JOSÉ EMILIO PACHECO Y HEREDIA
En el estudio del personaje que es José María Heredia y Heredia, interesante fue hace más de diez años encontrar dos antologías sobre poesía mexicana. Una la de Juan Domingo Argüelles, uno de los poetas más vitales de la nueva poesía mexicana, quien además destaca por sus columnas periodísticas que tienen por núcleo el interés por la lectura y la promoción de la misma. Hombre que conoce los vericuetos de la alta burocracia en el país, pues laboró un buen tiempo en el sistema de Bibliotecas Municipales en México, programa destacadísimo en un tiempo, pues llevó libros para crear con el tiempo a partir del gobierno de Miguel de la Madrid más de 6,000 bibliotecas en todo el país. El conoce de este sistema, del amor por los libros, de la promoción de la lectura entre niños, adolescentes y jóvenes. Es un apasionado que venido del estado de Quintana Roo es ejemplo del mexicano que deberíamos de ser: seres de lectura y amor por los libros. En su Antología de la poesía mexicana al buscar el siglo XIX encontré que no contaba con la presencia de José María Heredia, al paso de las nuevas reediciones de la misma, divulgada por la tienda Sanborns en todo el país, ya aparece, y qué bueno, nuestro Heredia.
Pero dicha experiencia la cuento, porque en la Antología que cuidó José Emilio Pacheco para Editorial Promexa, México 1985, sí aparece José María, lo que me dio mucho gusto, pues el poeta mexicano es considerado un personaje en el que se puede confiar por sus serios trabajos en ensayo o artículos de sesuda expresión: cultura e investigación son el sello de nuestro poeta ya fallecido.
Su texto José María Heredia dice lo siguiente: La poesía mexicana debe gran parte de su impulso inicial a Heredia, nacido en Santiago de Cuba, pero también inseparable de nuestra historia literaria por su presencia y su actividad teórica. Si nos damos cuenta, el estudio y el llamado de un personaje parece resumirse así, fácilmente, como si todo fuera eso. Pero los Hombres y Mujeres con mayúscula vienen a ser clásicos, en esa exacta palabra que nos hace comprender que pocas palabras pueden resumir a un personaje, como si lo hacemos con un aforismo, o un Haiku o Tanga. Su clasicismo tiene muchas aristas, que cuando pensamos que ya todo lo logramos en saber del mismo, nos sorprende con nuevas cualidades o debilidades. Así viene a ser que las palabras de José Emilio son vitales: De niño y adolescente vivió en Florida, Santo Domingo y Caracas. Llegó a la ciudad de México en 1819, cuando su padre fue nombrado alcalde de la sala del crimen. A los 17 años escribió En el teocalli de Cholula y a los 21 Al Niágara. Nadie en estas tierras hizo, por aquellos años, nada semejante a estos dos poemas en que muchos ven el comienzo del romanticismo hispanoamericano. A partir de 1825 Heredia intentó volver al orden de las convenciones neoclásicas. Ubicar en el contexto a los personajes es de vital importancia para, por lo menos, poder acercarnos a su existencia que cotidiana o por épocas forman un todo de felicidad o tristeza.
Con palabras concisas José Emilio resume de nueva cuenta parte de la vida de Heredia: Pasó dos años en Cuba y fue condenado a destierro perpetuo por su militancia independentista. Publicó en Nueva York la primera edición de sus Poesías. El presidente Victoria lo llevó de nuevo a México. Fue secretario de Santa Anna, diputado, oidor de la Audiencia y dirigió el célebre Instituto Literario de Toluca. Palabras fáciles que hablan del conocimiento que tiene nuestro poeta, narrador y ensayista mexicano. Palabras que nos hacen preguntar si Heredia vino con el cariño de sentirse más mexicano que gringo. Más cercano a su patria de origen que siendo sólo un profesor de español allá en el norte, donde el frío invierno le recordaba que él había nacido donde el sol reina y las palmeras soplan su viento sobre el rostro alegre de todo cubano o turista que les visita.
