+Humberto Lira Mora fija su posición: “Estoy retirado; de la política actual, sólo soy observador a distancia”; su pieza oratoria

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La frase

Una narración de los hechos que dieron lugar al ICLA hoy UAEM, puso nerviosos a varios, con respecto a la sucesión gubernamental. Como quien dice, el nombre de Humberto Lira Mora.

AÚN TIENE PESO

LIRA MORA FIJA SU POSICIÓN TRAS DIVERSOS COMENTARIOS

El pasado sábado 4, se hizo en el edificio de Rectoría un homenaje a los Institutenses que dieron origen a nuestra Universidad Autónoma del Estado de México. En el evento, el orador a nombre de los institutenses fue el maestro Humberto Lira Mora.

Tras ello, surgieron especulaciones y comentarios, sobre que se estaba candidateando a la gubernatura estatal. Al respecto, hay que señalar que en el presente año, es la tercera vez que aparece en un evento público, primero en dos ocasiones, con motivo de la presentación del libro en homenaje al que fue gobernador Ignacio Pichardo Pagaza y ahora en el referido homenaje.

Hablé con el maestro Lira Mora y esto fue lo que me declaró al respecto:

Me retiré de la política hace 20 años. Mi retiro, desde entonces, es y seguirá siendo total. No tengo ninguna aspiración para participar en ningún proceso político, pues a la generación a la que pertenezco ya le correspondió el honor de servir a su país y al Estado, en el tiempo que la vida se los permitió.

Hace 20 años que tengo una firma de Abogados en la Ciudad de México a la que dedico todo mi esfuerzo y trabajo.

Por otra parte, mi participación en el evento de la Universidad obedeció a una amable invitación que recibí de un institutense, para hablar de los orígenes del que fue Instituto Científico y Literario de Toluca, hace 200 años nada más y nada menos.

Fue de lo único que hablé, de una descripción de los sucesos que dieron origen al Instituto, nada más que en 1828, es decir, nada que ver con la vida política actual de mi país y de mi Estado, de la que sólo soy observador a distancia y nada más.

Estoy retirado de la vida política que tanto me satisfizo y de la que tanto me enorgullezco.

A continuación su pieza oratoria:

Siendo esta la primera ocasión que la Fraternidad Institutense tiene la oportunidad de reunirse con el Señor Rector Barrera Díaz, es propicio expresar que la comunidad de la que formamos parte quienes ya pasamos por estas aulas nos sumamos a quienes hoy, están en ellas, y damos nuestro respaldo y solidaridad a las buenas causas que encabeza su Rector. ¡Que tenga Usted mucho éxito!

La evocación del ICLA, el Instituto Científico y Literario Autónomo, antecedente histórico de la UAEM es necesariamente un ejercicio de memoria y de respeto por quienes protagonizaron hechos y actos que han dado existencia y vida a esta señera y noble institución, la Máxima Casa de Estudios de nuestro Estado.

Hoy es pertinente hacerla porque esta reunión de institutenses y universitarios, por si misma significativa, tiene los propósitos de enaltecer y reconocer a quienes siendo poseedores privilegiados de esa doble y honrosa condición, se han distinguido en sus notables trayectorias vitales, como los casos del Licenciado Alejandro Caballero Carrillo; de la Química Rosa María Arizmendi Vilchis; del Dr. Raúl Miramontes Ortega y del Licenciado en Administración Pública José MaPérez Iniesta. Hoy día, son pocos quienes ostentan ese doble privilegio, pues el paso inexorable del tiempo ha cumplido con el sino de ausentar a la mayoría de ellos. Esa fatalidad nos hace depositarios a quienes aún estamos presentes, de la también doble obligación de ser guardianes y divulgadores fidedignos de las enseñanzas históricas que en vivencias irrepetibles, tuvimos en las aulas, patios, pasillos, de éste, que llamábamos el Viejo Caserón.

Son casi ya doscientos años los que han transcurrido desde la fundación del Instituto, en el lejanísimo 1828, hasta el día de hoy. Es una historia rica y larga, con personajes y episodios de elevadísima talla. Permítanme referirme a algunas de esas figuras de aquellos años fundacionales, impregnados por las fortalezas, pero también. por las fijaciones humanas de sus protagonistas. Hacerlo es un modesto homenaje a sus aportaciones al país, al estado, pero sobre todo a la creación del Instituto.

