DOS VIAJES AL NEVADO
¿Cuántos toluqueños y cuántos de los que han venido a residir a nuestras tierras, hemos hecho el viaje al volcán Xinantécatl, sólo para estar en sus alturas de más de 4,500 metros de altura sobre el nivel del mar?… Para ver el Pico del Fraile y gozar de la vista de las lagunas del Sol y la Luna… que parece reposan por la eternidad en tales alturas… Enamorado, como todo amante de Toluca y su valle, Rodolfo García Gutiérrez ya vemos en esta investigación escribe dos bellos textos referentes a esta mole inmensa que domina la región pasando hacia el sur por Texcaltitlán y Almoloya de Alquisiras, o en ese sur también ir por Tenango del Valle; hacia el norte encontrando la ciudad y municipio que son capital mexiquense; yendo hacia el municipio de Ocoyocac, en las alturas del cerro de las Cruces: donde al bajar de ciudad de México a nuestro valle la vista de un paisaje hermoso se ve al caer el crepúsculo con el Xinantécatl dominando todo, así ha sido por miles de años.
En su texto titulado Dos viajes al Nevado, el cronista cuenta: Una de las primeras referencias que el mundo novohispano tuvo del Nevado de Toluca, fue la de Gaspar de Covarrubias. En 1580 era este español Alcalde Mayor de las Minas de Temascaltepec. En una relación enviada a sus superiores, dice que el Xinantécatl “es una sierra nevada, que todo el año tiene nieve”, a cuatro legua y media de Texcaltitlán a la parte del septentrión, que en su lengua se dice Chicnagüitecatl que quiere decir “nueve cerros”, porque los tiene a la redonda de sí” … Señala Rodolfo: falso es que el Nevado tenga nieve todo el año; y falso también que la desinencia técatl, signifique cerro. Va más allá el escritor cuando escribe: al Nevado han ascendido distinguidas personalidades, en viaje de placer o estudio. Hablemos sólo de estos últimos: Humboldt, el genial trotamundos, subió en las postrimerías del siglo XVIII. En el siguiente dos excursiones científicas se consignan: gobernaba —cuenta— 12 años después de la erección del Estado de México, 2 de marzo de 1824, lo que quiere decir en el año de 1836, cuando por orden del ejecutivo Manuel Díaz de Bonilla, se propuso a dos personajes, serios estudiosos, uno el ingeniero Joaquín Vázquez de León, de auxiliar a un artista visual, dibujante y litógrafo Ignacio Serrano. Los dos hicieron una labora que está entre los primeros estudios de nuestro Volcán, en excursión que debemos equiparar en ese mismo año a la del poeta cubano-mexicano José María Heredia y Heredia. Uno el científico, Joaquín Vázquez de León, el otro artista, Ignacio Serrano, el tercero citado por mí, José María Heredia y Heredia, padre de las letras toluqueñas, quien en su crónica de visita al volcán Xinantécatl deja una crónica invaluable para comprender lo que en quienes le veían de lejos no podía menos que admirar en toda su belleza tal mole, milagro de la naturaleza que hace tales construcciones, muy parecidas al diamante que necesita miles de años para aparecer a la vista del hombre en toda su belleza y lucidez mágica.
Joaquín deja en sus palabras la imagen de lo que hay en sus alturas, dice Rodolfo: La visita del volcán —dice—, ya se tome desde el camino acercándose al pie de la cúspide, ya en la cumbre, o en el cráter o en su fondo, es majestuosa, interesante y agradable. Desde su estrecha cima se descubren alrededor profundidades inmensas, enormes peñascos próximos a desquiciarse, montañas de arena, corrientes de lava haciendo contraste con corrientes de nieve, y agrupamientos de esta que ocupando los intersticios de las rocas y cubriendo parte de ellas forman el claro oscuro que puede manejar la naturaleza para hacer resaltar aquel cuadro sublime y encantador. Descripción literaria de un científico y no un literato, que tiene en sus palabras el amor a lo descubierto. Cuenta Rodolfo más adelante con respecto al resultado: También Serrano cumplió con eficacia el mandato. Sacó vistas de Capultitlán y Tlacotepec; del cráter y del Pico del Fraile. Desde abajo, dibujó una de todo el volcán: desde luego que dibujos y litografías están, que yo sepa, perdidos. Escribe, además Rodolfo: Valiosas conclusiones, obtuvo de su viaje Velázquez de León: calculó el volumen hidrométrico de la laguna del Sol; determinó su profundidad y desmintió la opinión del vulgo que creía imposible encontrar el fondo. Halló practicable el proyecto de dar corriente a las aguas para irrigar tierras del valle toluqueño, porque “aunque el gasto de agua a que diese lugar el acueducto que se construyese, no puede ser repuesto por manantiales que no existen, la frecuencia de las nevadas y las aguas llovedizas, mantendrían siempre un gran depósito de agua excelente”.
