Todos crucificados
El comportamiento social es diverso, cada uno de nosotros buscamos hacer defensa de aquello que consideramos legítimo en un esfuerzo por convencer(nos) de que nuestro método es el único adecuado para salir adelante.
El ejercicio para la revocación del mandato, acabó mostrando lo que todos sabíamos; que el presidente ganaría esa elección de manera abrumadora, que el número de votantes sería sustancialmente menor al que le llevó a la silla de Palacio Nacional y que el INE acabaría raspado porque muchas voces asumen que no hizo bien su trabajo. Visto objetivamente, todos suponen haber ganado pero en la realidad todos acabaron perdiendo algo: credibilidad, confiabilidad y reputación.
No hay para donde moverse, hagamos lo que hagamos siempre acabaremos crucificados ante los puntos de vista de los demás; muy complicado convencer cuando somos incapaces de hacer un análisis profundo en el que renunciemos por unos minutos a nuestras creencias, equivocadas o no.
La vida suele ser así de inestable, pues todo dependerá del cristal con que se mire; en el mundo laboral, es claro que hay dos mundos diferentes, uno para quienes trabajan en espacios públicos y otro sustancialmente difícil para quienes laboramos en espacios privados.
En el primer escenario, cientos de miles de trabajadores que ante la menor provocación llegan tarde, se salen temprano o sencillamente no asisten a sus labores; no acaban de entender que eso es igual que robar, pues devengan un salario que no están dispuesto a devengar cabalmente. Es penoso ver como algunos tienen la desvergüenza de quejarse por la carga de trabajo que tienen, cuando todo el mundo sabe que se presentan una tercera parte de su jornada.
En el segundo caso, cumpliendo con un horario, haciendo lo que corresponde en tiempo y forma y sudando hasta el último centavo que ganan.
No confundamos, queda claro que son conquistas laborales que han significado mucho esfuerzo y eso no se juzga; lo que genera conflicto es la poca consciencia que se tiene ante la fortuna de contar con un empleo seguro y remunerado, en tiempos en que tras una crisis muchas personas no han contado con esa dicha. Quien actúa de esa forma, descarada y abusiva, se burla cínicamente de quienes tienen que esforzarse diez veces más por un salario que, además, no es tan seguro porque la empresa privada depende de la activación económica de los países.
El empresario arriesga su capital para brindar espacios de trabajo, y lejos de recibir apoyos para crecer, es sometido a reformas fiscales leoninas cuya única intención es quitarles lo poco que logran ganar. De nueva cuenta, se crucifica al que propone y se solapa al que dispone.
La tragedia mayor llega cuando los hijos de unos y otros tiene que enfrentar el mundo escolar y laboral; en los primeros casos entienden que no vale la pena hacer un esfuerzo mayor porque algún familiar les heredará su plaza y no tendrán siquiera que saber hacer las cosas. En los segundos, con la frustración de que todo el esmero puede ser mucho menos valorado que una palanca en el espacio adecuado.
Fomentamos la mediocridad y esa es la situación más lamentable de esta conformación social, poco falta para poner el último clavo a la cruz.
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