CONTEXTO HISTÓRICO

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La obra completa publicada por el Gobierno del Estado de México a través del Instituto Mexiquense de Cultura, El Colegio Mexiquense, Centro Cultural Isidro Fabela y Banco de México, es una de las recuperaciones más importantes de fin del siglo XX en el país y en la entidad. Los XVII tomos publicados en la década de los noventa confirma el amor por los libros a nivel de sector público, privado y social que destaca en la vida mexiquense ante las demás entidades del país. Una edición hecha con gran afecto y cuidada con esmero. Obra imprescindible para comprender que Isidro Fabela Alfaro estuvo a la altura de los políticos y gobernantes sabios que dio el siglo XIX al México nuevo que deseaba ser un país de justicia social, libertades y progreso.

Isidro Fabela Alfaro es un clásico de la política, por ello debe ser estudiado con sumo cuidado y a profundidad, pues su huella es la huella de los escritores afamados que es larga lista inacabable: José María Heredia, Ignacio Ramírez El Nigromante, Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Zarco, Manuel Payno, Vicente Riva Palacio, Guillermo Prieto y Justo Sierra,                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               para comprender en ellos la grandeza del originario de Atlacomulco. La lectura de su obra es basta, compleja, profunda y metódica. Fue un hombre de dos siglos: el XIX sin haber nacido, pero es heredero de lo mejor que nos dieron aquellos hombres y mujeres en ese siglo, y hombre del siglo XX al que aportó sus mayores fortalezas, y esta obra recopilada durante el gobierno del licenciado Emilio Chuayfet Chemor, es botón de muestra que Isidro Fabela, es resultado de las mejores enseñanzas de aquellos que fundaron México, y uno de los mejores alumnos de su siglo: al que supo darle lo mejor de su personalidad; incluso en su preocupación por las distorsiones que ve venir en su presente —para México y el mundo—, después de gobernar nuestra entidad. El volumen XIV contiene, para este estudio que hago, los libros La tristeza del amo y ¡Pueblecito mío!, Obra Literaria, así aparece en portada junto a un retrato que le distingue mucho. El estudio preliminar es de Yvette Jiménez de Báez, misma que al abrir su estudio pone Isidro Fabela, escritor (1882-1964) y dos paráfrasis de don Isidro, el primero que dice así: La ilusión de escribir, de crear, y otra, junto con Manuel Ugarte: En nuestras épocas tumultuosas y febriles el escritor no debe matar al ciudadano. Recuerda Ivette Jiménez de Báez que don Isidro es Miembro fundador de la generación del Ateneo de la Juventud, internacionalista defensor de los derechos humanos de México y de otras naciones […] nació en Atlacomulco, Estado de México, el 29 de junio de 1882 y murió en Cuernavaca, Morelos, el 12 de agosto de 1964, 86 años de vida fructífera. Hombre que nace con el ángel que para Federico García Lorca debe ser cualidad del poema; en el caso de los nacidos con esa aurea en cabeza privilegiada: han de forjar pueblos y naciones por labor no sólo política, sino educativa y cultural. De esos es Isidro Fabela.

No hay presente si el personaje no tiene un pasado, que en el caso de la generación de Isidro Fabela tiene en últimas décadas del siglo XIX sus prolegómenos, que le convierten en lo que fue. Contexto histórico-cultural y la formación de una mentalidad en ello, dice Ivette Jiménez: El porfirismo se había apoyado, tanto en la praxis como en su ideología, en la filosofía positivista de hombres como Augusto Comte, Stuart Mill y Herbert Spencer, lo cual suponía una reducción de las libertades, en provecho, como dice Leopoldo Zea, de un grupo cada vez más reducido […] (ello) parecía justificar la existencia de un Estado poderoso que subordinaba los derechos de la sociedad a los del individuo […] A su vez, la necesidad del cambio ideológico y cultural se manifestó sobre todo en un grupo de pensadores e intelectuales que se empezaron a reunir en 1906, para discutir la estrechez del ambiente cultural y para leer los clásicos. Los sucesos terribles para toda sociedad lleva a la dictadura porfirista a tener con mano férrea, violenta y sangrienta en la paz de los cementerios al pueblo de México; quien después de sufrir el México bárbaro del siglo XIX, encuentra en últimas décadas de ese siglo a un dictador y a sus corifeos: se llenan las manos de fortunas mal habidas, en voracidad que hoy no debemos olvidar —como mal ejemplo—, pernicioso y terrible, pues elimina toda posibilidad de contar con una sociedad de bienestar y sana convivencia.

