Tradiciones y leyendas mexicanas

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Un libro característico de la cultura mexicana es Tradiciones y Leyendas Mexicanas en donde aparecen como coautores Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza, hacen ver que las buenas relaciones de Riva Palacio, con sus contemporáneos fue muestra, seguramente, de un carácter amigable y de buen humor para con los demás. No es fácil convivir con artistas, músicos o escritores que se tengan entre sí buena voluntad y amistad más allá de las envidias que son un mal de la humanidad. La lectura del prólogo escrito por Jorge Ruedas de la Serna habla del contexto histórico en el que estuvo metido, con torbellinos de todo tipo, dice el prologuista: De entre los liberales prisioneros del pasado, la excepción era, probablemente, el general Vicente Riva Palacio, por su inteligencia excepcional, su tolerancia, su enorme prestigio militar y su amplia visión del mundo. Por eso le temieron Juárez, Lerdo y hasta Porfirio Díaz. Abogado, militar, periodista, crítico agudísimo, novelista, poeta, historiador, entendía su trabajo como obra de combate. Era un escritor en campaña y, sobre todo, un estratega. Sabía confundir al enemigo. Lo mismo sostenía una polémica literaria erudita, que organizaba un ejército. Era la encarnación, quizá un poco a destiempo, del ideal romántico que prefigura Pedro Calderón de la Barca, a quien tanto admiraba el general Riva Palacio: “Militares escuadrones seguí / que en mí se admiraron / espada y pluma conformes”. No fue presidente de la República, pero podía haberlo sido, como lo fue Sarmiento en la Argentina. Para su tiempo era, sobre todo, un heterodoxo.

Con estas palabras el prologuista hace un retrato fidedigno del admirable escritor y político que es. Guardando destino y diferencias ideológicas, pues pocos ejemplos se dan en las naciones de este tipo de intelectuales y hombres de armas, pienso en el caso del ruso León Trotsky, al margen de antipatías o simpatías, supo reunir las mismas cualidades de la pluma y espada por igual. Uno es exiliado por el dictador Porfirio Díaz y muere en Madrid, España en el año de 1896, el otro, es perseguido hasta asesinarlo por órdenes del dictador José Stalin en la ciudad de México en 1940. Los dos dejan una obra de creación literaria e intelectual que es admirable más allá de los avatares de la política. Los dos estrategas capaces de organizar guerrillas y ejércitos. El primero fue destacado diplomático reconocido en Madrid y Lisboa, el segundo, vivió a salto de mata, literalmente, primero siendo balaceado su domicilio con la participación de David Alfaro Siqueiros cuyo estalinismo era radical, mientras que Diego Rivera y Frida Kahlo lo fueron de Trotski y su esposa, y eso les permitió vivir hasta la muerte del revolucionario en condiciones más o menos estables, pero siempre perseguidos por el monstruo que fue Stalin en su dictadura que abarcó no sólo su país, la Unión Soviética, sino más allá, por la influencia que desplegaba como tarea de que se era su amigo o lo contrario. No hay nunca con los dictadores ninguna posibilidad del punto medio. Es agradable leer a Jorge Ruedas de la Serna, quien cita más adelante al escritor mexicano: La literatura, pensaba el general Riva Palacio, no sólo instruye, no sólo adoctrina, sino que, además de infundir, desde la primera edad, convicciones morales, haciendo ver “siempre triunfante la virtud y siempre odioso el vicio”, es indispensable para la vida, porque hace vibrar las cuerdas del sentimiento, la parte emotiva del ser humano: el día en que los literatos sólo se ocupen de la ciencia o de la política, “día que afortunadamente no ha de llegar”, añade el general, “los destinos de la humanidad será entonces más triste que una tarde nublada”.

