Adiós hogar

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La muerte tarde que temprano llega, más si ya estaba anunciada. Faltaban tres meses de clase, claro que lo recuerdo. Llevaba meses olvidando parte de quién fui, habitaba un espacio que no era mío. Veía mi ropa acumulada en una silla, respetaba reglas que jamás me pertenecieron.

 

Los últimos días estuvieron llenos de nostalgia, dejaba mi casa que se escondía detrás del 33A, participe de la gran calle empinada. Lo recuerdo, era un gran portón café, al abrirse mostraba una cochera, que tenía dos funciones: sala de espera y campo de fútbol. Vi el foco que tantas veces rompí con mi hermano, los cristales que también fueron víctimas de nuestros juegos. El pasillo que llevaba al consultorio de madera, subías dos escalones y llegabas a otro espacio conocido, donde había un librero casi nuevo, una tele y un escritorio.

 

Pasabas y dejabas atrás el espacio destinado a la traumatología y algunas veces para la fisioterapia. Había una sala, con dos sillones tapizados con flores y una chimenea que jamás se uso. A pesar de ello, allí siempre se hospedó el árbol navideño junto con los regalos de los Reyes Magos y Santa Claus. Enfrente de ella una cantina, repleta de pocos vinos y una colección excesiva de VHS, grabados casi por una misma persona. Caminabas por un pasillo y llegabas al comedor, elegante y desgastados, que anteriormente era una humilde mesa de madera, una pantalla antigua y un sofá cama, que utilizabas como tendero para colgarte como chango.

 

A lado la cocina, con un refrigerador enorme de casi el doble de tu tamaño, donde accidentalmente perdiste las llaves al guardar el mandado. Cada uno de sus compartimientos una puerta de madera con una agarradera blanca adornada con flores.

Por fin llegas al patio, sede de la ciudad de los juguetes, de naves espaciales, casitas improvisadas y finalmente estadio de fútbol. Fue de piso, ahora es de cemento, antes los balones caían al abismo de un paisaje indescriptible, ahora cercado por lo mismo que se usa en los gallineros.

 

Enfrente de la sala estaban las escaleras de madera, llegabas a un segundo piso. A mano izquierda un baño rosa que también fue espacio de parto y de atención a perritos recién nacidos. Tres recamaras, una de tu hermana que estuvo llena de peluches. La de tu padres donde solían pasar la mayoría del tiempo y la nuestra que era de altos techos, de paredes blancas decoradas de SPD.

 

Recuerdo poco a poco verte vacía, recuerdo empacar la poca ropa que me pertenecía, recuerdo salir de ese portón, para posteriormente regresar como alguien ajeno. Pasan cuatro años y repito la historia, vivo en un lugar que aunque digan ser míos, jamás lo serán. Aún recuerdo el aroma peculiar de esa casa, la observo desde la calle Milán, ahora es un espacio que tampoco es nuestro, espero algún día recuperarte.