Te amo
Sabes el camino de tu cuerpo al mío. De un templo al otro, conoces la senda para llegar, transitas con la certeza de saberme para ti: aprendí a ser tu mujer.
Entre nosotros, no hay pasado, ni presente, ni futuro; aprendimos a encapsular el tiempo por instantes. Perdidos en nuestras bocas, en el vaivén de nuestros sabores y aromas, expertos de tu piel y la mía, hemos conocido el sensible mundo de ambos.
El tiempo y el silencio, fraguaron vitales destellos de amor interior. Aquella ocasión me dijiste: –Dame un beso que nunca se nos olvide. Mi boca no dudó en sentir tus labios, en combinar los sabores. Entre tú y yo no hay día ni hora: sólo la certeza de una cercanía inmediata; quizá por eso, llegó el inusitado ¡Te amo!
Cuando lo dijiste, perdidos en el otro, la palabra sonó a media luz. Me quedé callada, como si ese silencio me protegiera de sentirme vulnerable. No creí escucharla, te pregunté –¿Qué dijiste? –Te amo, insististe. Balbuceé –Yo también. Ante la escena, añadiste que, verme enamorada, te animó a repetir una vez más ¡Te amo!
Cuando te fuiste, en mi mente, quedó un “te amo” que dejé de sentir hace mucho, una palabra abandonada en mi configurado universo de emociones. Durante los siguientes días, la razón se entretuvo con ella; fue como si “te amo” tocara el portón de mi ánimo, sin encontrar quien la abriera.
Han sido repetidos encuentros y cada uno de ellos, distinto y único, pero esa palabra lejana de mí, no volvió a aparecer. Aquella noche tuvo la magia de escuchar un “te amo” sincero, natural, sublime que mi alma guardó como ofrenda celeste sin esperanza de volverla a escuchar.