EL PSICOANÁLISIS LACANIANO Y EL LENGUAJE

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Estimado lector en esa ocasión me gustaría hablar sobre la teoría del psicoanálisis de Jacques Lacan, a manera de aportación en el imaginario social en el constructor de la realidad describiendo de forma breve pero clara alguna de las aportaciones más curiosas que esta figura nos brinda, así como algunos datos que rindan cuenta de la particularidad del conocimiento a través del psicoanálisis que distingue lo real de la realidad como producto de tres órdenes o registros psíquicos: lo real, lo imaginario y lo simbólico, que juntos posibilitan el funcionamiento de la mente.

Recordemos que el psicoanálisis es una corriente muy curiosa: la fascinación que pueden llegar a causar las teorías y las hipótesis sobre las que se ejercita es muy grande. Es la experiencia de descubrir lo inconsciente a través de la palabra y hacer algo más con nuestra condición humana. La experiencia del psicoanálisis es para todo aquel que quiera conocer más de sí mismo, que siente que algo no camina en su vida. Precisamente desde el psicoanálisis podemos analizar que tuviese una incidencia en la cultura que sobrepasase su lugar como tratamiento curativo de las neurosis para poder afirmarse como una lectura de la civilización que trazase su marca en ella. 

En este sentido, lacan interpretó la cultura desde este enfoque y para poder hacerlo tuvo siempre muy claro que no debía ser reabsorbido en ella, diría que se identificó con la esencia del psicoanálisis mismo. Cabe señalar que su mayor influencia fue sin duda la de Sigmund Freud, especialmente en lo que respecta al estudio del concepto del «yo», las pulsiones, el deseo, lo simbólico y el inconsciente, ejes conductores de la teoría.

Lacan fue un personaje polémico e innovador donde los haya, con ideas no siempre aceptadas y en diversas ocasiones refutadas o reelaboradas, aunque siempre punto de referencia y objeto de estudio, Lacan basó su modelo del inconsciente en la lingüística estructuralista y determinó que estaba organizado como un lenguaje. Este pensamiento parte de la unidad fundamental del lenguaje: el signo lingüístico, compuesto por un “significante” y un “significado”. El significante es la imagen acústica, la palabra con la que algo se nombra; el significado es el concepto, la idea. También, el inconsciente opera, como el lenguaje, mediante metáforas o metonimias. Esto quiere decir que un significante (la palabra que designa a una persona, un objeto, una relación, un síntoma, etc.) se sustituye por otro con el cual guarda algún tipo de relación (por ejemplo, de semejanza). Esto lo observa particularmente en el lapsus, los actos fallidos y los sueños, en los que un significante está en representación de otro que hay que descifrar. 

Ejemplo de lo anterior es que  el ser humano tiene al principio de su vida una imagen mental fragmentada de su propio cuerpo (la cual volverá a surgir en la etapa adulta dentro de los sueños o también en las alucinaciones). Por eso el reflejo del espejo sorprende al lactante, pues esa imagen es una promesa o anticipación de la integridad que en ese momento no tiene. Así, el bebé se identifica con un imaginario, una especie de fantasma, y queda preso en una ilusión: ser lo que le muestra el espejo o, visto de otro modo, lo que le refleja la mirada de su madre, con quien estableció el primer juego de identificación. Este modelo de vínculo operará en el resto de sus relaciones futuras y es lo que en la teoría lacaniana se concibe como el registro imaginario. En esta etapa, que Lacan denomina el “estadio del espejo”, inicia nuestra interacción con el “yo ideal”: lo que no somos, pero anhelamos ser.

Así mismo se distingue entre “deseo” y “necesidad”, dejando a la necesidad como un aspecto biológico y ubicando al deseo en una interacción entre lo imaginario y lo simbólico. A partir de aquella primera identificación con la madre, es decir, con “el otro” (con minúscula), el sujeto desea ser el deseo del otro y busca constituirse en objeto de deseo de su semejante. Ésta es la parte del deseo comprendida dentro del registro imaginario.

Así, entra en el inconsciente “el gran Otro”: las leyes dictadas por y desde el lenguaje, que se ubican en el orden simbólico. El sujeto queda inscrito en un discurso que proviene del exterior, un lenguaje que le asigna su lugar. De ese Otro provienen las palabras para desear, desde el momento mismo en que la madre pone en palabras las necesidades y los deseos del bebé. Por lo tanto, es ese gran Otro, esa estructura, la que a partir de entonces le indicará qué es lo que desea y qué es lo que hay que desear. Desde aquí ya podemos intuir que para Lacan no existe el libre albedrío y que todo se parte del lenguaje. y ese lenguaje se le da una interpretación.