Las sencillas palabras de José Emilio nos hacen pensar cuán grande es su dirección pedagógica en el Instituto Literario de Toluca, uno de los centros odiados por el clero voraz que había hecho de la Nueva España su reducto de oro, donde Dios no tenía que ver, pero si el César ambicioso de las cosas materiales y de los dineros a toda hora. Pensar en dos educadores dentro del estado de México en el siglo decimonónico nos hace juntar a dos grandes inteligencias: José María Luis Mora y José María Heredia y Heredia. De ese nivel es el cubano que en un poco más de 14 años de diversos momentos que reúnen sus estancias en nuestra patria deja una huella profunda que cada día es más reconocida. Sobre ese tema he de escribir más adelante.
Su trabajo como editor es sorprendente. Cuenta José Emilio: Editó El Iris (con el gran ilustrador Claudio Linati), primera revista de México y Minerva republicada en 1972 por María del Carmen Ruiz Castañeda. Inauguró la crítica literaria en este país y tradujo Waverley. Primera novela de Walter Scott. De nueva cuenta unas cuantas palabras para decir toda una biografía que cualquier personaje quisiera tener como logros de vida. Su trabajo es sorprendente y por eso no es raro que debamos decir que es el padre de las letras toluqueñas, ya como poeta, o como editor y crítico literario. Los clásicos se forman de diversas personalidades y José María Heredia es uno de ellos. Orgullo es saber que su tierra que más le vio llevar a cabo una labor incansable y variada lo fue la capital del estado de México. Esa capital que llegaba hasta las playas de Acapulco pasando por Tixtla —tierra donde nació Ignacio Manuel Altamirano, hoy parte del estado de Guerrero— y contaba con territorios en Hidalgo, Morelos O Tlaxcala.
José Emilio nos dice del personaje de diversas aristas, a cual más importante y vital, en un personaje que es múltiple y a la vez conciso en sus hechos. Cuenta Pacheco: En el Congreso rehusó a aprobar las medidas anticlericales de José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías. Este hecho nos lo pinta de un solo trazo: honesto, honrado en sus hechos, en sus riquezas monetarias y materiales, insistiré, un hombre como el mejor de los reformistas de ese siglo. Reformistas que son la mayor clase política que ha tenido este país en toda su historia independiente, a esta clase ejemplar pertenece con todos los merecimientos José María Heredia y Heredia. Reflexionemos: se pone en contra de los dos más grandes líderes de la Reforma mexicana por el tema del clero que en este país tiene su peor versión. Benito Juárez, recuerda cuanta es su molestia en contra del clero mexicano, la que sobrepasa la vida del imperio español y al siglo XIX, hasta llevar a una guerra fratricida. Sirvió a los peores intereses de aquellos que fueron a buscar un Emperador extranjero en tierras en Europa.
Hoy que recordamos su honestidad, leemos lo que dice el poeta José Emilio Pacheco: Al ver la trayectoria de su antiguo amigo Santa Anna se decepcionó de los conservadores. Recordemos que se opuso como diputado del Estado de México a que se le dieran reconocimientos en vida, a los amigos del presidente López de Santa Anna. Cosa inconcebible, pues no había en momentos del centralismo más grosero y ñoño quién se atreviera a decirle al dictador, que lo fue, que ¡No! A sus propuestas ante los legisladores. El no aceptar que se diera reconocimiento a los generales sólo por haber hecho su obligación le puso en contra no sólo a López de Santa Anna sino a la casta militar que en este país no va a descansar hasta la salida del dictador Porfirio Díaz, cuando los generales y jefes políticos dejan de ser los mandantes de un pueblo sufriente, analfabeta y en la pobreza extrema: la leva al paso de las décadas fue el terror que asoló las tierras mexicanas a final de siglo XIX y principio del XX.
Cuenta Pacheco: Imprimió en Toluca una segunda edición ampliada y corregida de sus Poesías. Obtuvo el indulto español, regresó a Cuba y, al verse hostilizado por sus compañeros liberales de ayer, regresó a México, donde murió a los casi 36 años. Sus poesías completas, con estudio preliminar de Raimundo Lazo, figuran en la serie Sepan Cuantos. ¡José María, un clásico, un gigante de la humanidad!