Hojas de sueños

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Prosa poética

Me gustó llegar a esta edad, sigiloso, cantando; arrojando palabras con cierto misterio en la orilla de lo imposible. Si bien, en mis oídos se revuelcan algunas risas, algunas gracias; mas en el fondo las angustias que un día fermentaron en mi vientre, terminaron arrodilladas en la niebla de mis años, se las llevó la lluvia para alimentar raíces en el campo de la indiferencia, siguiendo la senda de las cartas dictadas por la abuela antes de su muerte.

Ella fue profeta de alas de arena, aun cuando no conoció el mar y en su sepultura, el clima fue de un verano en la playa, con lluvia incluida. Cuando se fue, me quedé huérfano de su voz, de su compañía; y mi cielo no ha reparado sus cicatrices, ni esas viejas trenzas han caminado de nuevo sobre mis manos. Lo tenue de mis huellas, marcan una historia sutil, un vagar por escribir sobre un rosario de cielos, y penas, y vuelos, y saltos en infinitos rieles cansados. Cuando pedí auxilio, al deambular en la isla de los huesos rotos, derrumbé sin saber hojas de sueños, que al final dejaron libre la senda de páramos embrujados, donde mis pupilas se desposaron y encontraron al ser desnudo y de momentos obscuros; alma de pueblo, sin semblante de sinfonías verdes, saltando con asombro sobre el refugio que pausadamente arrolló la infancia.

Me juré volver junto a la muñeca de ojos cafés, armar un mundo que no estallara en dos siglos y se mantuviera ajeno a las heridas de un pastor enamorado. Intenté esculpir cada rostro que me diera eco al cruzar puentes de respiraciones agitadas; servir de abrevadero en la procesión de melancolías, jugar con el cansancio de palabras haciendo nudos por la mañana y en las incógnitas resonancias de perfil intenso.

Sentí desprecios arrasando mi sedentario placer, donde se arrulló la nostalgia, donde la cólera intentó fecundar en pálidos inviernos de dulce olivo. Mis manos, no se apresuraron para habitar un sueño cautivo, ni mis heridas recuerdan donde atracaron después del naufragio. Fui justo en el maravilloso viaje de las aves, en las mudanzas de labios cayendo sin piedad, sobre la amarga copa de tinto derramada en mi espalda. Recorté caminos donde mis estancias enviudaron y le llame destino al burdo pedazo de hielo que rompió la distancia de pensamientos sordos, al mudar hacia las nubes cargando vasijas de amores sin vida, ni dolor, ni agua para alimentar una idea distinta. Sigo tras el anhelo de tentar oídos, y repetir una y otra vez; es mí voz, no me ataron, no estoy perdido, ésta es mi voz.