Formación ética

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A través de la historia, las sociedades han establecido sus propios mecanismos de estructuración con base en las necesidades específicas de desarrollo y crecimiento, confiando en que la forma de organización y funcionamiento seleccionada, sea la más apropiada para la solución de problemáticas y eventualidades que aparezcan en el camino.

Uno de los pilares, siempre considerado para el desarrollo adecuado de cualquier civilización es, sin duda, la formación integral de sus integrantes, entendida ésta como la conjugación de una serie de aptitudes y actitudes que le permiten a cada ente social desenvolverse dentro de los parámetros establecidos y aceptados por consenso de un grupo humano determinado.

La expectativa de conducta en cada integrante de un grupo social conlleva una serie de acciones que, de manera tácita, implican un convivir armónico dentro de un marco de respeto, participación y compromiso.

Hasta hace relativamente poco tiempo, y hablaríamos de 20 años a la fecha,  la tarea de forjar y transmitir valores, no sólo a nivel teórico sino incluso axiológico, correspondía a los padres de familia, quienes desde su seno realizaban esfuerzos por hacer de sus pequeños hombres y mujeres de bien, inculcando a través del diálogo o la ejemplificación, patrones de conducta congruentes con las expectativas familiares y sociales, como todo en la vida, existían algunos casos en los que esto no necesariamente era cierto, ya que suelen aparecer entes que se contraponen a los parámetros establecidos, mismos que usualmente son señalados o marcados por el resto de los integrantes del grupo social inmediato como diferentes –por decirlo de algún modo–, pero la gran mayoría buscaba  interacciones sanas y tranquilas.

Esto se reflejaba en los patrones de comportamiento, funcionamiento e interacción familiar; era común dar permisos a niños y adolescentes para salir con amigos o asistir a fiestas y reuniones, incluso algo entrada la noche.

Ante cualquier situación, los padres asumían responsabilidad absoluta sobre lo que sus hijos hacían, pues existía la certeza de que lo transmitido en casa era garantía de actitudes socialmente correctas.

Sin oponer resistencia, hemos asumido como válido el paradigma de que el contexto nos marca, aceptando los estereotipos y clichés que resultan más convenientes para nuestra comodidad, sin pensar que, con ello, sacrificamos el futuro de quienes debieran ser nuestro motor de praxis permanente.

Implementar acciones que conlleven a una mejor conducta de nuestros niños no es cosa simple, ni en la casa ni en la escuela, ya que en casa se requiere de un compromiso mayor de padres y madres para asumir, en un ejercicio de conciencia, el peso de la responsabilidad que implica criar a un hijo, mientras que en la escuela se debiera introducir a los profesores y luego éstos a sus alumnos en el campo de la praxis filosófica y en especial a los contenidos y categorías, métodos, conceptos y recursos de la reflexión filosófica en torno al comportamiento ético del ser humano.

Recuperar la formación ética coadyuvaría a lograr formar hombres que manifiesten su educación a través de actitudes cualitativamente superiores, quizás sea tiempo para padres y escuelas de apostar por un paradigma en esta dirección.

En la medida en que nos demos cuenta de que el ejemplo es una forma didáctica y efectiva para educar, tendríamos resultados más positivos y no toda la ola de inconsistencia a la que, poco a poco, nos hemos acostumbrado.

horroreseducativos@hotmail.com