No nos extrañe que Rodolfo tenga tantos datos a la mano, en mucho le habrá ayudado su paso como director de la Biblioteca Pública Estatal, la legendaria institución que llamó al amor por los libros desde inicios de nuestra ciudad como capital mexiquense. Supo de los avatares históricos de dicha institución, sus paréntesis ocasionados por conservadores y centralistas; por oposición del alto clero a que jóvenes tuvieran a la mano libros no aceptados por la iglesia en pleno siglo XIX. La vocación y amor de Rodolfo García Gutiérrez por los libros, misma que encontramos en don Poncho Sánchez García o Mario Colín y Gustavo G. Velázquez nos refiere una generación de bibliófilos que con sus ejemplos de vida nos piden Leer, leer y más leer, por consejo de Sor Juana Inés de la Cruz, Estudiar, estudiar y más estudiar, como ley del autodidacta que alcanza sabidurías tan altas como logró la Décima Musa o nuestros cronistas de mitad del siglo XX: la lista del llamado Grupo Letras, creado en los cincuenta del siglo pasado es prueba de ello, y eso, que faltan muchos otros nombres que dan a Toluca presencia en la cultura nacional de primera importancia: es capital mexiquense privilegiada porque nacidos aquí o venidos a laborar y, en muchas ocasiones a radicar definitivamente en Toluca, como fue el caso de Rodolfo García Gutiérrez, Alfonso Sánchez García, Mario Colín, Gustavo G. Velázquez o poetas, como Guillermo Fernández García –asesinado arteramente en esta ciudad–, el pintor Gonzalo Utrilla, y Luis Mario Schneider; mexicanos o extranjeros de prosapia, ellos, y muchos más, aportaron motivos de grandeza a cultura toluqueña, estatal y nacional.
Dos visitas al Xinantécatl, de eso habla su texto bien documentado: Otro importante viaje al Nevado fue el de Dolffus y Montserrat, quienes en 1865 hicieron ascensión parte a caballo y parte a pie. Pasaron la noche en la hacienda de Cano, y al día siguiente emprendieron el encumbre. A las diez llegaron a la “zona que marca el límite de la vegetación arborescente”, y a las once al borde noroeste del cráter. Acerca de la creencia de que las lagunas fuesen alimentadas por profundos veneros, también ellos opinaron como Velázquez de León. “Dudamos de esta creencia —decían los sabios— porque las aguas de los manantiales presentan generalmente algunos caracteres químicos que obedecen a la acción de los más sensibles reactivos, habiéndonos demostrado el análisis que practicamos, que dichas aguas son semejantes al agua destilada”.
Dos visitas de científicos, siguiendo la huella de Alexander von Humboldt, es seguro que con esa idea se subía a las alturas del volcán que sereno les dejaba llegar e irse sin temores como actualmente si sucede con el Popocatépetl en el valle de México, al que se prohíbe subir y acercarse al cráter por el peligro de perder la vida por alguna erupción, por más pequeña que esta sea. Nuestro Señor Desnudo, que a principios del siglo XIX era un volcán al que frecuentemente le llegaban las nevadas y se vestía de blanco yendo hacia sus laderas hasta los cerros de Tenango, Calimaya o Texcaltitlán. Un siglo romántico, aunque mucho sufriera el pueblo de México, romántico porque en él había la ilusión de contar con una nueva patria que fuera para los mexicanos y no más para España.