Ivette cita hechos de fin de siglo y, principios del XX: Entre estos estudiosos se encontraba Alfonso Reyes, Antonio Caso, José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña, figuras destacadas como maestros y guías de esa generación. En sus inicios, todos reconocen en Pedro Henríquez Ureña  al mentor más importante y estimulante del grupo, Él es el portavoz principal de la obra de Rubén Darío y de José Enrique Rodó, y según David A. Branding, catalogaba el positivismo en México de Ilustración estéril, de opositor más que precursor de la visión profética, cuya dependencia de las doctrinas anglosajonas era un obstáculo para la autonomía cultural. Los grandes personajes son catalizadores en la vida de los pueblos. Por eso el afecto de hermanos y de carácter —si es posible—, filial, a Pedro Henríquez Ureña, quien fue el Maestro de la América Latina en esas décadas de inicio del siglo XX. Por sabiduría, por el humanismo que le distinguió en sus acciones y vida pedagógica. En la editorial Fondo de Cultura Económica aparece un libro de dos tiempos titulado Pedro Henríquez Ureña / retratos, publicado en 1998, en el primero tiempo viene el texto de Max Henríquez Ureña, quien escribe un ensayo titulado Hermano y maestro (recuerdos de infancia y juventud) sean algunos párrafos muestra del afecto que Pedro creaba en aquellos que le rodearon durante su vida: Evoco mis recuerdos más remotos, aquellos que se confunden en los primeros destellos de mi razón, y veo en torno mío dos imágenes inseparables y constantes: la de mi madre y la de mi hermano Pedro. El mundo, para mí, se concentraba en esos dos seres. Mi padre y mi hermano mayor se encontraban ausentes desde tiempo atrás y yo no podía hacer memoria de ellos […] Aunque separados por el plan de estudios, hubo sin embargo un aspecto de nuestro desarrollo intelectual en el que Pedro y yo seguimos unificados: el de nuestras lecturas, que continuamos haciendo juntos. Nuestra afición a las letras se había manifestado de manera precisa desde algún tiempo antes: Pedro contaba poco más de nueve años y yo ocho cuando leíamos la encomiable traducción que de algunas obras de Shakespeare había hecho el peruano José Arnaldo Márquez […] Pedro me ayudaba a almacenar ese centón y solía copiar, con su excelente letra, que siempre fue clara y fina, muchas poesías, pero prefirió dedicarse a un solo autor, y así empezó a reunir, y en esa labor continuó varios años, copiándolas él mismo en un grueso cuaderno, todas o casi todas las composiciones poéticas de José Joaquín Pérez.

 La vida de Pedro y Max hecha de lecturas, el educador que un año más grande que su hermanito, es un maestro de vocación. Viejo sabio —a pesar de su infancia, adolescencia y juventud—, ha de llevar delantera a los integrantes del Ateneo de la Juventud; algo hubo en el dominicano que no supimos valorar en su tiempo para que radicara en México, y no fuera a la Argentina a morir para tristeza de la inteligencia en este continente. La segunda parte de este libro trae un pequeño ensayo de fraternidad, afecto que despliega con sabiduría Pedro con respecto al poeta Alfonso Reyes. Al citar este personaje debemos hacerlo mirando quiénes fueron los maestros que educaron a Isidro Fabela. El dominicano pertenece a una generación que cubrió todo un siglo: adelantándose a los sucesos sangrientos de la revolución de 1910. En la revolución del pensamiento Pedro Henríquez Ureña, guarda lugar especial para todos los ateneístas y en ello le va la vida a don Isidro, que se formó con esta madera: convencido que primero viene la palabra y luego la espada. Ivette Jiménez, cita además una serie de filósofos que crean en los integrantes del Ateneo un mundo de sueños y reflexiones, que no permiten a la inteligencia de México dar marcha atrás ante los hechos violentos que les han de rebasar. Al crearse el Ateneo de la Juventud en 1909 se da un golpe mortal a la dictadura, ellos no lo sabían.