Eran los primeros lustros posteriores a la Independencia Nacional y a su consumación, complejos y difíciles en la disputa por la nación. La anarquía, el caos y el desorden, los marcaban. Era, dice Jesús Reyes Herolesla sociedad fluctuante en donde el propósito era fundar lo nuevo en lo viejo.

Colmaban el escenario ideológico el liberal Doctor MoraJosé María Luis Mora, y el conservador Lucas Alamán. Ellos habrían de dar rostro y pensamiento con uno u otro signo, a quienes entonces pugnaban por la conducción del nacimiento del México Nuevo. En esos años Servando Teresa de MierJuan ÁlvarezVicente GuerreroGuadalupe VictoriaMiguel Ramos ArizpeManuel Gómez PedrazaValentín Gómez FaríasLorenzo de Zavala, entre otros, escribían renglones de esa gran aventura. Lo propio hacían Agustín de IturbideJosé María Gutiérrez de Estrada y ya asomaba su calamitosa presencia Antonio López de Santa Anna.

El Doctor MoraLorenzo de Zavala y Melchor Múzquiz también serían actores prominentes al erigirse el Estado de México y poco después, al fundarse el Instituto.

Humberto Lira Mora.

José María Luis Mora el prócer del liberalismo, impulsaba la libertad de conciencia y la de opinión; la separación del Estado y de la iglesia; la abolición de los fueros del clero y de la milicia; la destrucción del monopolio del clero en la educación.

Originario de Guanajuato en el seno de una modesta familia criolla y católica, optó ya joven, por el oficio de sacerdote, entonces usual y acostumbrado para el ascenso social. Su formación y preparación intelectual le permitió trascender de bachiller a licenciado, a doctor en teología y finalmente a sacerdote, todo ello en diversos colegios de la Ciudad de México, donde se avitualló con el conocimiento profundo de la iglesia católica, pero principalmente sobre el clero, protagonistas fundamentales del México colonial que estaba en los estertores de su final.

Un hecho adverso marcaría su vida y lo apartaría del sacerdocio, para convertirse a partir de 1821, según su biógrafo Arturo Arnáiz y Freg, en el ideólogo y guía de una generación torturada e inquieta.

El hecho ocurrió poco después del 5 de diciembre de 1820, cuando según el historiador mexiquense Rodrigo Sánchez Arce, Mora se presentó al concurso de oposición por una canonjía de Sala Capitular de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Mora desde ahí, como canónigo y llegado el caso de falta del arzobispo en turno, podría ser considerado para sustituirlo.

Mora aprobó con calificaciones sobresalientes el examen, pero no obstante, el arzobispo de origen español, Pedro José Fonte y Hernández Miravete le negó la designación de canónigo, sin que hubiera explicación alguna que lo justificara. Ese hecho, dice el historiador Andrés Lira, generó una gran frustración en el joven sacerdote que finalmente rompe con la iglesia en 1822, llevándose consigo una fuerte carga de resentimientos que le acompañarían en su forma de ser y pensar durante toda la vida, que corrió según el historiadortoda en pena y amargura.

A diferencia del Dr. MoraLucas Alamán, el ideólogo adalid de los conservadores, provenía de una pudiente familia criolla que hizo fortuna en la minería y el comercio de su tierra natal, también Guanajuato. Se formó sobre todo en Europa, en donde conoció a importantes y ricos prestamistas e inversionistas interesados en las riquezas del subsuelo mexicano, con quienes al regresar al país haría negocios lucrativos, entre otros lugares en el mineral real de El Oro en el Estado de México. Una empresa inglesa que él mismo formó en Londres sería el vehículo para ese propósito. Alamán también fue durante toda su vida el representante del heredero siciliano de Hernán Cortés, el Duque de Pontevedra y MonteleoneMarqués del Valle de Oaxaca, propietario de las inmensas riquezas heredadas del conquistador. No sería justo omitir que Alamán fue también uno de los primeros en alertar sobre el abandono en que estaban las provincias del norte del país, sobre todo Texas y California y que fue un impulsor del mejoramiento de la instrucción pública, si bien bajo la tutela de la iglesia.

Como en el caso del Dr. MoraLucas Alamán tuvo una experiencia adversa, dramática, que marcaría toda su vida. El 28 de septiembre de 1810 presenció la toma por los insurgentes de la Alhóndiga de Granaditas y vivió de cerca la masacre perpetrada en su interior. Alamán tenía dieciocho años cuando testimonió cómo las fuerzas libertarias llegaron a Guanajuato y saquearon todo lo que encontraron a su paso, incluida la casa más bella y la tienda más importante del lugar, ambas propiedad de su madre. En esas circunstancias Alamán conoció a Miguel Hidalgo, pues acompañó a su progenitora, Doña María Ignacia Escalada a solicitar su protección; Hidalgo enviaría al mismísimo Ignacio Allende a contener el vandalismo insurgente que todo lo arrasaba. Esas vivencias jamás las olvidó mayormente cuando además de su madre, José Castrillo, su suegro, padre de Narcisa Castrillo y acaudalado comerciante de Guanajuato también se lo recordaría, pues fue un sobreviviente de la Alhóndiga.

