De tres avisos a tres pañuelos: una historia de resurrección en La México

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El 29 de Enero de 2024, hace poco más de un año, la Plaza México reanudaba su actividad taurina después de más de un año y medio de parón por una orden judicial. El supremo de México había levantado la medida y las primeras tardes de toros no se hicieron esperar. Si bien no fue la primera, la reapertura oficial, celebrada por todo lo alto, fue un éxito rotundo. Aquél día de enero, como pocas veces en su historia, La México se llenó. Ya llenar los tres primeros anillos de la entrada general es toda una proeza para la terna de matadores que componga el cartel. Pero, llenar hasta las banderas los dos anillos anexos a la entrada general, es algo que se cuenta, en la historia de La México, nada más que por decenas de veces. El pasodoble Cielo Andaluz -en su versión mexicana, no en la andaluza-, entonó sus primeros acordes y el Óle que acostumbra a gritar la afición mexicana fue estremecedor. Los nacionales Joselito Adame y Diego Silveti y el peruano Andrés Roca Rey, tenían el honor de hacer que el paseíllo rompiese. El resto del rito, quedaba adjudicado al trapío de las reses de Tequisquiapan. 

Para pena de todo el mundo, la tarde se diluyó entre una corrida bien presentada y con el peso digno de una plaza como La México y la mala ejecución con los aceros por parte de los tres diestros. Ninguno de los dos de Adame sale bueno y pincha en hueso en ambos. Silveti no tiene suerte en el primero, pero ofrece un trasteo limpio, al que sigue, en el segundo, una faena discreta que termina en otro mal viaje de aceros. A Roca Rey, le esperaba la peor parte: su primer toro no le daba juego y la movilidad era muy escasa. La desgracia se extendería con el segundo: tampoco hay toro y decide abreviar la faena, a lo que seguirían fallos con la espada y con el descabello que terminarían de la peor manera posible: 3 avisos. El animal se va vivo. La bronca del público es máxima y el astro peruano no da crédito a lo sucedido. La tarde queda emborronada y encartelada por esa expresión: 3 avisos. Roca Rey, quedaba, con razón, hundido para la afición de la monumental.

3 de Febrero de 2025. Se anuncia una corrida con la legendaria ganadería mexicana Xajay, conocida por su embestida parsiomoniosa, lenta y llena de peligro por su capacidad para desarrollar sentido. Esta peculiar embestida, a no pocos les ha cobrado verdaderos sustos. A otros; sin embargo, les ha sido propiciado varios de los triunfos más extáticos que se recuerdan en la historia de la plaza, sabido entender aquella lentitud y adecuar su tauromaquia a aquél ritmo incierto, capaz de provocar verdaderas borracheras de toreo. En el cartel, nuevamente coincidían Joselito Adame y Roca Rey que eran acompañados por un aún jovencísimo Arturo Gilio cuya alternativa -que fuera con Roca Rey como testigo en la plaza de Acho, en Lima, Perú- y doctorado ya habían sido confirmados. Media plaza llena. Buena entrada para ser la feria de aniversario y para ser Febrero. El ambiente era muy incierto.

La tarde avanza y ni Gilio ni Adame tienen suerte con su lote. El poco movimiento y juego de ambos le ofrece un balance de silencio y silencio y pitos para Adame y a Gilio la plaza le castiga con su silencio en los dos ejemplares de su lote. Los fantasmas de la anterior tarde de Roca Rey en La México salían a la luz ante el desarrollo de una corrida que se estrellaba contra las tablas por su escaso juego. Su primer toro, sin saber bien cómo, funciona en el capote y Andrés no se lo piensa dos veces: se pone de rodillas dispuesto a ejecutar pases por la espalda y circulares. El público no tarda en calentarse y con un par de series de este estilo, la plaza está toda de acuerdo. No tarda mucho en entender al animal y pronto puede someter la bravura de la res a su toreo exigente. Le baja la mano hasta los infiernos y la ligazón cada vez es mayor. Alarga a su gusto y capricho los pases aprovechando la calmada embestida del animal. Cierra la faena a tiempo y la estocada es buena. Las dos primeras orejas caen por su propio peso y la puerta grande se abre. Estuvo incontestable.

Quinto de la tarde. La plaza experimentaba un viaje emocional entre la decepción por los anteriores ejemplares y una expectación máxima por ver con qué más les puede soreprender el diestro limeño. ¡No hay quinto malo!, habrá pensado más de uno. Roca lo recibe de rodillas; impertérrito. Los dos faroles de rodillas son limpios y bien ejecutados. Siguen unos estatuarios propios de quien, actualmente, sólo se queda tan o más quieto que Morante. Los pases cambiados que continuaron fueron igual de rotundos y la plaza quedaba rendida. Ya mermado Jefe Arana, pero aún con fondo, Roca repite con él la hazaña de lentitud y temple que había hecho delirar de emoción al sector más exigente de La México en el anterior toro. Roca Rey para el tiempo en circular como hace 18 años lo hiciera Rodolfo Rodríguez, El Pana, con el legendario toro Rey Mago. La fiesta es total. El torero peruano reinventaba, evocaba y a la vez insunflaba de actualidad la hazaña de El brujo de Apizaco. La estocada no es la mejor, pero dentro del reglamento es correcta. Los dos primeros pañuelos caen por su propio peso y el diestro peruano rompe a llorar. La plaza no está satisfecha y pide el rabo con insistencia. El presidente se rehúsa, pero tiene la sensibilidad suficiente para evaluarlo. Con Roca Rey viviendo un Idilio con La México en el centro del ruedo, el tercer pañuelo se asoma. El diestro queda inmortalizado como digno de pertenecer al linaje de quienes han podido cortar cuatro orejas y un rabo en una sola tarde. 

La resurrección es un hecho: la maldición se rompe; y por imposible que parezca, el torero pasa de escuchar tres avisos, a ver tres pañuelos colgando del palco. Roca Rey y el ganadero de Xajay, Javier Sordo Madaleno Bringas, salen en hombros de una México enardecida en la que caminar y hablar, ya es imposible.