Daniel

Views: 86

Recuerdo la primera vez que vi a una mujer desnuda. Tenía 12 años.  En ese entonces vivía en una comunidad rural, teníamos contacto con la tecnología, pero no nos era permitido utilizarla del todo. En casa, sólo había un teléfono celular que era el de mi padre, y cuando necesitábamos investigar cosas de la escuela, no íbamos a la biblioteca del pueblo, sino más bien, encargábamos las tareas a la muchacha del cyber y pasábamos por las impresiones, a veces había dinero para eso, otras simplemente no llevábamos la tarea. Así fue. Sumado a eso, mis hermanos y yo fuimos criados para sentir vergüenza casi por todo, rechazábamos toda forma de expresión y generalmente pasábamos las tardes ayudando con los borregos, las vacas o las gallinas.

La diversión sucedía de vez en cuando y después eran los regaños, hacíamos cosas como darle de varazos a los cerdos del vecino, atrapar ratones de campo para después aventárnoslos como la papa caliente, y tirarle de pedradas a los gatos que de pronto rondaban la casa y hacían mucho ruido. Una vez mi hermano Tomás me obligó a matar a uno, tal vez no entiendas lo que significa la palabra obligar si no tienes un hermano mayor que, con solo levantarte el puño, tiemblas de miedo y haces lo que diga,  sobre todo, cuando se trata de ser hombre, y ahí estaba, con lágrimas en los ojos, lanzando esa piedra grande y puntiaguda a ese gato gris.

No puede dormir en tres noches y de todos modos Tomás me pegó porque los niños no deben llorar. Ya llego a la parte de la mujer desnuda, no desesperes. Se puso muy de moda que la gente de las ciudades o de otros países, que claro, tenían cierta solvencia económica, compraran terrenos en lugares como en el que vivía, abundaba el agua, había muchos árboles, se podía cultivar de todo y gallos que te despertaban a las cinco de la mañana y el clima era templado, para esas personas era una especie de paraíso. A lado de la casa compraron un terreno unos gringos, y de pronto ya estaba una casa, un jardín y un pequeño huerto. Era una pareja joven, no tenían hijos, sólo un gato y un perro.

Alrededor de su casa no había muro, simplemente dejaron crecer unos pinos y eso era lo que separaba nuestras casas. Se podía ver casi todo lo que hacían dentro, regularmente sus cortinas estaban abiertas, también se oía cuando llegaban, cuando se iban, cuando tenían visitas, su perro ladrar, su gato pelearse con el perro, se oía casi todo, y ese casi incluía cuando tenían sexo.  Eso, –recuerdo  bien– fue  una de las primeras cosas por las que sentimos vergüenza. Una noche, mi mamá tuvo que decirnos que nos pusiéramos a rezar fuerte, tan fuerte que ella nos pudiera escuchar hasta su cuarto. Y ahí nos tenías a los tres casi gritando. Ni siquiera recuerdo cuanto tiempo fue, nos quedamos dormidos y al día siguiente no se habló de más nada.

Una tarde después de sacar a los borregos, pasé justo a la barda de árboles y la vi, la mujer estaba en su sala fumando, de pie, desnuda, de frente, tomaba un poco de agua y después le daba a su cigarro. Pude ver todo eso porque me detuve, no lo pude evitar, era delgada, cabello largo, tenía tatuajes, unos segundos después, el hombre, desnudo, piel ligeramente bronceada, alto, cabello rubio, largo y rizado, ese cuerpo me recordó una imagen en la clase de artes, una escultura de la que mis compañeros se burlaron y mis compañeras se sonrojaron, en ese momento, detrás de los pinos, también me sonrojé, lo vi abrazando por detrás a la mujer, vi sus manos grandes rodear su cintura, sentí mi corazón latir más fuerte y la inevitable erección, en cuanto la sentí corrí a mi casa a esconderme, no tardarían en llegar mis hermanos y mi mamá y no quería que me pasara como la primera vez que amanecí con una y que mi mamá me dijo que era un cochino,  me  zarandeó y me metió a la pileta.

De pronto entró mi hermano menor y como estaba en la cama recostado tapándome la entrepierna corrió a decirle a Tomás. Cuando entró Tomás esperé el golpe que me daría, pero en lugar de eso me dijo que me trepara a la bicicleta y que me fuera para el monte, que él le diría a mi mamá que había que ido por un libro a la biblioteca. Jamás espere la reacción de mi hermano. Tampoco esperé el apoyo que recibí  de él y de mi hermano menor, años después cuándo me fui del pueblo porque mis padres no querían a un marica en su casa. Tomás me escribió un mensaje una noche para decirme que mi padre antes de morir pidió ver a su hijo Daniel. La tarde que volví al pueblo, en la casa de los vecinos ya no estaban los árboles, ya no era de los gringos, pero pude sentir que regresé en el tiempo cuando vi un gato gris en la barda de aquella casa de los ruidos, las imágenes y del primer acercamiento a mi sexualidad.