Los hechos anteriores llevarían a Alamán a repudiar, algunos dicen que a odiar, a Miguel Hidalgo y a la Independencia, existiendo un profundo resentimiento y amargura en la mente y espíritu de nuestro personaje que, acaso, compensaría con su faceta de sobresaliente empresario en la que habría sido uno de los primeros protagonistas en el México Independiente, de la práctica de políticos que sin ningún rubor, sirviendo al gobiernotambién se sirven de él, o que con pragmatismo, olvidan o moderan sus ideas y trabajan para gobiernos de signos opuestos. En efecto, Alamán principalmente desde su elevado cargo de Ministro de Estado y del Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores, nunca se apartó de sus negocios mineros, textiles y otros; al contrario siguió en ellos y propició medidas del gobierno favorecedoras de sus intereses, entre otras las relativas a la denuncia de fundos mineros.

El Doctor Mora y Lucas Alamán eran como el agua y el aceite: el primero modesto, sacerdote, republicano, federalista, radical y liberal; el segundo rico, empresario, monarquista, centralista, moderado y conservador. Krauze dice: Lucas Alamán pasaría a la historia del pensamiento mexicano como el rival de Mora y como el prototipo del conservadurismo. Ambos ideólogos; sin embargo, fueron políticos y coincidieron en algo crucial para sus tiempos y también para los de hoy: la instrucción y la escuela deben ser los vehículos insustituibles para la emancipación de todo individuo. Diferían, sin embargo, en los medios para alcanzar esa finalidad; el Doctor Mora pensaba en la existencia de colegios laicos que como dice el cronista universitario, Inocente Peñaloza García, sirvieran a la instrucción de la población sin distingos, todos ellos erigidos por los gobiernos de los estados que estaban formando la naciente FederaciónAlamán a diferencia de Mora, pensaba también en colegios, pero creados y conducidos por el gobierno central, que en esencia se ocuparan de las enseñanzas conducidas por la iglesia. Eran ideas y propósitos opuestos, enfrentados. Mentes lúcidas que entendían de modo diferente al naciente país independiente.

El Doctor Mora le ganó la partida a Alamán. Para Mora era preciso materializar sus avanzadas ideas liberales sin dar paso a las conservadoras de Alamán.

En la materialización de esas ideas estuvo la creación del Instituto de Toluca, que sería también, ocasión para hacer expiar sus ideas a los conservadores, es decir a Alamán.

Fueron los liberales quienes accedieron a los gobiernos primigenios de la república y de los estados. Mora mismo fue miembro de las primeras cámaras de diputados constituyentes de la Federación y luego del Estado de México. La pugna entre liberales y conservadores no tendría punto final, sólo sería un punto y aparte; los siguientes renglones los escribiría Mora en las primeras leyes del México Independiente y en las del Estado de México, entre éstas, en la primera Constitución local de 1827 y en la Ley que creo el Instituto de 1828, que fueron dos de las primeras expresiones legislativas del liberalismo mexicano temprano, parte de lo que se ha llamado la Primera Reforma.

El 17 de noviembre de 1824, cuatro años antes de la fundación del Instituto, apenas a cinco semanas de que Guadalupe Victoria asumiera como primer presidente de México, el Doctor Mora, con 30 años de edad, propuso al Congreso del Estado reunido en su entonces capital, la Ciudad de México, el establecimiento de un colegio en donde se impartieran enseñanzas científicas y humanísticas diversas o adicionales a las tradicionales enseñanzas de la iglesia. Los avatares de esos tiempos impidieron materializar la idea. El propósito era que se abrieran las puertas y las mentes a las verdades de la razón y del conocimiento. Era también una forma de avasallar al pensamiento conservador.

Cuando la capital del Estado ya se había trasladado a Texcoco y el Congreso Constituyente local se reunía en el Convento de San Juan de Dios, El Doctor Mora quien lo presidía, fue designado por sus pares diputados para redactar el proyecto de la primera Constitución local. En ella, finalmente, alcanzó su objetivo de crear un Instituto, intentado dos años atrás.

