8) La verdadera Pamela
El reto de ese sexto año para Iker era adaptarse en todos los ámbitos de su vida, especialmente en la escuela y el futbol; su meta era empezar a ganar títulos con ambos equipos. Martes, jueves y viernes eran días de entrenamiento, días de luchar dentro de la escuela por un lugar. Mientras que todos los días tenía que hacerlo con los periquitos. Todos hacemos un esfuerzo extra por algo que deseamos, las piernas de aquel niño sintieron ese desgaste a lo largo de los dos meses y esto se vio reflejado en un partido de preparación:
—Gracias por quedarse después de clases, hoy tenemos un juego de equipo mixto, once contra once. Iniciaremos con Miguel en el arco, José y Manuel de centrales, Axel serás lateral izquierdo, Iker lateral derecho, Isabel e Isaac serán nuestros mediocampistas, Pamela y Allison en las laterales, Raquel y Jorge de delanteros. Vamos a tocar, no dejen que tengan el balón en los pies, presionen desde la salida —ordenó el entrenador Banderas muy esperanzado.
La capitana, el pilar escolar, Pamela inició con el calentamiento y el equipo la siguió. Después de algún tiempo, Iker se sentía nervioso, estaba lleno de emoción, la banda de la derecha serían él y la blaugrana. En cada ejercicio de calentamiento que hacía el dorsal 98 de los periquitos y hoy cuatro de su colegio sentía una incomodidad en sus piernas, incluso sentía raro al pisar el pasto de la cancha. No estaba en condiciones para jugar, pero prefirió exigirse.
El hombre de negro tomó su silbato y dio el pitido inicial. Jorge, un chico alto de la clase de quinto pasó el balón a Rachel, niña de sexto e inició el partido. Las indicaciones eran claras: tocar el balón y usar la profundidad por las bandas. Iker tocó su primer balón pasándolo hacia los centrales. Empezó a realizar sus recorridos, cruzó el medio campo y gritó por el balón, ya en los pies, se lo dio a su compañero de clase: Isaac. Éste le devolvió el balón pidiendo que desbordará, condujo, se quitó a un jugador y vio el movimiento de Pamela hacia el centro, tocó raso y fuerte, la del Barcelona empezó con su magia se quitó a un central de sombrerito y aprovechó el balón en el aire para hacer una bolea, un extraordinario gol de vestidor.
Primera vez en que ella reconocía la calidad de rival de ciudad, e incluso le agradeció el pase. Su colegio dominó todo el primer tiempo, de lado a lado llegaba el balón. Jorge tras un centro de Allison remató solo, pero en dirección del portero. Acabaron los primeros cuarenta y cinco minutos e Iker ya no podía más, solo que lo mantuvo en secreto; llegó el segundo pitido del árbitro, ahora el colegio rival empezó a tomar la iniciativa, recuperaban el balón rápidamente. El niño de sexto año estaba por pasarle el balón a Pamela, cuando le robaron la cartera, fue allí donde se escuchó el grito de la blaugrana:
—¡Qué haces!
Al ver cómo se le escapaba aquel jugador, intentó correr en reversa. Para su suerte alcanzó a barrerle y mandarlo a córner. Ese cobró no llegó a nada, sin embargo, los ataques seguían constantes hacia la banda derecha. Corría el minuto sesenta y siete, Iker se vio sobrepasado por un pase filtrado y nuevamente corrió contra corriente; fue allí en donde después de su recorrido cayó al suelo y por más que intentaba pararse, ya no podía seguir con el juego. Había dado todo, el cambio se hizo evidente y fue sacado en camilla. Después del cambio, el equipo empezó a comportarse como en el primer tiempo; esta vez Raquel colocó el dos a cero, que fue el marcador definitivo. Los pies de dorsal cuatro apenas empezaban a reaccionar, podía moverse, pero con incomodidad. Al final del partido, el profesor pidió quedarse a Pamela y a él.
—Siéntense, por favor —pidió Banderas. Ambos obedecieron y se miraron varias veces, la dorsal diez blaugrana y escolar estaba enojada, muy enojada—. Empezaremos contigo Iker, ¿por qué no pediste el cambio? Hijo juegas bien, entrenas bien, pero te exiges demasiado. El futbol es de disfrutar, hoy lo hiciste bien, jugaste de ida y vuelta, tienes un compromiso con la escuela y tu filial, es un esfuerzo doble, pero tienes que descansar. Por no pedir cambio serás banca tres partidos —informó el míster quien ponía primero al jugador antes que el juego.
—Pero quiero jugar con ambos, no puedo empezar en el banquillo. Sé que puedo —replicó el chico castaño, que sentimental, como aquel chico de cinco años, empezó a lagrimear.
—Lo sé, pero quiero que aprendas una pequeña lección —contestó el profesor.
—Ahora tú, Pamela, te conozco hace más de cinco años y siempre es la misma. Debes bajar y subir, pasar el balón, no siempre buscar la gloria, Iker y tú demostraron ser una gran dupla; debes de aprender de él esa entrega, si no lo haces en los próximos partidos, también comerás banquillo —reprimió Christian Banderas regañando a su capitana. Después de escuchar su regaño o sermón, la niña se fue en dirección a la entrada del colegio, nada la detenía, hasta que Iker fue corriendo y la paró:
—Pamela, espera, quiero decirte algo.
—Ahora que quieres niño, no te bastó con humillarme en aquel partido y ahora vienes a ponerte de ejemplo en el colegio, ¿quién diablos te crees? —contestó ella muy enfadada.
—Yo no lo hice a propósito, quería competir contigo, demostrarte la evolución que he tenido. Tú eres la razón por la que me esfuerzo tanto —respondió él—. ¿Te… te gustaría ir a jugar FIFA?
—¿Te gusto o porque me invitas a tantos lugares? Bien sabes que tenemos todos los días entrenamiento. No hay tiempo libre, no sé a qué te refieres a ponerme como tu dedicación. Por favor, no vuelvas a dirigirme la palabra —objetó ella rechazando la invitación.
Pamela subió a su coche y se fue rumbo a su casa. Estaba más que enfadada, parecía que echaba humo. No sabía jugar en equipo, daba las asistencias, pero solo porque no tenía otra alternativa, no porque quisiera. Iker regresó cabizbajo a casa y no le molestaba su castigo en el equipo de la escuela. La caminata al número 78 del Carrer d´Amílcar fue larga, más cansada de lo normal.