 

Interesante texto, pues refiere una crítica seguramente a don Benito Juárez y a Porfirio Díaz, que de la política hicieron su numen, praxis cotidiana del vivir. Nuestro intelectual veía hacia el siglo XX que se acercaba, eso le permitió vivir fuera de México, al igual que a los poetas Amado Nervo o Alfonso Reyes, que de su experiencia de vida como diplomáticos adquirieron el amor a México, pero también un espíritu universalista que mucho ha permitido al país para crecer en su espíritu mexicano, pero también en su amor por las culturas buenas del mundo. La diplomacia mexicana de larga y admirable trayectoria debe atender las labores de Riva Palacio, pues como vemos en él, no sólo son Genaro Estrada, Isidro Fabela Alfaro o José Gorostiza los que fueron trazando el buen rumbo de nuestras relaciones internacionales, sino aquellos que en el siglo XIX hicieron presencia de México ante los países en que fueron designados. Recordar a Ignacio Manuel Altamirano es otra prueba. La defensa que hace de la literatura, insisto, es prueba del rigor y admirable espíritu creador que tuvo Vicente Riva Palacio.

El cariño y la amistad por sus amigos fue un sello que le distingue. Con respecto al libro que cito, el prologuista pone un texto de Vicente que dice: ¿Qué es de quién en este libro? Se han preguntado los críticos. Si el general Riva Palacio se apropió del pseudónimo Cero, que venía usando su ahijado Juan de Dios Peza a partir del tercer “Cero”, el del 5 de enero de 1882, como muestra la doctora Clementina Díaz y de Ovando ¿el romance de “la leyenda de la calle de Olmedo”, publicado el día 2 de enero y firmado también por Cero sería entonces de Peza? ¿Por qué nunca lo reivindicó bajo su autoría en sus colecciones posteriores?, si hasta el propio general lo habría autorizado al decir en el segundo “Cero” que dedicó a Peza: Y la historia es ésta: comenzó Peza a escribir para la República artículos que firmaba con el pseudónimo de “Cero”, leyóme uno y otro, y otro, y tanto me gustaron que sucedió aquello de: A un amigo yo llevé / a casa de la que amaba; / y tanto llegué a llevarlo, / que después él me llevaba. Qué grato hubiera sido conocer al intelectual, general, periodista y crítico para saber lo que es el amigo de verdad. El maestro que acepta que el alumno le puede dar lecciones, siguiendo la huella del brasileño pedagogo, quien nos enseña que el educador educa, pero también es educado por sus alumnos si sabe escuchar y pone atención.

Se dice que en el siglo XIX había la costumbre entre escritores de hacer obras de manera conjunta: lo vemos con Riva Palacio una y otra vez. Lo que es grato y sorprendente. Los textos que vienen versificados en todas las leyendas o tradiciones como les llaman permite leer el primer texto del libro citado, Don Juan Manuel que dice: I / Están al sonar las once, / y la noche sosegada / en el espacio infinito / su negro crespón desata. / Cintilando las estrellas / sus trémulos rayos lanzan, / que si no alumbran la tierra / lejanos mundos aclaran. / Entre la incierta penumbra / indecisa se destacan / las cúpulas y las torres / como inmóviles fantasmas. / En reposo la opulenta / capital de la Nueva España, / deja a la ronda el cuidado de sus calles solitarias. La oscuridad y el silencio / en las desiertas ventanas / muestran que temor ninguno / a los vecinos alarma. Textos en verso o tomando la tradición popular por el canto y forma de decir. El prologuista tiene toda la atención sobre la disyuntiva de quién escribió qué cosa. Y termina señalando.

Esa búsqueda de la espontaneidad era coherente con la naturaleza del relato legendario, y eso mismo pensaron los primeros grandes recolectores de cuentos y leyendas populares en la segunda mitad del siglo XVII. No sólo por el interés filológico que representaban sus trabajos, sino porque se buscaba también captar el espíritu o el genio popular que había hecho vivir durante largos siglos esas tradiciones. Este ideal parece cobrar nueva vida en el tiempo en que la vieja ciudad, gran repositorio de esas tradiciones y llena de las inscripciones que permitían la lectura de las mismas, es transformada violentamente por la obsesión del progreso. Toda esa escritura se refugia entonces en el periódico que, como en el caso de la crónica, se sustituye efímeramente en aquella maravillosa comunicación tradicional que se iba perdiendo. Esas historias eran portadoras de una profunda sabiduría necesaria para la vida y para amortiguar la angustia y los dolores de la existencia, porque como bien le dijo Peza a su crítico: En este mundo maldito / no a todos calienta el sol.