Mora lo propuso en su proyecto y el Congreso lo aprobó, sin quitarle ni una coma. Así, en la primera edición de la Constitución de 1827 aparece a páginas 39, el artículo 228, único del Título VI, denominado Instrucción Pública que a la letra dice: En el lugar de la residencia de los supremos poderes habrá un Instituto Literario para la enseñanza de todos los ramos de instrucción pública.

Esa Constitución Primigenia se aprobó el día 14 de febrero de 1827. Pocos días después, el 26 de febrero, el primer gobernador del Estado, Melchor Múzquiz la promulgó.

Tanto el proyecto de Ley de 1824 como la Constitución de 1827, ambos autoría del Doctor Mora constituyen los verdaderos antecedentes remotos del Instituto, si bien su fundación formal y material ocurriría después, el 18 de febrero de 1828, un año después de promulgada la Constitución, el controvertido liberal Lorenzo de Zavala, Gobernador del Estado, promulgó el decreto número 95 de la Legislatura local por el cual se fundó en Tlalpan, la nueva capital del Estado, el Instituto Literario, el 3 de marzo de ese año.

Los hechos anteriores que la historia registró puntualmente, nos enseñan que además de la lucidez de las ideas de los próceres liberales y conservadores fundadores del México Nuevo, el Independiente, hubieron en sus años jóvenes sucesos adversos, dramáticos, que influyeron en sus vidas.

Hoy día, las lecciones de la historia han de repasarse respetando al pasado y a todos quienes lo construyeron, incluso a los que la historia apartó, teniendo presente que la realidad universitaria actual, iniciada hace doscientos años en tiempos tan aciagos, ha cambiado, pero ha de seguir teniendo las constantes que toda obra humana lleva consigo y agrega en su devenir.

Acaso una de esas constantes, la mayor y trascendental, la libertad, que en casa llamamos autonomía, pueda ser blanco de acechanzas, según las cuales se induzca a la renuncia de la diversidad y del pluralismo, en una casa que como la nuestra, es el lugar sobresaliente para el cobijo de las voluntades distintas para la creación y expresión de todos los pensamientos, y no sólo de algunos, o peor aún, de uno solo.

Nada de eso debe ocurrir, pues las universidades mexicanas que tienen bien ganadas las capacidades para ejercer sus elevadísimas funciones de formar e informar a la juventud, han de seguir siendo las instituciones magníficas e idóneas para cultivar mentes y espíritus en la diversidad y la pluralidad, y en donde el único dogmatismo que tiene cabida, se llama libertad, autonomía.

Otro amago de signo diferente, acaso tan riesgoso como el anterior, es aquel que considera al conocimiento como un producto de consumo para el mercado, pasando por alto que el conocimiento no tiene precio, tiene valor. El conocimiento no se comprase crease cultiva y se transmite sin ser propiedad de nadie, pues del mismo modo que la compra de un libro o de una biblioteca no hace conocedor de su contenido a su adquirente, tampoco la asistencia a las aulas hace a nadie propietario de lo que ahí se transmite.

Quisiera finalmente decir que, como institutense y universitario demócrata, me mueve a la reflexión y a la preocupación, escuchar propuestas según las cuales las universidades públicas no debieran tener procedimientos de admisión para el ingreso de sus educandos. Es cierta la necesidad de encontrar formas para ensanchar ese ingreso, más aún ahora que la tecnología es una poderosísima herramienta para la enseñanza a la distancia. Aún así, los procedimientos de ingreso a ambos modos, presencial y a distancia, siendo abiertos y amplios, requieren selección estricta de aspirantes, de modo que accedan el mayor número de quienes tengan las mejores aptitudes y puedan ser atendidos eficientemente sin colapso de la calidad de las enseñanzas; de otro modo el acceso universal, es decir sin exámenes de admisión, conduciría fatalmente a la mediocridad de la enseñanza, y el país no puede condenar a sus jóvenes a esa ahora llamada medianía. Docentes y educandos de excelencia, eso es lo que México necesita de sus universitarios.

Esas constantes, creo yo, son parte del Liberalismo de hoy. En esta Universidad, mi amada alma mater, es una herencia que viene desde su fundación consiste en que hoy aquí, al interior de estos muros, se puede pensar, idear, imaginar, descubrir, investigar, debatir, crear e inventar conocimiento y divulgarlo, en la diversidad y en la pluralidad, en libertad y con excelencia.

¡Vivan nuestro Instituto y nuestra Universidad!