Tardes de Soledad: La épica desfasada de siglo

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Lo que ha hecho Albert Serrá con su último documental: Tardes de soledad, es algo difícil. Ha transportado los valores y la riqueza estética de la épica antigua a nuestro siglo presente sin desfasarlos. Esa es la principal riqueza del filme. Es decir: si todo aquello está desfasado, ¿cómo hacer para traerlo a la actualidad como si nos pudiéramos meter en la cabeza de quienes lo vivieron, para remecer nuestro presente? Esto es, pues, lo que ha hecho Serrá por medio de la imagen de su formidable película, para lo cual, como es lógico, no ha necesitado más palabras que las de su título. La película no tiene ni principio ni final ni tiene por qué tenerlo. Una película no es un texto, me dijeron una vez sobre las implicancias filosóficas del cine.

Por aquello que las intenciones de Serrá con su no pueden ser abordadas de forma lineal. Lo suyo es, más bien, rizomas de un mismo árbol que se conectan para dar luz y fuerza a una sola idea, siguiendo a Deleuze. Y aquello, por mucho que se aleje de los cánones que tenemos interiorizados para contar historias y para que nos cuenten historias, si nos paramos a pensar en que linealizar lo que quiere contar supone una pérdida de la riqueza de su contenido, es algo que termina cobrando sentido. A ello, hay que sumar, pues, que la arquitectura del filme está enteramente constituida de primeros planos cerrados a excepción de tres o cuatro excepciones. Cosa, que también supone un cambio de perspectiva para el espectador, pues él tiene que hacerlo todo. Es decir, está tan metido en las angustias del protagonista, que no puede descansar de ellas en ningún momento.

Entonces, Tardes de Soledad no narra, sino que acompaña al torero peruano Andrés Roca Rey y a su cuadrilla durante el inicio, desarrollo y conclusión de cinco tardes de soledad, como deja ver el título. Si bien la película se compone, digamos, de cinco actos muy demarcados, los escenarios concretamente son cuatro: Madrid, Bilbao, Santander y Sevilla. A partir de ahí, lo que se intenta es compartir, tratar de que se pueda tocar la soledad del diestro durante todos los momentos en los que, aun cuando tiene la plaza a su favor, a su cuadrilla y a todos los santos cuidándolo, una vez frente al animal, está inauditamente solo.

 

Resumámoslo así: Tardes de soledad roza lo fascinante porque, se ha hablado de la épica, de la estética, de la maravillosa plasticidad y la profundidad artística del toreo, pero nunca sobre un aspecto tan profundo e inexplorado como aquello con lo que realmente se enfrenta el diestro cuando la faena está corriendo: su terrible soledad ante el hecho de que su vida está empeñada hasta que el toro que tiene delante, decida rendirse y darle la suya: cosa que no va a suceder jamás.