Un venturoso experimento
Hoy que está en juego, en el centro de la discusión el contenido de los libros de texto gratuitos, continúa mi sentir al respecto de que la enseñanza debe ser globalizante y amena.
Los neoliberales ni idea tienen de lo escrito, por eso de mi libro, sobre la educación mexicana hablo del tema.
A mediados de los sesentas, los maestros de la primaria del Estado de México ensayamos un atractivo sistema didáctico que se denominó Globalización de la Enseñanza. Se trataba de relacionar materias, de hacer amena y práctica la enseñanza, de –globalizando– entrar al conocimiento.
Utilizando un centro motor, de ahí brotan saberes mil; planes imaginativos con hechura propia del mentor –el maestro de grupo tenía que exprimir su capacidad creadora– el plan rebosaba originalidad y llegaba a impensados estadíos del humano saber.
Lector en ese tiempo de Julio Verne, trabajé en una de sus obras: La Vuelta al mundo en 80 días. El plan a desarrollar –girando alrededor de la obra–, tocaba cien artistas: En dónde queda Londres, escenario de la apuesta de Phileas Fogg ¿Por qué la apuesta fueen libras esterlinas?, el vuelo en globo… etc. escribí 3 de cien tópicos a explorar y que a su vez son árboles con ramas: Inglaterra capital Londres y de ahí ver países y capitales de Europa, el sistema monetario inglés, de ahí el sistema de pesas y medidas inglés: yardas, pie, libra, y sus semejanzas y diferencias con el sistema métrico decimal… y luego el vuelo en globo y la comparación con los jets de ese tiempo.
A propósito anoté el cimiento: la obra de arte literario, su narración y posterior lectura. Fue lo poéticamente grato: viajar en y con el libro.
Se comenzaba con entrar al cerebro del chavo con el gusto, con el plus ultra de tocarlo con la palabra, de poner a funcionar –con el chispazo de la narración– a perezosas neuronas cerebrales. Como si fuera una película, la escenografía salía a colación: la ciudad de Londres de ese tiempo, la moda, las construcciones, los diálogos; el mundo interior… hasta eso la psicología las emociones del personaje, su desazón y hasta cierto punto sus razonables dudas: Phileas Fogg lanzando su honor en una apuesta. ¿La vuelta al mundo en 80 días?
Uhh.
Y todo está relacionado, hasta el mundo del cine con la película de Michel Tood protagonizada por David Niven como Fogg y Mario Moreno Cantinflas como Picaparte o Paspartú.
Al globalizar –hoy serían palabras como ejes que relacionan– un mundo de saberes aparecía. Al viajar con los personajes en el globo, viajábamos literalmente por un mundo de magia y poesía.
En esos trances, el conocimiento venía involuntariamente. Sin proponérnoslo, así nomás aparecían ideas e imágenes impensadas. Ora íbamos viajando con los personajes en un elefante por la India o Phileas tomaba nieve de la punta de una montaña para enfriar el champán; aquí lo brotaba, lógica, naturalmente era la vida; el llamado programa a llenar, los conocimientos que alguien dijo que se tenían que saber eran superados por los renuevos que salían de las ramas y así nomás, sin forzar sin meter con calzador, lo que se va aprendiendo llegaba gratamente y para siempre.
Se lograba el placer de la enseñanza globalizando. Nunca se acababa el tiempo: aquí en la India nació el ajedrez: vamos a jugarlo, ¿no saben? Vamos a aprender a jugarlo. Ahora vamos volando sobre las nubes de América –recordando al inolvidable libro– se preguntaba ¿Qué país quiere? Paisajes, gentes, letras. Y más: de pronto se enfría el aire del globo, oigan, por cierto, ¿quién recuerda lo del aire caliente que hace que se eleve el globo? Y vamos a saber por qué.
A quien se le haya ocurrido la globalización con ese balazo le atinó en el centro del blanco a la enseñanza… pero como las cosas en este país tuvo tantos detractores (hay que llenar los objetivos del programa, los maestros no están preparados, aparecen conocimientos que se salen del programa de estudios se le da demasiada libertad a maestros y alumnos, etc., etc.) que finalmente se borró y quienes pretendimos continuarlo tuvimos a miles de voces en contra y san se acabó.