CORRESPONDENCIA 1925-1959
Carlos Pellicer, por cierto, es punto de confluencia de aquellos poetas que nacen a fines del XIX o principios del XX. Lo es más, porque su generación pertenece al Grupo sin Grupo llamado Los Contemporáneos: a ellos pertenecen Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Bernardo de Montellanos, Jaime Torres Bodet, Elías Nandino, Salvador Novo y Carlos, quienes formaron con su amistad y vocación la nueva poesía mexicana; la cual fue atacada por aquellos escritores que no se conformaban con el hecho de que los citados del Grupo sin Grupo no escribieran sólo temas sobre el indigenismo, la independencia, la reforma o la revolución de 1910. De los campesinos o la naciente clase obrera. Carlos nos da una lección a través de sus cartas que escribe para don Alfonso Reyes. El sabio mexicano y Los Contemporáneos, fueron en esos tiempos de las nuevas letras acusados de antimexicanos: por las razones dichas arriba, y otras más, que hablan de envidia, celos y egoísmos propios del mundo intelectual.
Lo interesante aquí, es que el libro titulado Carlos Pellicer / Alfonso Reyes / Correspondencia 1925-1959, en edición del Equilibrista y Conaculta, de Sergei I. Zaïtzeff, el mismo que preparó el libro de cartas de Gabriela Mistral para el poeta tabasqueño. Son dos libros para comprender a la Nobel chilena y, a nuestro Alfonso Reyes, a través del poeta de Tabasco. Es importante anotar el espacio de las cartas entre los mexicanos pues llega prácticamente hasta los últimos días de Reyes, quien muere en ese año de 1959. Las reflexiones sobre el material que crea este libro por parte de Sergei I. Zaïtzeff señala de nueva cuenta la parquedad de Carlos Pellicer con respecto a don Alfonso Reyes, quien le admira mucho por su lenguaje poético. Habrá sido ese el carácter de Pellicer, de sentirse con poca confianza ante tales escritores que le ganan por edad, pues Gabriela y Alfonso nacen en 1889 y él en 1897. No sería una distancia tan grande como para preocupar una relación de amistad que sobre todo se expresa en el cariño y ternura de Gabriela Mistral por Carlos Pellicer, o de Alfonso Reyes, ante el joven poeta que le sorprende por su lenguaje del que en varias veces señala como voz nueva en América: es decir, la nueva poesía en el siglo XX para América Latina.
Sergei I. Zaïtzeff señala que son más los recados o mensajes que las cartas entre los dos, y que han sido los herederos Carlos Pellicer López y Alicia Reyes quienes le han prestado sus archivos para encontrar el oro con el que hace un libro invaluable para las letras mexicanas. En la primera carta de Pellicer a don Alfonso le dice Alfonso, nuestro gran Vasconcelos (con el que colaboró en la SEP) llegará dentro de tres días a la Coruña. Se fue así nada más, sin parecer importarle a casi nadie. País cabrón tradicionalmente. Él lleva a Europa una gran melancolía, que, naturalmente, se le quitará o se le cambiará por otra. Es condición del genio moverse entre la tragedia y Dios. Así lo he creído siempre. Como hay predestinación en la vida de este hombre terrible y bueno, tengo fe absoluta en que su destino no se dé por terminado con su gestión en Educación Pública. No, ¿Pitágoras tiene todavía que agarrar las estrellas con la mano, verdad, mi querido Alfonso?
