Fiu, fiuuuuu
Como otras veces, se esmera en su arreglo. Hoy se esfuerza más en cuidar los detalles porque celebrarán presencialmente el día del maestro después de dos años de encierro por la pandemia, las comidas se suspendieron; hoy tiene motivo para buscar alguna de las ropas que se quedaron guardadas en estos años de confinamiento.
Husmea en el clóset: toca las telas, checa colores, mide tallas. Selecciona ese vestido color vino de pliegues danzantemente ondulados, el breve escote coquetea con los hombros descubiertos mientras ligeras tiras de tela lo sostienen.
Procura un maquillaje discreto, acompasado de rubor tiernamente rosa, correspondido por el trazo perfecto de sus labios en color rojo encarnado.
Sale de la casa con el cabello húmedo, los tacones se anuncian determinados; esa seguridad es el ritmo de su vida; desde hace años aprendió a vestirse para sí.
Tiene cita con la chica de la estética, quedaron antes de las doce, ella se encargará de alborotar esos cabellos que juegan con el aire de la mañana. La mujer sonríe, camina satisfecha por lo que ve de sí misma.
Mientras maneja, la radio canta una melodía con recuerdos; vuelve a sonreír contenta. Estaciona el auto enfrente del local de su amiga; la que la pondrá más bonita.
Baja del carro asomando las torneadas piernas, sus pies inician el andar calzado por exquisitas correas al tono del vestido, apenas lleva unos pasos, cuando uno de los automóviles le cede el paso silvando un fiu, fiu atendido por otros conductores.
Sabe que el piropo es para ella –nunca voltea–. Sigue su paso sintiéndose doblemente agradecida: aprecia el resultado de su arreglo que sólo es adorno a su belleza.
El chiflido, lo valora como un premio histórico a sus adolescentes años cuando los mejores piropos giraban alrededor del ¡Fiu, fiuuuuuuuuuuuu!