EN TIEMPOS DEL PRI

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Como niño con zapatos nuevos. Así andaba Tadeo con su remodelado Impala 70, suene que suene, traca que traca, por esas calles benditas de Dios. Ya tres días,     –pensó–, tres días que ando en mi elefante como dice mi vieja. Pero caballo grande que ande, es mejor que nada… ¡Uff! Y el trabajo que me costó echarlo a volar…

Pero en estos tiempos, el que tiene carro…. Los que tenemos carro, somos potentados.

Dobló la semidesértica calle y se encontró con el flujo automovilístico de esa enorme avenida.

¡Uh! En la que me metí. Y donde que todavía no le agarro bien el modo al carro.

Con cuidado esperó colocarse. Pasaron tres autos en ráfaga.

Calculó tiempo y espacio y aceleró. El carromato quedó ubicado: el tiempo justo, el hueco preciso.

El camión que venía detrás tuvo que frenar. Ahí va el Jumbo rodante en la procesión, envuelto en el smog y en los sueños de Tadeo. El domingo, primero Dios, nos vamos al campo en el carro… y ahora que tenga un dinerito más, le pongo su radio.

¡Rrumm!, aceleró sin velocidad, de puro gusto.

Observó el espejo retrovisor: ahí seguía bien pegado atrás de él un  camión.

Ni modo que me dé un toquecito, no le conviene, sería un choque entre dos pesos completos.

Entonces miró hacia adelante y abrió los ojos: un reluciente Cougar lo antecedía y quién lo manejaba presumiblemente era una mujer.

Caray, aquí tengo que manejar con manitas de algodón. Dejó de volar y se concentró. A lo lejos vio la luz roja de semáforo inmediatamente cambió a verde. El gusano de autos se movió perezosamente.

¿Llegaré a pasar?

Y antes de que el Cougar y el avión de Tadeo pudieran pasar, el semáforo cambió de color.

Ojalá hubiera pasado la señora, reflexionó Tadeo, viendo lo mal que manejaba.

Cómo que tampoco le halla, se dijo a sí mismo.

Se concentró aún más, y poniendo en primera, avanzó cauteloso. El Cougar, inexplicablemente frenó. Tadeo, instantáneamente metió el freno hasta el fondo. El armatroste se arrastró… imposible evitar el beso fatal. ¡Plac! Como cuchillo en mantequilla, el tanque se metió en el carro nuevo. Inmediatamente Tadeo se echó de reversa.

El pobre hombre bajó tembloroso. La señora del carrazo, bajó vociferando.

El opacó su voz:

Señora, ¿Por qué se frenó?

– ¡Bruto! Y además ¡idiota!, le gritaba la marmota como perico de plaza.

Tadeo sintió que se le movía el piso. Decenas de curiosos ya observaban la escena. Sinfonía de claxonazos de los que no podían avanzar.

Tadeo, evitando el aluvión de palabrejas, miró los daños: su carro estaba casi intacto: pero el carrazo, ¡sangre! Toda la parte de atrás estaba destrozada.

La marmota lo seguía:

-¡Mire lo que me hizo! ¿Y sabe cuánto tiene que salió de la agencia? Tres días, tres. ¡Bruto!

-Señora, entienda…

Tadeo farfullaba con la boca seca:

Yo, Yo…

Apareció entonces una patrulla de Tránsito.

La marmota se apersonó. Mire oficial, este me pegó y yo soy la esposa de fulanito de tal, que como usted sabe es colaborador del gobernador.

Tadeo no sabía qué hacer. La señora sacó de la bolsa una credencial. El oficial fue a mostrarle el cartoncito enmicado al que seguía en el auto. Los dos, con el rostro agrio se dirigieron a Tadeo.

– Oficial… ella se frenó. ¡De veras!

La influyente ya ordenaba a su acompañante que hiciera una llamada telefónica. Los claxonazos continuaban. Unos curiosos se arremolinaron.

– Amigo ¿me enseña sus papeles?, engoló la voz el de Tránsito.

– Oficial. Mire, ape…apenas tiene tres días que tengo el coche y un amigo que trabaja ahí en Tránsito quedó en que me sacaba… y me dijo que mañana…

– ¡Tus pa-pe-les!

Nervioso, Tadeo balbuceó:

-Péreme, a ver si me puedo arreglar con la señora.

El oficial sonrió con sorna.

Sinteticemos ahora lo que siguió.

Llegó el diputado, esposo de la marmota. La grúa se llevó los carros. Una nube de tinterillos e influyentes acompañaron al diputado y esposa al Ministerio Público. Tadeo, tímidamente, habló a un teléfono, que nadie contestó.

-Mire, licenciado, yo no tuve la culpa, pero tengo un tallercito de hojalatería y pintura…

-Ja, ja, ja, ¡Y cree usted que le dejaría este carro? ¡Está loco! Habló el diputado.

Y el agente del M.P. que palidecía y servicial, se arrastraba con el Todopoderoso representante popular.

– Licenciado… ¿Y cuánto dicen que son los daños?

– Estas amolado. Son como quince “melones”. Y falta el arrastre de la grúa y a lo mejor lo del corralón.

– Pues ni modo, que se quede mi carro. Pues ya qué. Yo creo que en un juicio me va peor.

– ¡Ah! ¿Y usted cree que te vamos a aceptar esa cafetera?

Y Tadeo, que quería gritar, blasfemar contra todo lo que permite esto. Y ahorcar ahí mismo al licenciado, a la marmota, al diputado. Y destruir con una sola mirada de cólera a todo este sucio e injusto sistema que padecemos y que hacia posible ésta, más que pretendida ficción, muy dolorosa realidad.