Había en esos años, a mitad de la década de los veinte en el tiempo mexicano un hombre sobre el que giraban muchos intereses intelectuales, artísticos, educativos y también políticos: José Vasconcelos tratará de ser gobernador de Oaxaca y no le dejarán, y sobre todo en el año de 1929 tratará de ser presidente del país con una campaña de entusiasmo juvenil y de clases medias aún no posesionadas dentro de la patria; en ese lapso le acompaña la tragedia con el suicidio en Notre Dame, de su compañera de lucha en la campaña presidencial —Antonieta Rivas Mercado— pero mucho de lo que le sucede en esa década agitada y crítica para la vida de Vasconcelos y sus seguidores, todo ello al paso de las décadas muestra de que su huella era profunda a lo largo y ancho del país. No se equivoca en esa carta de 1925, que le dirige a don Alfonso, al expresar su pasión por Vasconcelos al decir Vasconcelos es joven, saludable y genial. Esperemos. Son cartas de gigantes de nuestras letras. En fecha de del 28 de junio de 1927 Alfonso Reyes dirige una carta diciendo Carlos Querido, soy yo. Recibí su carta en México, y no quise contestarle hasta no ver Río Janeiro. La bahía, el Pan de Azúcar, todo me trajo recuerdos de sus viajes, de sus gustos, de sus charlas, de sus versos. No necesito decirle (como yo todo lo tuerzo), que aunque Brasil es de lumbre y quise decir “brasero”, todo lo encontré brumosos y tiritando de invierno; pero con todo, magnífico, grande, olímpico, soberbio. (¡Si no fuera por la historia, que es nuestro interior veneno —sombra de la Geografía o su enemigo directo! No nos basta ya el paisaje: lo queremos con recuerdos. Al fin somos mexicanos —o ruinas, o monumentos). Copacabana, suspiro del pecho del Padre Eterno, Gávea, monte con montera —y el Corcovado de lejos. De noche el collar de perlas, y el Botafogo echa fuego. Aquí el maguey es un árbol: en follaje, tronco y leño… hablan o se escriben de lo que se hicieron varios de nuestros mejores poetas: de viajar por el mundo, viendo a la patria desde lejos, para no dejarse llevar por la visión chovinista que cree tener la verdad suprema, y que lo resume en la frase: ¡como México no hay dos!.
Esta carta fue publicada en el año de 1948, según revela Sergei I. Zaïtzeff como poema epistolar. En prosa o verso, lo cierto es que aquellos años del siglo XX parece que ya no vendrán ante el embate de la barbarie, una especie de Atila, que a través del WhatsApp o el Internet ha dejado que sea la cultura light la que impere en la comunicación, dejando atrás esas bellas y largas cartas que escribía don Alfonso Reyes o el argentino Julio Cortázar.
Algo sucede con Carlos Pellicer, muchas cosas las resuelve con recados o pequeños mensajes, varios ejemplos aparecen en este texto de Zaïtzeff, ejemplos hay varios: No, no lo olvidamos. Nuncamente. Salgo para Venecia en esta semana. México en enero. EL Grill Médicis… La Chope Latine! París, frontera de todos los corazones, París Maravilloso. C:P. ¿Y Buenos –Lugones– Aires? Da la impresión que a Carlos Pellicer le gusta recibir extensos textos, pero en su cabeza las respuestas se hacen de pocas palabras. Peco de duro con el poeta vegetal que trae el trópico a la poesía mexicana como ninguno. Hay más ejemplos: Egregio Signore / Alfonso Reyes / Legación de México / Buenos Aires-Argentina / Alfonso, los grandes diarios desta culta cittá dan la nouvelle del rapto de Europa: las sospechas han recaído sobre un poderoso ganadero argentino. Mucho temo, pues, que no pueda Usted realizar for this reason su tan deseado viajecito al Alfa del Centauro. —Adiós— Viajo por Italia como cualquier Byron de aldea. Suyo. C.P., esta carta está fechada en Ferrara, el 15 de agosto de 1927.
Ferrara un territorio de maravillas en la cultura italiana, que para aquellos tiempos seguramente era como entrara al país de los sueños, por sus regiones transparentes, por sus inmaculadas expresiones en mosaicos y pruebas de que la mano de Dios había tocado a Ferrara tanto como a Rímini, o a Ravena y su mar el Adriático. Los intelectuales y artistas mexicanos de aquellos tiempos de manera pobre o con pocos recursos venidos de los gobiernos de Álvaro Obregón a través de José Vasconcelos, o de Plutarco Elías Calles, a través de José Manuel Puig Cassauranc, quien tenía cercanía familiar con el poeta de Tabasco. Los mexicanos de aquellos tiempos descubrieron tanto la patria a través de la peor escuela que es la guerra civil dentro de la patria, como por esos viajes que dan con su universalidad la conciencia de nuestros valores. Así el Dr. Atl vino a enseñar a los artistas visuales el amor por lo nuestros, en ello se fundó el muralismo mexicano que tiene profundas raíces de la filosofía como investigación de la historia y no como moda ideológica. Las cartas de Alfonso Reyes y de Carlos Pellicer hablan del maestro y el alumno enamorados de lo humano y del patrimonio cultural del mundo y su naturaleza.