Género Fluido

Views: 202

Vuelo. Así me siento cuando voy a toda velocidad en mi bici. El viento golpeando mi rostro, mi ropa ondeando al viento, mi cabello suelto en total libertad. Libre. Así me siento cuando voy en mi bici.

Entre los autos, me discurro, paso entre ellos, esquivando baches, tomo buena velocidad. Tengo mi auto, pero ya casi no lo uso. Me he dado cuenta de lo benéfico que es trasladarse montando en una bicicleta. No gasto en gasolina, ni en estacionamientos, mi mente está ocupada en otros pensamientos. No tengo ya nada que ver con los molestos parquímetros, el agobiante tránsito, o tráfico como erróneamente le dicen, para mí ya todo eso, me parece tan ajeno. 

Que por qué no uso casco. No me gusta, además, estudios indican que es más probable que un ciclista se accidente si va a ataviado con todo su implemento. Los cochistas, como despectivamente me refiero a los automovilistas, se enfurecen cuando los rebaso o cuando ven que no me detengo ante un alto. Pero quien verdaderamente me pone la piel chinita, son los choferes de camión, que me avientan sus vehículos o se me cierran de tal manera que apenas alcanzo a subirme a la banqueta. No llevo ninguna protección, a veces voy de traje, con corbata y bien peinado, otras veces: con playera, short y sin calcetas. No uso licras deportivas para andar en bicicleta ya que no es un deporte, es mi medio de transporte. 

Me preguntan que si no tengo dinero para desplazarme en auto, yo les digo que no es eso, que prefiero andar libre como pájaro.

 

Cuando llueve, si lo llevo, uso impermeable, si no, dejo que la lluvia me lave. Es una sensación extraña sentir las gotas como alfileres hiriendo mi rostro, corre un caudal de adrenalina por todo mi ser, cuando las gotas del cielo veo caer.  

La ciudad no está pensada para nosotros los ciclistas, empieza a haber avances, incipientes, por lo menos ya no nos encierran en inútiles ciclopistas.  

A veces pienso que el gobierno, no sabe cómo clasificarnos y es que siempre he dicho que nosotros somos tan cambiantes, pues vamos más rápido que a pie, pero más lento que en carro. Aun así, a veces, llegamos más rápido que ellos al mismo destino. 

Una vez, dejé estacionada mi bicicleta encadenada a un poste de señalamiento, y no faltó el amante de lo ajeno que con una pinza cortó el candado e intentó llevarse mi bicicleta, la gente lo miró y comenzaron a alarmarse, entre griterío y corretizas, el condenado ladrón prefirió aventar mi preciado vehículo y huir con el que le había dotado la naturaleza. Un poco raspada, pero pude recuperar mi gran tesoro. Zafada estaba la cadena, logré acomodarla en su lugar manchando de grasa todas mis manos. Es un poco molesta la sensación, sobre todo, si le sumas que no hay un lavabo disponible para la ocasión. 

Algún transeúnte se apiadó de mi, obsequiándome un pedazo de papel, que más que limpiarlas, ayudó a lijarme las manos. Con un poco de indeleble grasa, me monté en mi bici y continué mi camino. 

Y así, me enfrento a la gran urbe todos los días; es un desafío. Tengo que adaptarme, por eso digo con cierta ironía que mi género es fluido, aunque eso a nadie importe: cuando voy en la banqueta, me siento peatón; sobre la avenida, soy cochista, y cuando me paso un alto, me siento de goma.