STEFAN ZWEIG EL GENIO ERRANTE
Nunca una generación ha caído como la nuestra de tal elevación espiritual a tal decadencia moral. Stefan Zweig
Empezaba el último cuarto del siglo pasado, cuando tuve la fortuna de que cayera en mis manos una de las biografías que más he leído y releído, aprendido y aprehendido; Fouché: Retrato de un hombre político, escrita por el vienés de origen judío, Stefan Zweig, quien el pasado 22 de febrero, lo recordé con motivo de haber cumplido 81 años desde que decidió quitarse la vida en compañía de su esposa, en un pacto de vida, de amor y de muerte.
Esa sería la primera biografía de varias, escritas por el ilustre austriaco que he gozado leyendo, de hecho, es uno de mis escritores favoritos y uno de los más importantes del siglo XX junto con Kafka, Mann, Chesterton, Waltari, Wolfe o Dostoievski.
Las biografías de María Estuardo, de María Antonieta, de Montaigne, sumadas a la de Fouché me parecen de las mejores, junto con su autobiografía que tituló: El Mundo de Ayer, Memorias de un Europeo. Por supuesto, que también merecen un lugar especial sendas trilogías, la primera titulada: La Lucha Contra el Demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche), la segunda: Tres Maestros ( Balzac, Dickens, Dostoievski) y La Curación por el Espíritu ( Mesmer, Baker-Eddy, Freud).
También escribió sobre la vida de: Americo Vespucio, Fernando de Magallanes, Honorato de Balzac, Romain Rolland, de quien por cierto, fue gran amigo; Erasmo de Rotterdam, entre otras y que las cito por separado, ya que no he tenido oportunidad de leerlas. Miren esta frase de Balzac: Es necesario casi ser un genio para ser un buen marido.
He gozado enormemente en todo momento de la lectura de sus obras y hasta ahora, no ha habido una de la que no haya rescatado valiosas perlas de sabiduría como la siguiente que les comparto de Castellio contra Calvino: Conciencia contra violencia, muy adecuada para los tiempos recios que estamos viviendo:
Ningún pueblo, ninguna época, ningún hombre de pensamiento se libra de tener que delimitar una y otra vez libertad y autoridad, pues la primera no es posible sin la segunda, ya que, en tal caso, se convierte en caos, ni la segunda sin la primera, pues entonces se convierte en tiranía.
Digamos que este maravilloso genio de la narrativa, vivió con la adrenalina al máximo perseguido por los nazis, quienes le quemaron varios libros cuando entraron violentamente a su casa de Salzburgo. Durante su época más prolífica entre guerras: 1920 a 1940, su talento itinerante afloró a lo largo de toda Europa y en algunos países de América.
Su padre fue empresario textil lo que le permitió tener una vida en la alta sociedad europea y doctorarse en Filosofía, reside un año en París. Después vive en Londres y viaja por España, Italia y Holanda, relacionándose con personajes como Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin, William Butler Yeats o Luigi Pirandello entre otros. Comenzó a escribir novelas y dramas durante este período, y se hizo muy popular como escritor.
Conoce en Leipzig a Kippenberg, el director de la editorial Insel. Fue amigo de Sigmund Freud y Richard Strauss. Coleccionó partituras manuscritas de sus músicos favoritos y siempre sintió miedo a envejecer. Visita la India, Norteamérica y Panamá. Gustaba de vacacionar en la Costa Azul. El exilio de Zweig coincidió con el final de su primer matrimonio, tras ser sorprendido por su esposa, Friderike Maria von Winternitz, con su joven secretaria Lotte Altmann, en un hotel de la Costa Azul. Zweig donó algunos de sus libros a la Biblioteca Nacional Austriaca y partió rumbo a Londres con su segunda esposa.
Disfrutó en gran medida su estancia en París, Nueva York, Buenos Aires… mientras veía con tristeza y nostalgia cómo el fascismo iba sumiendo a Europa en el horror. Llegó a Brasil en el verano de 1941, viajando a Río de Janeiro, Sao Paulo, Minas Gerais, Bahía y el noreste del país. Allí observa la elegancia y la pureza. En un sincero empeño por conocer esta «extraña» nación, realiza un viaje con una excelente cadencia narrativa.
Brasil impactó al cosmopolita Stefan Zweig más que cualquier otro país. En plena Segunda Guerra Mundial, en el punto álgido de la autodestrucción de Europa, visitó la quinta nación más grande de la Tierra y se sintió atraído por su belleza natural, su modo de vida tranquilo, su tolerancia y su gente hospitalaria.
Stefan Zweig se suicidó en Petrópolis, Brasil, el 22 de febrero de 1942. Tenía 60 años. Fue encontrado impecablemente vestido en una habitación perfectamente ordenada, junto a Lotte Altmann, que también se envenenó.
La casa donde vivió, fue convertida en museo, en donde se puede leer enmarcado en una pared de la casa el llamado testamento de Stefan Zweig, un breve texto que el novelista había escrito, al parecer, el día anterior al suicidio, dirigido al juez y a la policía. En la primera mitad del texto, tras advertir que dejaba la vida por propia voluntad y en plena posesión de sus facultades mentales, Zweig agradecía a los brasileños la extraordinaria hospitalidad que le habían ofrecido, al tener que huir él de Europa, acosado por el nazismo.
Finalizaba: Europa, mi patria espiritual, se ha destruido a sí misma (…). Por eso me parece mejor concluir a tiempo y con ánimo sereno una vida para la que el trabajo espiritual siempre fue la alegría más pura y la libertad personal el mayor bien sobre la tierra. Saludo a mis amigos. ¡Ojalá puedan aún ver el amanecer! Yo, demasiado impaciente, me adelanto a ellos.