después, todos los nombres bajan hasta el fuego. Bajan las lanzas, las manos perfumadas de resina, los códices que Diego de Landa quemó en Yucatán, la Biblioteca de Alejandría con su despiadado recuento de volúmenes perdidos y el año 33 en la Plaza de la Ópera en Berlín (quemar cuerpos y libros termina pareciéndose, alguna vez el fuego fue un cuerpo insólito, como el de un animal).
Sin embargo, contra todo pronóstico, contra la ignición del todo y de sus partes, alfabeto y fulgor también se funden en la abrasada extensión de los campos para que en los brotes vuelva a inventarse el nitrógeno, la estampida, la unión de lo vivo y lo muerto que se muerden, se succionan, se enlazan como si no hubiera entre ellos nada más que el amor. Su combustión.
__________ 🪶__________
María Ángeles Pérez López (Valladolid, España, 1967).
Es poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, donde trabaja sobre poesía contemporánea en español. Antologías de su obra han sido publicadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey, Bogotá y Lima; también de modo bilingüe en Italia y Portugal.
Uno de sus libros (Carnalidad del frío) ha sido editado bilingüe en Brasil en 2021 y en Estados Unidos en 2022. Su último libro, Incendio mineral, acaba de ganar el Premio Nacional de la Crítica en España.
Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, hija adoptiva de Fontiveros y miembro de la Academia de Juglares de Fontiveros, el pueblo natal de San Juan de la Cruz.